Desde que la persona fue persona se ha movido siempre por una inextinguible búsqueda de la felicidad. Este deseo ha ocupado todas las facetas de su vida. Si nos detenemos a pensar cuáles son las dos principales actividades que a lo largo de los siglos han ocupado a la humanidad podemos afirmar sin equivocarnos que han sido el “ocio” y el “negocio”.

La felicidad del ocio o “scholé”, como los antiguos griegos citaban, estaba relacionado con el aprendizaje, con la “escuela”. Esta se entendía como algo diferente a la felicidad del negocio.

La primera hacía referencia a la paz y tranquilidad de ser dueño y señor del tiempo para emplearlo en propias ocurrencias, sin una necesidad explícita de cumplir con un deber mandado “ascholía”. La segunda profundizaba en la realidad del “homo faber” propia del “animal laborans”.

La felicidad tanto del primero como del segundo radicaba en el aprendizaje, el arte de emplear el tiempo en un mundo donde el “tempus fugit” debería ser empleado hacia el “progressus ad intellectum et virtutes humanas”.

La felicidad era entendida por Platón como desarrollo hacia las virtudes humanas e intelectuales, y para ello es necesario “huir del ruido” para aprender a “contemplar” el significado de “la polis” y el rol que cada empleado llegaría a jugar en la sociedad de acuerdo a la conciencia social que se podía desarrollar. En las actividades de ocio, la felicidad era sinónimo de búsqueda de actividades de crecimiento personal y proactividad social contrarias a actividades como la barbarie, la explotación humana, etc. Posteriormente, en la época romana se incorpora al ocio “otium” una noción de búsqueda de la felicidad ligada al servicio a la posteridad o gobierno de lo público.

En la antigüedad el concepto de “negocio” se presentaba como: “animal laborans”, centrada en el trabajo en sí, meramente manual, “homo faber”, centrada en la persona que ejecuta el trabajo, y el “partum et intellectualis opus” la parte intelectual y creativa del trabajo. La felicidad en el trabajo radicaría en la unión de las tres acepciones, lideradas por la tercera, que aporta un sentido a la existencia humana.

Llegado a este punto, ¿cómo orientar el ocio y el negocio hacia la felicidad actual? La presencia de una actividad creadora, inspiradora, intelectual en el ocio y el trabajo ayuda a profundizar al individuo en su ser más profundo.

Cuando el trabajador desempeña una tarea meramente rutinaria dentro de una cadena de montaje con actividades ya asignadas y sin margen a la innovación, llegamos a lo que Karl Marx denunció en su obra “El Capital” como alienación o deshumanización. Este vacío provenía de la incapacidad de poder aportar, crear e innovar. En terminología clásica griega, se traduce por el cierre de todas las vías para poder alcanzar la felicidad.

El ocio y negocio son dos caras del desarrollo personal y del conocimiento de la naturaleza humana orientado a la felicidad. El ocio permite conocer el ser “otium cum dignitate” como un estado del alma en el que el individuo se encuentra a sí mismo. El negocio transforma su ser en la medida en que ayuda a transformar el mundo a partir de la transformación personal.

La clave para alcanzar la felicidad en el ocio y el negocio es la orientación con que se dispone el tiempo. Cualquier oficio, desempeño, arte o elaboración puede llevar a la felicidad si se traza adecuadamente una línea que secuencie y guíe los pasos por los que el ocio y negocio deben caminar.

El seguimiento de este recorrido culminará en el encuentro y posesión de la felicidad, que se hace realidad cuando el “bios theoretikós” (vida contemplativa) de Anaxágoras, confluye con el “bios praktikós” (vida activa funcional y de los negocios), organizadas ambas según los dictados clásicos del concepto de la felicidad. Cuando están orientados al desarrollo de la vida pública y privada del individuo que aspira cada día a hacer de este mundo un lugar más habitable y digno de ser vivido.

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