Hace unos días, me invitaron a inaugurar la Casa de la Navidad de un pueblecito cercano a Tarragona. Y de regreso a casa, reflexionaba en torno a la inestabilidad global que venimos observando atónitos, especialmente a lo largo de los últimos 3 o 4 años, época que definiría como una de las más negras de la historia de nuestro planeta.

Son demasiados los conflictos bélicos en todo el mundo, más allá de la invasión rusa a Ucrania o la guerra que se salda entre Israel y Hamás, cuyos efectos devastadores se suman a las cuestiones ambientales, esas que, hace décadas, vienen siendo objeto de debate mientras una buena parte de los mandatarios mundiales y las grandes petroleras miran hacia otro lado. Los acuerdos alcanzados en la reciente Cumbre del Clima COP28 de Dubái, contra todo pronóstico, para una eliminación transitoria de los combustibles fósiles, siguen siendo insuficientes. La emergencia climática, como ha repetido infinidad de veces el Secretario General de la ONU, António Guterres, “está aquí”, y no podemos esperar más para paliarla mediante una transición ecológica que integre a los Estados más vulnerables al cambio climático.

Tampoco podemos obviar las consecuencias de la pandemia de la COVID-19, que arrojó una cifra de 35.000 ancianos fallecidos en geriátricos, a pesar de lo cual, no se ha dictado una sola sentencia, ni nadie ha ido a prisión, como si la responsabilidad sobre los hechos se hubiera esfumado por arte de magia.

¿Qué está ocurriendo con los medios de comunicación?, me pregunto. La gran mayoría están lastrados por intereses personales y partidistas. En muchos casos se emplea la contrainformación para que no se sepa exactamente qué está ocurriendo, lo que genera tristeza, impotencia y dolor.

Esa imagen de la Casa de la Navidad iluminada, y la gente sencilla, los vecinos de tu barrio, ensalzando los valores de la solidaridad y del amor, vino a decirme que al final merece la pena la lucha diaria, aunque sea por estos pequeños actos cotidianos. Es por donde hay que empezar. Yo diría que tiene que haber una contraofensiva frente a todo aquello que nos crea ansiedad y sufrimiento. Tenemos que abordar esa pequeña revolución de valores del día a día, brindando atención a cosas tan sencillas como pasear o llamar a los amigos. Y qué mejor que la Navidad para recordarnos que eso no cuesta dinero. Que hablar, socializar, saber cómo está la vecina, el vecino…es cuestión de utilizar la palabra. Se trata meterse en su piel y sentir qué le ocurre al otro. La falta de empatía no combina bien con la solidaridad, porque entonces nos enfrentamos al egoísmo y la soledad, y de esto estamos bien servidos.

Por lo tanto, ojalá que estos pequeños actos a los que me refiero sirvan para convertir 2024 en un año de resistencia, un año en el que no van a poder con nosotros, y en el que vamos a darnos unos minutos para esos gestos cotidianos que nos hagan mejores personas y, por ende, constructores de una sociedad más sosegada. Tenemos que rearmarnos para volver a querer, para vivir con toda intensidad y luchar por lo que tenemos. Para conseguirlo, es imprescindible que nunca dejéis que nadie os robe vuestra sonrisa.

Vuelan abrazos.

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