Luís Bayardo Tobar-Pesantez

¿Qué es la felicidad?

Existen una infinidad de conceptos de lo que es la felicidad; que van desde los aportes de tiempos remotos de Aristóteles, Sócrates, Epicuro y Platón, hasta los más recientes como Paúl Dolan y de Angus Deaton ganador del Premio Nobel de Economía de 2015, (estos últimos correlacionan algunas variables para definir la felicidad). Sin embargo, me quedaría con una definición muy simple, alejado de toda teoría de la economía: felicidad es sentirme bien con lo que hago, y no haber perjudicado a nadie para lograrlo.

¿Desde qué perspectivas se puede estudiar la felicidad?

Para responder esta pregunta, parto de los resultados de una encuesta reciente del estudio global sobre felicidad en donde, los encuestados de 30 países respondieron sobre cuáles son las fuentes de felicidad; en orden de importancia las siguientes: las dos primeras tienen referencia con la salud y bienestar físico y mental, le siguen, la relación con su pareja, el sentir que la vida tiene sentido, la familia los hijos, la condiciones de vida (en donde se refiere a lo básico, disponibilidad de agua, comida y vivienda), la seguridad personal, vivir con la naturaleza, tener un trabajo significativo y por último tener más dinero.

Esto nos da una respuesta de lo amplio del campo del estudio de la felicidad, desde los filosófico, sociológico, psicológico y por supuesto desde lo económico, todas se consideran importantes si partimos del concepto de bien común.

Desde este punto de vista, ¿es lo mismo felicidad que bienestar?

El concepto de felicidad inicialmente estaría asociado a todo aquello que pueda provocar bienestar y ante la ausencia de uno a algunos de esos factores placenteros, irremediablemente la infelicidad irá ganando espacio en la vida del ser humano. Sin embargo, los criterios e incidencia de cada uno de los factores son personal e individual, para alguien la felicidad está en la salud mientras que para otros está en el éxito profesional, hay quienes encuentran placer en la acumulación de bienes y propiedades materiales en cuanto otros acumulan bienes espirituales, cada uno percibiendo diferentes niveles de felicidad que de todos modos serán siempre subjetivas.

Comúnmente los economistas hemos estado persuadidos, en general, por la creencia de que más riqueza, más renta y más bienes implican una realidad social con unas condiciones de vida mejores, mayor bienestar y, en definitiva, mayor felicidad. De ahí que supuestamente las personas que gozan de niveles de renta elevados pueden tener acceso a bienes y servicios que no están al alcance de todos, a diferencia de aquellos, cuya vida en condiciones de pobreza y pobreza extrema puede ser muy difícil de sobrellevar.

En otros términos, la economía asume que el bienestar material es una condición previa de bienestar y felicidad y que los cambios de ésta están estrecha y directamente relacionados con los cambios en el poder adquisitivo, por lo que, si tengo más capacidad monetaria de gasto y de consumo, el bienestar será mayor. Lo que va de la mano con uno de los principales supuestos que defiende la denominada teoría clásica del bienestar económico es que mejorar los ingresos o consumos personales es sinónimo de incrementar el bienestar individual, conforme han señalado muchos estudios sobre este campo.

¿Podríamos afirmar que el dinero puede comprar la felicidad?

Partamos señalando que de cierta manera el bienestar emocional aumenta con los ingresos. Sin embargo, a medida que crecen los ingresos de una persona, su bienestar aumenta a un ritmo cada vez más lento, llegando a un momento que se mantiene constante; además, un ingreso escaso genera insatisfacción e infelicidad, conforme lo señaló Deaton.

Esta interrogante me recuerda lo que se destaca en la «Paradoja de la Felicidad», o «Paradoja de Easterling»; en donde señala que no siempre «el dinero hace a la felicidad». Si bien dentro de un mismo país las personas con mayores ingresos reportan mayores niveles de felicidad, comparando con otros países se observó que los niveles medios de felicidad no dependen de los ingresos del país (siempre y cuando estén cubiertas las necesidades básicas). Por otro lado, también puede observarse como en una serie de tiempo, al aumentar el ingreso de un país, no necesariamente aumentan los niveles de felicidad.

Somos testigos, que uno de los objetivos a donde más apuntan los gobernantes hace relación al crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB); se dice que una nación es rica si produce y vende, si sus intercambios económicos son importantes. En este sentido, por ejemplo, en los últimos años los países que lideran la clasificación con mayor PIB en el mundo (la que se mantendría al menos hasta el 2026 según las estimaciones del Fondo Monetario Internacional) son los Estados Unidos, China y Japón; sin embargo, no constan como los países más felices del mundo al 2022; estos se ubican en los puestos 16, 72 y 54 respectivamente, muy lejos de los primeros lugares en especial China a pesar de su sostenido crecimiento económico.

Los países más felices Finlandia, Dinamarca, Suiza al 2022; que tiene una característica común; la desigualdad medida a través del coeficiente de GINI es muy baja, menores niveles de corrupción son más amigables con el ambiente. Al respecto muchos dirán que debemos considera el PIB per cápita para una mejor comparación y, podrían tener alguna razón; pero no estarían tomando en cuenta que “crecimiento económico no es igual a distribución igualitaria”, además debemos considerar de a qué costos se estarían logrando dicho crecimiento, esos costos que algunos autores los definen como los escondidos serían sociales, medioambientales entre los más relevantes.

Por lo que podría afirmar que al parecer el viejo adagio que afirma que “el dinero compra la felicidad” no es cierto después de todo alentando posiciones francamente negativistas que pretender explicar que la felicidad no existe y que, lo único que le resta al ser humano, simplemente es tratar de ser lo menos infeliz que se pueda

¿La felicidad la percibimos todos de igual manera o cada individuo la puede sentir de diferente manera?

Considero que la percepción de felicidad difiere en cada individuo y la siente de diferente manera en función la realidad que lo rodea; es decir de acuerdo con quienes somos, a nuestra sensibilidad, carácter y temperamento, a nuestro nivel educativo, nuestra identidad cultural, creencias religiosas, ideologías políticas, tendencias sexuales, género, edad, posición social, capacidad adquisitiva; a nuestras experiencias y lo que esperamos de la vida.

Para ello quiero referirme a una anécdota de años atrás que aún recuerdo con satisfacción; mientras realizaba una caminata deportiva en una comunidad en lo alto de la serranía ecuatoriana, sobre los 2800 metros, actividad que la realizo con cierta frecuencia para mantenerme física y mentalmente saludable acción que produce en mi cuerpo una liberación de endorfinas que es directamente proporcional al nivel de esfuerzo y a la duración del ejercicio realizado que me brinda una dosis extra de energía para enfrentar mis labores diarias y me hace sentir bien, supongo que eso es felicidad. Coincidió con una fiesta popular, en donde luego de desfiles y festejos todos los asistentes se dirigieron al sitio central de la comunidad para servirse los alimentos de una forma particular denominada “pampa mesa”.

La “pampa mesa”, la “mesa común” o la “mesa de todos” es una de las tradiciones ancestrales de las comunidades de la serranía, que no se limita al hecho de sentarse en un mismo sitio y alimentarse por igual, sino cuya principal característica es la de compartir lo poco o mucho que cada uno tiene, pues todos los comensales aportan con alimentos para todo el grupo. Algunos estudiosos del tema la definen como un picnic gigante donde se extiende una tela en el campo y los comensales se sientan, comen, comparten anécdotas, disfrutan del momento a plenitud; en ese entonces me aproximé a la multitud y tuve la suerte que me hicieran partícipe de la fiesta invitándome a servirme una gran variedad de alimentos; mientras comía era notorio ver en sus rostros la satisfacción de estar con sus esposos, esposas, hijos, hijas y amigos; al comensal de mi derecha le consulté cómo se sentía, y me respondió que feliz.

¿Qué puede hacer la economía para conseguir la felicidad de las personas?

Para responder su pregunta partiré de hechos recientes, como el de la pandemia del COVID 19 y del conflicto entre Rusia y Ucrania; aspectos que han ocasionado que las condiciones de vida de los habitantes de todos los países del mundo se hayan visto afectadas en diferente medida.

Sin embargo, es innegable, que la afectación es mayor en los sectores más vulnerables de la economía; estos fenómenos ponen incluso en duda la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS); la pobreza y la pobreza extrema se han incrementado notablemente, existen mayor hambre en el mundo, la mayoría de la población vulnerable no cuenta con acceso a la salud y peor a una educación de calidad; viven en el hacinamiento, no cuentan con acceso a agua limpia, energía, todo a la par de alarmantes tasas de desempleo y subempleo que no hace otra cosa que incrementar las desigualdades de manera acelerada.

¿Los millones de personas en el mundo que se encuentran en las condiciones señaladas serán felices?, tendrán momentos de felicidad duraderos; la respuesta es no; ante ello qué hacer para cambiar este panorama.

En un informe de OXFAM publicado a inicios de año denominado “las desigualdades matan”, señala que la riqueza de los diez hombres más ricos se ha duplicado, mientras que se estima que los ingresos del 99% de la humanidad se han deteriorado; así mismo señalan que cada 26 horas surge un nuevo milmillonario en el mundo, mientras las desigualdades contribuyen a la muerte de una persona cada cuatro segundos.

En este contexto una economía más humana, en donde podamos en primer lugar crear y construir para poder crecer y estar mejor, en donde se pueda dar una adecuada y más justa distribución del ingreso y la riqueza, de hecho, va a contribuir en mucho a la generación de felicidad

En calidad de fundador de la Red Internacional Universitaria de la Felicidad, ¿Qué podría aportar esta red a la sociedad?

En primer lugar, es importante rescatar que la Red Internacional de la Felicidad se encuentra conformada por un buen número instituciones de educación superior, en su mayoría españolas; de Latinoamérica, de países como Ecuador, Brasil, Colombia, Paraguay, El Salvador y México, pertenecientes a universidades tanto públicas como privadas, esto nos brinda múltiples beneficios, comenzando por la interacción de sus miembros, el conocer puntos de vista, realidades diferentes, en todos los ámbitos partiendo del universitario, hace que tengamos una visión global de primera mano, no de los medios de comunicación, sino de los colegas investigadores, sobre la situación por la que atraviesan sus economías y cómo podemos realizar aportes tanto desde el enfoque macro como del microeconómico, en donde un pilar fundamental es la concepción que tenemos del ser humano como centro; es decir nuestro aporte está en el de concienciar que el trabajador es el factor estratégico de toda organización tanto pública como privada, consideramos que no debe ser tratado como una materia prima más que se la desecha cuando ya no se la necesita. Nuestra misión está orientada a humanizar la economía, ésta no debe estar en función del capital (no desconocemos su importancia), pero, el ser humano es el aspecto fundamental.

Estamos ya en una nueva revolución industrial en donde el grado de la automatización de los procesos e incluso actividades avanza a pasos acelerados reemplazando muchos empleos por la máquina, con el fin de ser más competitivos mejorando los rendimientos financieros, pero esa acción no debe llevarnos a una deshumanización del trabajo.

El trabajador es el elemento clave en las organizaciones, esto lo queremos rescatar con la Red y que sea nuestro aporte a la sociedad.

Para ello, considero que los miembros de la Red, debemos buscar además que los procesos de formación de profesionales vayan orientados a formar profesionales cuyas competencias no solo vayan dirigidas a los conocimientos, habilidades, sino fundamentalmente al “saber ser”, me refiero a los valores.

Finalmente, ¿Qué piensa que papel puede jugar la economía de la felicidad en las políticas gubernativas de los países?

La economía de la felicidad debe jugar un papel de relevancia en las políticas gubernamentales de la mayoría de los países.

En este punto quiero rescatar un hecho concreto, me refiero al caso de mi país, el Ecuador, en donde en uno de los gobiernos anteriores se realizó un planteamiento muy interesante sobre este tema, que considero importante compartirlo. En el principal instrumento de planificación, en el Plan de Desarrollo, denominado “Plan Nacional del Buen Vivir”, se sustentó en la noción del “Buen Vivir”, entendiéndose este como una forma de vida que permite la felicidad y la permanencia de la diversidad cultural y ambiental; es armonía, igualdad, equidad y solidaridad. Con esa premisa dicho plan fue delineado considerando seis dimensiones básicas: la diversificación productiva y seguridad económica, acceso universal a bienes superiores, equidad, participación social, diversidad cultural y sustentabilidad, que pretendían expresar la voluntad de continuar con la transformación del país, según lo detallaron en dicho documento. Este momento no realizaré un juicio de valor sobre sus resultados; pero lo que he pretendido con esta narrativa es demostrar que la economía de la felicidad es un instrumento que cuenta con las bases teóricas suficientes para el diseño de política pública que nos lleva al “Buen Vivir”, en una sociedad cada vez más polarizada con una injusta distribución del ingreso y riqueza.

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