Desde pequeña Irene mostró curiosidad por el mundo. Pensó en ser astronauta, ver qué hay ahí fuera y sentir la ingravidez. De niña lo tenía claro. Irene es de esas estudiantes de bachillerato que irradian energía sin nerviosismo, que miran al futuro de tú a tú, que lo prueban todo y acaban teniendo una visión optimista de la vida. Vive en el espacio, pero con los pies en la Tierra. Tiene mucha curiosidad, se apasiona por descubrir cosas que no están ni en el aula ni el laboratorio. Visualiza su futuro como un plan abierto, quiere verse haciendo cosas diferentes, cosas que no están en los programas cerrados de las profesiones que ofrecen las universidades.

No es de extrañar que inquiete a profesores y familiares. Las amigas y los amigos la encuentran siempre con propuestas nuevas. “Es aburrido hacer lo que han hecho otros”. Irene emprende sin esperar que todo esté claro y convencional. Experimenta y acepta los retos. En el colegio la vida es real, el entorno estudiantil está definido. Los estudiantes buscan medios y formas para expresar la diversidad y favorecer la creación de proyectos. Internet muestra iniciativas de chicos y chicas que dibujan el mañana con emprendimiento.

En el colegio, de una oficina han hecho un coworking donde jóvenes docentes comparten con Irene y sus compañeros los proyectos de startups estudiantiles. Dejan la piel por sacar algo adelante, se guían por sus instintos y deseos para diseñar innovaciones, son personas emprendedoras que arrancan un negocio con la agilidad de levantarse y volver a empezar.

El colegio de Irene, como muchos otros, apuestan por sus estudiantes y sus propuestas. Jóvenes profesionales, autónomos, se conectan con el coworking de Irene y sus compañeros. Las Cámaras de la ciudad miran con simpatía a las nuevas generaciones y confían en el mañana de estos emprendedores.

Los emprendimientos del coworking de Irene no han logrado pasar por el filtro del binomio “inversión-utilidad”. Hablar de un emprendimiento para resolver un asunto comunitario, sea del colegio, del barrio, o del grupo de amistades, se ve como “una buena obra” no como una actividad económica que mejora las condiciones de vida. No deja de entenderse como algo interesante pero que no entra en el mundo del “negocio”.

El desafío está en romper moldes. El primer planteamiento que tiene Irene y sus compañeros es dar respuesta a ¿de quién es el emprendimiento?, ¿del colegio?, ¿de los estudiantes emprendedores?, ¿dónde va a parar las utilidades?, ¿quién cubre las pérdidas y las necesidades? Estas y otras preguntas aparecen como una muralla ante las ideas geniales e innovadoras del emprendimiento.

A Irene y sus amigos no le gusta la llamada “propiedad colectiva”, pero tampoco la propiedad privada. ¿Se podrá trabajar en común sin que entre la propiedad como limitante? En el coworking se discute, se estudian modelos económicos de comunidades andinas de latinoamérica… descubren que sí se pueden emprender acciones que benefician a una colectividad, y se gestionan con la creación apropiada de normas administrativas que se generan a partir de la aceptación del emprendimiento como un bien de uso común, y como responsables diferenciados a los beneficiarios en el uso del bien considerado común.

Irene y sus compañeros ejecutan el proyecto del emprendimiento, mejoran la calidad de vida de los usuarios y aportan experiencias para el diseño de nuevos modelos económicos planos que se administran sin necesidad de definir la propiedad del bien, … son felices. Los emprendedores de hoy dibujan el mañana y se preparan para hacerlo realidad, bajo los principios del happiness management.

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