En estos momentos de incertidumbre, si uno se dedica a analizar los mensajes que se reciben, se da cuenta rápidamente del uso masivo en los discursos públicos de la palabra resiliencia. Por tanto, no es de extrañar que esta expresión se haya extrapolado a las leyes emanadas durante la pandemia, especialmente aquellas vinculadas con las ayudas Next Generation. Esto nos debe llevar a la siguiente pregunta: ¿qué persiguen las élites políticas con la utilización y apropiación de este vocablo?

Esta cuestión es difícil de responder por la transversalidad de este término. Atendiendo a este hecho, los autores de este artículo pensamos que una de las razones de este fenómeno se encuentra en transmitir a la ciudadanía la idea de que una sociedad resiliente acelera la prosperidad socioeconómica de los territorios bajo los principios rectores de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el interés general de la sociedad. De esta realidad no están exentas las empresas, de ahí que sea conveniente que propicien en el interior de sus organizaciones una cultura que fomente los valores de la resiliencia desde la lente de la felicidad corporativa de sus clientes internos. Una brújula que les permitirá no solo poseer una cultura encaminada a la creación de fortalezas que les permita afrontar con garantías las adversidades provocadas por el Covid-19 y la situación de incertidumbre actual, – situación de la que queremos huir como de un mal invierno, pero la que se asoma implacable casi cada día-; sino también de disfrutar de un tipo de liderazgo que nutra de bienestar, equidad y justicia organizacional.

Por consiguiente, el binomio resiliencia-felicidad se constituye en uno de los instrumentos estratégicos más importantes de los que goza la alta dirección de las empresas para asegurar la excelencia y la calidad no sólo en la prestación de sus servicios o productos, sino también en el cuidado de las personas que hacen que esos servicios y esos productos sean posibles. La resiliencia es una extraordinaria capacidad: la de sobreponernos y avanzar en momentos adversos y situaciones hostiles. También es extraordinaria por lo que implica de esfuerzo, por lo que supone de dolor intenso del que hay que salir con decisión y arrojo.

Somos conscientes de que no existen recetas perfectas en la dirección de empresas que garanticen el éxito económico, pero sí tenemos la convicción de que dicho logro no se alcanzará sin los activos intangibles de la felicidad y la resiliencia, fruto de cultivar un ecosistema de emociones positivas que forman parte de la filosofía del hacer bien, del hacer mejor. Pues, las sinergias de ambos elementos son esenciales para la creatividad, el trabajo en equipo, la innovación, el compromiso… y, sin duda, la felicidad y la resiliencia son resortes que nos pueden llevar a crear un clima extremadamente propicio para el pensamiento disruptivo, la efectividad y la eficiencia. No es buenismo, es quizás la combinación de un binomio que, si no perfecto, es y debemos hacerlo posible.

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