Los enfrentamientos televisados entre candidatos -o la ausencia de ellos- están siendo protagonistas de la campaña autonómica y municipal. Consultores políticos y de comunicación coinciden en verlos como un síntoma de madurez democrática pero relativizan la influencia que tienen en el voto.

Están siendo los grandes protagonistas de la campaña. Los debates y, sobre todo, los debates sobre los debates, acaparan día tras día el foco y copan la agenda. A veces son noticia por su mera celebración -caso de la contienda entre los candidatos a la Comunidad de Madrid-, otras por lo surrealista de su negociación -caso de los alcaldables de la capital, que celebrarán 15 cara a cara la semana que viene- y otras por su imposibilidad de realizarse -caso del debate a cuatro entre líderes nacionales propuesto por Albert Rivera y rechazado por PP y PSOE-. Pero, ¿sirven realmente para algo los debates electorales? ¿Pueden influir de manera decisiva en el voto o no pasan de ser un intrascendente canto al fair play democrático?

“Es raro que un debate mueva el tablero de la intención de voto de la gente”, declara a SABEMOS el consultor de comunicación Luis Arroyo, asesor de numerosos candidatos en España y América Latina. No obstante, Arroyo matiza que en ocasiones sí son determinantes: “a veces un pequeño cambio puede hacer mucho. Cuando la batalla está muy reñida, un debate puede hacer la diferencia”. Así ocurrió, por ejemplo con el segundo enfrentamiento televisado que mantuvieron Felipe González y José María Aznar en 1993 o con el famoso primer debate Nixon-Kennedy de la campaña presidencial estadounidense de 1960. “Supongamos que sólo un 1% del electorado cambiara su voto por el debate… pero, ¿qué pasa cuando unas elecciones se ganan por un 1% o incluso menos?”, razona.

El consultor político Luis Marañón asegura que estas contiendas “actúan sobre los indecisos y son necesarias en términos de desarrollo democrático porque la discusión y el contraste es algo central en toda competición. Y la democracia es también competición plural”. Pero, ¿pueden mover el voto? “La influencia de un debate en el voto tiene que ver sobre todo con la consolidación de votantes decididos y, en segundo lugar, con la atracción de voto indeciso”, se trata del “formato idóneo para atraer apoyos por motivos ajenos a la relación entre necesidades ciudadanas y propuestas políticas concretas. Un debate es un gran juego perceptual”.

Los cara a cara entre candidatos a La Moncloa, desaparecidos de 1993 a 2008, parecen ahora consolidados

Quizá porque son característicos de las democracias avanzadas, en España se dan cada vez más. Con los cara a cara previos a las generales ya consolidados, ahora empiezan a extenderse por autonomías y municipios. Esta campaña se han visto o se verán debates en Madrid, Andalucía, Navarra o Valencia.

En el de la capital del Turia estará ausente la rival a batir, Rita Barberá, alcaldesa del PP desde 1991. Barberá ha rechazado debatir con sus rivales, al igual que Juan Vicente Herrera en Castilla y León o que Aznar en 1996 y 2000, porque quien parte desde una posición de ventaja siempre tiene más que perder en estas contiendas. Por eso Rivera e Iglesias anhelan enfrentarse a cuatro bandas con Rajoy y Sánchez y estos no quieren ni oír hablar del asunto.

“Cuando no tienes nada que perder, o demasiados riesgos que correr, prefieres no debatir. En principio no debatirás si eres ganador y te separa una gran distancia de tu adversario. Querrás debatir cuando tienes que desafiar, arriesgar más, darte a conocer más, romper tendencias o acelerarlas”, explica Arroyo al respecto.

Ese tacticismo es algo de lo que recela Marañón: “A todos les conviene debatir. En primer lugar, porque ningún candidato debería estar muy confiado con sus porcentajes de voto seguro y, en segundo lugar, porque vivimos un momento de hiperpolitización”. Esta última circunstancia implica que “hay demanda de información política y si los votantes quieren acción, los candidatos deben dársela y aprovecharlo; el riesgo en política no es algo que deba evitarse, es algo que hay que reducir a base de criterio profesional, trabajo y preparación”.

Beneficia a los candidatos menos conocidos

Es una iniciativa que “suele beneficiar a los candidatos menos conocidos y a los retadores, a los que están en la oposición”, en palabras de Jordi Rodríguez Virgili, director del Máster en Comunicación Política y Corporativa de la Universidad de Navarra. La excepción a esta norma, continúa Virgili, llegaría cuando esos contendientes “gozan de un buen momento de visibilidad y de valoración”, entonces “un debate puede tener el mismo efecto que la sobreexposición mediática, puede desvelar carencias o poner entre las cuerdas a esos candidatos más jóvenes frente a otros con más experiencia”. En el panorama nacional, considera que ahora mismo “le interesa un cara a cara a Pedro Sánchez frente a Rajoy”, para reivindicarse como “principal líder de la oposición”.

«A Pedro Sánchez le interesa ahora un cara a cara con Rajoy», señala el experto en comunicación Jordi Rodríguez Virgili

Para el gerente-coordinador de la Asociación de Comunicación Política, J. Pedro Marfil, “los debates mantienen su importancia a la hora de marcar la agenda de la campaña”, dando la oportunidad a los cabeza de cartel de “esforzarse por establecer los temas que les favorecen y exponerlos de forma que alcancen impacto en los medios”. En opinión de Marfil, “dada la volatilidad y el volumen de indecisos de estas campañas, los debates jugarán un papel importante” a la hora de mejorar el grado de conocimiento y las afinidades hacia los candidatos. Además, “el hecho de que entren en juego nuevos actores añade cierto interés a los mismos”.

¿Qué aspectos deben cuidar especialmente los participantes en un debate televisado? “Lo más importante es representar el papel electoralmente más rentable y más verosímil. Un debate no es un cruce de argumentos convincentes, sino la representación teatral de un personaje con un relato seductor”, responde Arroyo. Y evitar errores desagradables, por supuesto, que muchas veces es lo único que queda en la memoria, como ocurrió en 2008 con la célebre niña de Rajoy.

Marfil pone el acento sobre todo en el papel crucial que juega la imagen: “Todos los detalles suman. Si además el debate es en televisión, entran en juego más factores. El poder de la imagen es muy grande y a veces puede eclipsar un buen trabajo o disimular una intervención mediocre”. Lo que sí tiene claro el gerente-coordinador de ACOP es que “deberían ser irrenunciables”.

“Personalmente, espero que hayan vuelto para quedarse (tras el parón 1993-2008). Además, creo que hay que avanzar y mucho en el tema de los formatos. Hay que aportar dinamismo para que el interés no decaiga. En este sentido, se puede aprender mucho de los formatos en Reino Unido o EEUU”, concluye.

En los países anglosajones se combate el cruce de monólogos en que a menudo se convierten los debates dándole más protagonismo al moderador, incluyendo preguntas de la prensa o del público. Cosas que en España, donde los partidos marcan férreamente los temas, los tiempos y los turnos, son impensables. De momento hay que coformarse con que simplemente se celebren. Y a veces, ni eso. 

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