Si ahora una niña de 11 años nombra a cualquier habitante del inframundo lo primero que haríamos sería llamar a un exorcista, pero su abuelo no pensó lo mismo.

Fascinante. Sólo se me ocurre decir eso cuando esta semana hemos recordado que hace nueve años la NASA envió una sonda al espacio exterior, llamada New Horizons, cuyo objetivo era estudiar Plutón, una roca grande, en comparación con nuestro tamaño humano, pero minúscula si la ponemos al lado los grandes astros de nuestra galaxia. Por supuesto, detrás de Plutón hay un montón de nombres que desde hoy formarán parte de nuestra lista de secundarios. Pero nos quedaremos con una niña, de once años, que tuvo la suerte de bautizar al último planeta (o primer planeta enano) de nuestro sistema solar: Venetia Burney.

Encuadremos la historia. Nos vamos a los primeros años del siglo XX. Ajenos como siempre al conflicto armado que se avecinaba, los científicos -que todavía no eran vistos como armas potenciales para sus ejércitos- estaban inmersos en una pelea que se podría resumir en: a ver quién lo descubre antes, a ver quién llega más lejos y a ver quién llega primero. Aquellos que miraban el cielo, los astrónomos, [no confundir con los astrólogos] habían hallado ya ocho planetas en nuestro sistema solar. El último planeta descubierto había sido Neptuno a mediados del siglo anterior [Atléticos, Cibeles no tiene planeta]. En buena medida fue descubierto como planeta por las alteraciones que producía en el planeta anterior, es decir en Urano. Para resumir de manera rápida, y que no se enfade ningún experto, podríamos decir que fijándose en la órbita de Urano se dieron cuenta que había otro objeto que le influía en determinados momentos. Y así primero se dedujo y luego se descubrió Neptuno.

Pasaron los años y seguíamos con ocho planetas. Parecía que habíamos llegado al Finisterre de la galaxia, pero ahí emergió la figura de Percivall Lowell. Era un millonario aficionado a la astronomía que defendió una idea bastante optimista sobre la vida en Marte [me encantan los millonarios que en vez de navegar con sus yates intentan arrimar el hombro, aunque fallen]. Lowell sostuvo, y publicó tres libros al respecto, que en Marte había canales que usaron los marcianos para transportar agua desde los polos hasta la zona ecuatorial del planeta rojo [imagina qué se habría escrito de él si entonces llega a existir twitter]. Digamos, para ser clementes, que su prestigio científico se vio algo dañado por este asunto. Sin embargo, don Errequeerre, gracias a su vida acomodada, construyó el ahora llamado Observatorio Lowell en Arizona, y ahí pasaba sus días y sus noches.

Percivall Lowell, con ganas de recuperar el prestigio perdido, se dedicó a la búsqueda del Planeta X

En sus últimos años de vida, Percivall Lowell, con ganas de recuperar el prestigio perdido, se dedicó a la búsqueda del Planeta X, con incógnita incluida. Él supuso que había algo más allá de Neptuno, ya que veía influencias de un objeto gigantesco en su órbita, como ya ocurrió con Urano. Ahora sabemos que estaba equivocado. Había un error en la medición de la masa de Neptuno, que no se corrigió hasta que apareció por allí la sonda Voyager 2 en 1989. Y a pesar de todo, y esta es una lección que debemos aprender, amigos, su teoría errónea llevó al descubrimiento de Plutón. Lamentablemente murió repentinamente sin su teoría verificada y sin ningún planeta encontrado.

Clyde Tombaugh tomó su relevo y siguió los pasos de Lowell desde su observatorio en Arizona y allí apareció en 1930 un nuevo planeta. En realidad esto no es mover un telescopio y encontrarse un punto como quien encuentra un mosquito en una pared gigante de gotelé. Con un microscopio de parpadeo se compararon varias fotos realizadas en distintos días. Y sí, aquella piedra respondía a la definición que se tenía entonces de planeta. Sería el primero, y esto es un dato importante, descubierto por estadounidenses. Allí estaba aquella piedra lejana que daba vueltas alrededor del sol. Ahora Plutón está clasificado como un planeta enano, pero en aquel entonces para los americanos fue como descubrir un nuevo continente y un paso más en la prehistoria de lo que se denominaría “la Conquista del Espacio” durante el Siglo XX.

Por supuesto Clyde Tombaugh fue tratado como un héroe hasta su muerte en 1997. En un detalle que algunos les parecerá un poco macabro, la mediática sonda New Horizons, que ha viajado a mayor velocidad que ningún otro objeto creado por el hombre, lleva en su interior parte de las cenizas de Clyde Tombaugh. Si estuviéramos cabalgando la New Horizons, a millones de kilómetros de aquí, podríamos leer esta inscripción en esa urna funeraria interestelar: “En el interior están los restos del estadounidense Clyde W. Tombaugh, que descubrió Plutón y la tercera zona del sistema solar. Hijo de Adelle y Muron, esposo de Patricia, padre de Annette y Alden, astrónomo, profesor, equivoquista y amigo: Clyde W. Tombaugh (1906-1997)”.

Volvamos a 1930. Ya tenemos una piedra más en el mapa de la galaxia. Hablando de ese mapa, todos hemos visto cómo se representa el Sistema Solar en los libros de texto o en esas maquetas en las que en el centro está el Sol y alrededor los planetas.Digamos que la escala no está muy bien realizada. Para que te hagas una idea, si la Tierra fuera del tamaño de una canica pequeña, del tamaño de un guisante, Júpiter se encontraría a 300 metros en esta escala. Y Plutón sería una cuarta parte de un perdigón a dos kilómetros y medio de nuestra canica azul. Espero que te hagas una idea de la enormidad de la distancias y del gran vacío que hay en nuestra galaxia [a veces pienso que el Sistema Solar se debería llamar Sistema Soledad, para acercarse a la silenciosa realidad del espacio].

En fin, hay que poner nombre a la nueva piedra. El Observatorio Lowell, como descubridor, tenía el derecho de nombrar aquel nuevo planeta. Ya estábamos en un mundo mediatizado así que la noticia acaparó los titulares de los periódicos de todo los países y en Arizona se recibieron miles de sugerencias. Y aquí es cuando aparece nuestra secundaria de hoy.

VENETIA BURNEY (1918-2009) era una niña inglesa, de Oxford, que en cuando se publicó el descubrimiento contaba tan solo con 11 años. Su abuelo, que trabajaba en la Universidad de Oxford, le leyó el artículo de The Times que informaba del hallazgo de un nuevo planeta. Nuestra niña, sin pensarlo demasiado, propuso Pluto, el dios romano del inframundo [¿inframundo se escribe con mayúscula? Perdón si he ofendido a alguno de sus habitantes, los inframundianos]. Y se le ocurrió porque Pluto podía aparecer y desaparecer, como hacía ese planeta que parecía haber jugado con los astrónomos durante décadas. Si ahora una niña de 11 años nombra a cualquier habitante del inframundo lo primero que haríamos sería llamar a un exorcista, pero su abuelo no. Trasladó la idea al profesor de Astronomía de Oxford, Herbert Hall Turner, y éste a sus colegas americanos.

El 24 de marzo de 1930 había tres nombres finalistas: Plutón, Minerva y Cronos

El 24 de marzo de 1930 había tres nombres finalistas. Plutón (Pluto para los angloparlantes), Minerva (divinidad romana que sonaba bien pero que ya había dado nombre a un asteroide) y Cronos (titán de la mitología griega hijo de Urano y con Saturno como equivalente Romano). Este último nombre habría podido triunfar y cambiar nuestros libros de texto, pero fue propuesto por Thomas Jefferson Jackson See, un astrónomo de mala fama que coleccionaba denuncias por plagio, teorías equivocadas y un erróneo pero furibundo ataque a la teoría de la relatividad de Einstein. Plutón ganó por unanimidad y Venetia Burney se llevó 5 libras como premio [la ciencia siempre ha estado mal pagada]. Otra característica también fue vital para la elección de este nombre y que llegara a la gran final: empezaba por PL, las iniciales de Percivall Lowell. Aquel hombre que aunque estuviera equivocado hizo que se descubriera otra piedra más en nuestra galaxia.

Como consecuencias o derivadas del nombre de Plutón vamos a destacar al popular perro naranja del ratón Mickey, aunque Disney nunca lo confirmó [no te fíes nunca de un ratón que es más grande que su propio perro]. Más importante fue el bautismo de un nuevo elemento en la tabla periódica. Como los anteriores habían seguido denominaciones planetarias –uranio y neptunio-, el elemento 94 se bautizó como plutonio. Y menos mal que no se eligieron las propuestas de ultimio o extremio, ya que se creía erróneamente que sería el último elemento de la tabla. Así que cuando escuches hablar de plutonio [en Irán lo hacen mucho], piensa también en nuestra secundaria. En un alarde del destino, el generador termoeléctrico de radioisótopos que da energía a la sonda New Horizons está alimentado por, wait for it, plutonio. Poético.

Venetia Burney, ya en sus últimos años, tuvo que ver cómo la comunidad científica degradaba a su planeta a la categoría de “planeta enano” (aunque todavía hay debate al respecto, apoyado sobre todo por sus descubridores, los estadounidenses). Al ser preguntada por esto, en un alarde de practicidad, respondió: “A mi edad este debate me es indiferente, aunque supongo que preferiría que siguiera siendo un planeta”. Murió en 2009, con el New Horizons ya camino de Plutón, pero se puede afirmar que desde 1987 surca el espacio ya que el asteroide 6235 se apellidó Burney en su honor.

Muchos héroes populares de la actualidad son llamados estrellas o astros, pero ninguno como Venetia podrá poner el nombre a un planeta, aunque sea enano.

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