Llamémoslo «realismo mágico», si así nos quedamos más tranquilos. Pero haberlos, haylos. Pintorescos algunos, siniestros otros, minoritarios todos, en la muy republicana América Latina existen movimientos dispuestos a instaurar la monarquía en sus respectivas naciones, ya sea devolviendo sus tierras al “legítimo rey” Felipe VI, ya sea eligiendo a sus propios reyes de entre sus príncipes nacionales.

Entre los casos más estrafalarios llama la atención el Partido Monárquico de Uruguay (PMU), una formación que se define a sí misma como “de índole ultraconservadora, fascista y monárquica que tiene como objetivo establecer una monarquía constitucional en Uruguay”. Se trataría de una monarquía electiva “cuyo Rey, al que llamaremos como Gran Rey de todos los orientales, será elegido por un Consejo de la Nación, integrado por todos los príncipes uruguayos, religiosos y seculares”.

Acérrimo defensor del Imperio español, el PMU, que asegura que en Uruguay existen nada menos que 32 «casas reales», ha elaborado su propia bandera nacional, en cuyo vértice superior izquierdo figura, en lugar del sol de la actual enseña republicana, la Cruz de San Andrés, el emblema borgoñón de los Austrias.

El Partido Monárquico Uruguayo aspira a un «Estado integrista teocéntrico» para la «raza jafetita»

Entre sus grandes propuestas, el PMU defiende un “régimen confesional católico y teocéntrico” a través de “un Estado autoritario e integrista”. La nación, según este partido, se define “por la religión católica y por la raza jafetita, aria o blanca”, lo cual, advierte, no conllevaría “ninguna discriminación negativa ni acción violenta” contra los no católicos y los no blancos porque “nosotros somos pacíficos y misericordiosos con nuestros semejantes”.

Asimismo, el partido aboga por la derogación del aborto y de la homosexualidad y por la restitución de las tierras “a estancieros aristocráticos feudales de Uruguay” a fin de “restablecer el respeto popular hacia los títulos de nobleza”. «Allá van leyes donde quieren reyes», que decía el viejo refrán castellano para este tipo de historias.

El Movimiento Monárquico Argentino (MMA), creado en 1987 y cuya puesta de largo fue un reportaje de Caiga quien Caiga, no está formado por “cuatro gatos”, como diría el dicho, pero sí lo conforman cuatro o cinco personas (aunque ellos aseguran que tienen 500 amigos en Facebook) que suelen reunirse en una pizzería de Buenos Aires para conspirar en favor del establecimiento de una monarquía que «divida el excesivo poder del que goza todo presidente», según declaró Mario Carosini, el cofundador y presidente del MMA, a la agencia de noticias argentina Télam.

«Yo no soy monárquico por tradición, no me importan los títulos de nobleza, no los tengo y no quiero ser rey», aseguró Carosini, quien explicó que el futuro monarca argentino sería elegido mediante “un sistema completamente práctico, el que mejor convenga, y después de un debate sobre los intereses de la nación Argentina». 

«Somos españoles, aceptémoslo con orgullo», afirma el Partido Realista de Chile

Otro ejemplo señero de monarquismo es el muy pintoresco Partido Realista de Chile, cuyos integrantes se declaran súbditos del “legítimo rey”, en referencia a Felipe VI, y cuyo emblema es el escudo borbónico del siglo XVIII rodeado del Toisón de Oro. “Somos españoles, aceptémoslo con orgullo”, manifiestan sus integrantes en su blog, en el que exponen un programa cuyo principal objetivo es “unir a los pueblos de la Hispanoamérica bajo un solo Imperio”.

En México, el único país latinoamericano que dispuso de monarcas propios tras independizarse de España (un caso diferente es el de Brasil, cuya secesión de Portugal se produjo por vía dinástica, sin ningún “libertador” al uso), los monárquicos abundan. Es el caso de la Asociación Monarquista Mexicana, que defiende una monarquía “de carácter parlamentario y liberal” a cuyo frente debería figurar “un Emperador que funcione como jefe de Estado de Nuestra Nación”y  que recoja el legado de “Sus Majestades Imperiales don Agustín Cosme Damian de Iturbide y Aramburu y don Fernando Maximiliano José de Habsburgo-Lorena y Wittelsbach”.

Su Majestad Cesárea Agustín Damián, nacido en 1982, es el emperador de la América Mexicana

El ejemplo más sorprendente (y sin el menor desperdicio) de monarquismo en México es el Anáhuac o “Imperio de la América Mexicana”, un proyecto surgido en diciembre de 2010 bajo los principios de “Monarquía, Independencia y Unión” y cuyo objetivo es constituir una ”monarquía constitucional moderada” y una federación de “micronaciones de habla hispana” regida por un “régimen polisinodial , corporativo y electoral censitario”. 

A su frente figura “Su Majestad Cesárea” Agustín Damián, “por la Divina Providencia y los Pueblos del Anáhuac, Emperador Constitucional de la América Mexicana, Generalísimo Almirante, Protector del Micronacionalismo de la América Mexicana, Cabeza de todos los Anahuacenses”, y así, hasta completar una larguísima lista de disparatados títulos digna del mejor Jardiel Poncela.

El emperador, cuyo nombre completo es Caín Damián Romero-Rubio Villaseñor de Ovando y Sánchez de Lara, nació el 7 de julio de 1982 en la ciudad de Puebla de los Ángeles, según informan sus incondicionales. De religión luterana y licenciado en Derecho, fue «coronado Gran Duque de Puebla de los Ángeles el 21 de julio de 2010» y elegido emperador de la América Mexicana el 24 de marzo de 2011. «Su solemne coronación imperial tuvo lugar el 16 de abril de 2011».

Por si fuera poco, en México también existen (o así consta en Internet) el Partido Monárquico Mexicano, el Partido Monárquico Constitucional y el siniestro Frente Nacionalista de México, una organización neonazi surgida en 2006 y presidida por Juan Carlos López Lee, que defiende la refundación del Imperio Mexicano mediante el restablecimiento de la monarquía y la reconquista de los territorios del antiguo Virreinato de Nueva España, incluidas las tierras ocupadas por Estados Unidos tras la guerra de 1846-1848 y las que corresponden a las actuales repúblicas centroamericanas.

 

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