El boom de los programas de cocina o el de reformas en el hogar tienen detrás algo más que un formato exitoso para resultar rentables. El objetivo es que pasemos más tiempo en casa pero que sigamos consumiendo. Y para convertir nuestra casa en un reino… hay que desear cosas que no tenemos (y no queríamos tener). La ley más básica de la publicidad.

La Sexta se apunta ahora a los docu-reallities de reformas de casas, La escuela de decoración. Por supuesto con una firma que patrocina el cambio de vida. El asunto no es baladí. Los programas canadienses y americanos que han invadido nuestras teles temáticas han propiciado una auténtica revolución en nuestro concepto estético y nuestra demanda. ¿Porqué hay que tener una isleta en la cocina? ¿Quién se ha inventado que tiene que desaparecer el comedor y la cocina tiene que estar integrada en el salón? ¿Qué podemos pensar de unas cocinas que parecen salas de autopsia? Oscuras, metálicas y con un grifo-mangera que en mi cultura televisiva me transportan en un flash a la morgue de CSI.

Esa tendencia, la del cooconing, ya la apuntaba el libro Tendencias, de Ira Matathia y Marian Salzman, publicado en el año 2000. Nos quieren confinar a nuestro pequeño reino. El hogar como refugio. «My home is my castle». Y necesitamos espacios abiertos para no sentir claustrofobia en ese encierro autoinfligido. Estas modas, tienen su sentido en países donde el invierno dura ocho meses y es de una gran crudeza. De toda la vida en España, el salón de uno es el bar de la esquina. Y la cocina tiene puerta para no tener que fregar todo el día.

Esas cocinas, nuevos puntos de reunión familiar y social, se convierten en una oda a la gastronomía. Y aquí es donde la conspiración se ensambla con el despliegue de programas culinarios. De toda la vida, lo educado era no hacer mención a lo que uno estaba ingiriendo. Ahora hay que elaborar una tesis cuando no que soportar a un cretino que te da una conferencia sobre lo que vas a deglutir. Por un lado, la radio vomita anuncios de quema-grasas milagrosos y nos bombardea con la operación primavera-verano-otoño-invierno. Y con las mismas, ya no podemos cenar una tortilla francesa con pan con tomate.

Son programas que convergen en un nuevo plan de vida. «Como en casa, en ningún sitio». Y lo que tengas que hacer, lo haces desde tu ordenador. Y es que metidos en casa, estamos todos más ordenados y tranquilos. Especialmente, con el dinerete que nos darán después de vender nuestro trastero…(¿les suena el formato?).

Estos espacios nos inoculan deseo de consumir como los paises hiper desarrollados cuando lo que somos es unos hiper paletos. Confundimos publicidad y propaganda y parece que en lugar de programar una parrilla televisiva, el reto es programar cerebros para que sean previsibles.

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