Solo un partido a la derecha de PP/AP ha logrado entrar en el Congreso en 37 años de democracia: la Unión Nacional de Blas Piñar en 1979. La ola de euroescepticismo, xenofobia y populismo que ha hecho avanzar a la ultraderecha en la UE no afecta a las instituciones españolas.

Blas Piñar, de 1979 a 1982. Ese ha sido el único representante de la extrema derecha en el Congreso de los Diputados en 37 años de democracia. Después de casi cuatro décadas de régimen militar dictatorial, la ultraderecha desapareció del mapa político y a día de hoy no se atisba el despegue de ningún proyecto en ese espacio ni a corto, ni a medio ni a largo plazo. Y ello pese a que la crisis económica, la inmigración o el descrédito de la clase política suponen un caldo de cultivo inmejorable para las formaciones radicales, que sí tienen una implantación cada vez más importante en el resto de Europa, de Francia a Grecia pasando por Reino Unido, Alemania, Países Bajos o Suiza. ¿Qué es lo que mantiene a España, país de corta historia democrática, al margen de ese euroescepticismo/xenofobia/populismo?

“En la sociedad española hay gente de extrema derecha, como en cualquier otro país europeo”, analiza para SABEMOS el sociólogo Ignacio Varela. Este experto en análisis de opinión pública asegura que “hay personas que siguen sintiéndose emocionalmente vinculadas al franquismo”, así como están presentes “las mismas corrientes que identifican a lo que denominamos extrema derecha en Europa: xenofobia, nacionalismo, autoritarismo, antieuropeísmo, negación de la diversidad”. Además, España suma “la influencia del nacionalcatolicismo”, que pese a ser “claramente declinante, sigue siendo mayor que en otros países europeos”. ¿Por qué esa realidad sociológica no se refleja en el sistema de partidos? Ahí estriba para Varela “el factor diferencial”, que se explica por “el peculiar proceso de organización de la derecha española durante la Transición”.

Los partidos de extrema derecha españoles no han renovado su discurso y siguen vinculados a un franquismo más que superado por la sociedad

Los poderes fácticos del franquismo se integraron en el sistema democrático, salvo una minoría irredenta con escaso respaldo social. La derecha se organizó para competir electoralmente a través de Alianza Popular -“fundada por varios exministros de Franco, su propósito no era dar continuidad a la dictadura pero sí condicionar la Transición y representar a los sectores sociales más apegados al régimen anterior”- y de la UCD, “en la que se juntaron el sector más reformista del franquismo y el más moderado de la oposición al régimen en torno al liderazgo de Adolfo Suárez”. La voladura de UCD entre 1979 y 1982, concluye Varela, dejó un amplio espacio a AP, que lo aprovecharía tras el proceso modernizador que impulsó José María Aznar para cuajar un proyecto que agruparía a todo lo existente a la derecha del PSOE. Un éxito que solo se ve amenazado hoy, 25 años después, con la irrupción de Ciudadanos.

Bajo el paraguas del PP se ha integrado, pues, la mayor parte de la extrema derecha sociológica, frustrando las posibilidades de los partidos que han pretendido competir por ese nicho. Para el 20-D, solo en algunas provincias han logrado presentar candidaturas formaciones como Falange Española de las JONS, Democracia Nacional o Familia y Vida, que cuentan todas sus citas electorales por fracasos. Ni siquiera Vox, la escisión derechista que sufrió el PP antes de las europeas de 2014, ha conseguido un mínimo de implantación. Ninguno de estos partidos tiene hueco ni en las Cortes Generales, ni en los Parlamentos autonómicos ni en los consistorios de las principales ciudades ni en la Eurocámara.

PxCat y España 2000

En los resultados de las últimas generales, celebradas precisamente en 20-N, hasta el puesto 18º no aparece el primer partido ultraderechista, la Plataforma per Catalunya (PxCat) de Josep Anglada. Este partido, surgido al albur de un movimiento antiinmigración catalán, vivió por entonces su época de mayor expansión. Unos meses antes, había obtenido 67 concejales en las municipales y se había quedado cerca de entrar en el Parlamento catalán. “Como otros proyectos del estilo, duró poco, se diluyó en cuanto se volvió a imponer el eje de independentismo sí o independentismo no como condicionante del voto” explica el historiador José Luis Rodríguez Jiménez, que tiene publicados varios libros e investigaciones sobre la extrema derecha española.

Si no acaba de cuajar ningún proyecto en firme a la derecha del PP, más allá de aventuras personalistas y efímeras, como la de Anglada o antes las de Jesús Gil o José María Ruiz-Mateos, es porque “la ultraderecha está absolutamente desprestigiada, no ha sabido renovarse ni adaptar su discurso, como sí ha hecho en otros países de Europa”.

El partido xenófobo de Anglada logró 67 concejales en 2011 y estuvo a punto de entrar en el Parlamento catalán

A juicio de este profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Rey Juan Carlos, los partidos españoles de ese espectro “están vinculados a un franquismo superado por la inmensa mayoría de la población desde hace mucho”. Algunos incluso conservan nombres que evocan a los tiempos oscuros de la Guerra Civil, como La Falange o Falange Española de las JONS. La ausencia de liderazgos reconocibles -desde Blas Piñar no han tenido un referente de peso-, las disputas y rencillas que mantienen entre ellos y el sistema electoral, que potencia el voto útil a las grandes formaciones, han terminado de hundirlos.

España 2000 es uno de los proyectos que ha tratado de refundar la extrema derecha en España, fijándose en el modelo de partidos como el Frente Nacional francés o el Partido de la Libertad austriaco y poniendo el foco en la inmigración. Pese a lograr alguna presencia municipal en Madrid y Valencia, en las últimas generales no pasó del puesto 26º, con apenas nueve mil votos (0,03%), guarismos parecidos a los que obtuvo en 2008. Esta vez ha decidido no concurrir, al igual que PxCat y el Partido por la Libertad, formación impulsada por Manos Limpias. Hace cuatro años, entre todas las fuerzas que cabe considerar de ultraderecha no alcanzaron ni el 1% de los sufragios.

El 1,2% de la población

Los españoles que se autoubican en la extrema derecha apenas representan el 1,2% del total, según el CIS, si bien los sociólogos coinciden en advertir que esa escala ha de abordarse con cautela. Parece claro que los ultraderechistas son bastantes más -no muchos menos del 4,5% que se coloca en la extrema izquierda-, aunque no lo manifiesten ante el CIS. “Es lógico, en una sociedad como la nuestra la gente no se considera extremista, tampoco se definen así esos partidos, que se dicen transversales o sin ideología, empezando por el Frente Nacional”, explica el profesor Rodríguez Jiménez. En efecto, uno de los eslóganes acuñados por España 2000 es “ni de izquierdas ni de derechas, somos españoles”, consigna que ya repetía el fundador de Falange, José Antonio Primo de Rivera, en los años 30.

Solo uno de cada cien españoles se declara de extrema derecha (CIS)

“No creo que haya espacio para la extrema derecha en España: no hay problemas con la inmigración, es un país muy europeísta y también muy tolerante en temas morales”, concluye el sociólogo Luis Arroyo, presidente de Asesores de Comunicación Pública. Arroyo también detecta “una vinculación evidente” entre los grupúsculos que pretenden hacerse un hueco en ese nicho y la dictadura, “y ahora mismo nadie quiere una dictadura militar, es algo absolutamente demodé, como tampoco la quieren en Francia, donde la ultraderecha está digamos más ‘civilizada’ y debe su éxito al crecimiento espectacular de la inmigración”.

A nivel social, su peso es igualmente irrelevante. La escasa actividad de la Fundación Nacional Francisco Franco o los actos que los partidos antes citados promueven son la única presencia que la extrema derecha tiene en el día a día. Cierto eco tuvo el llamado Hogar Social Ramiro Ledesma, que el Movimiento Social Republicano organizó en edificios ocupados de Madrid para repartir comida entre españoles necesitados, vetando a los extranjeros. La policía los ha ido desalojando de sus diferentes emplazamientos, a menudo coincidiendo con concentraciones callejeras que censuraban la xenofobia de la iniciativa.

La ultraderecha ya ni siquiera reúne a unos cuantos miles de nostálgicos a conmemorar la muerte de Franco y Primo de Rivera, como ocurría en los años 80 y 90, eventos que languidecen aún más desde que la Ley de Memoria Histórica prohibió la exaltación pública del franquismo y de la Guerra Civil. Igualmente, han ido desapareciendo las calles, bustos y monumentos que conmemoraban algún hecho o personaje de aquella época que, no obstante, siguen reivindicando los grupúsculos de extrema derecha, aunque algunos prefieran poner el énfasis en otros asuntos.

Los ‘ultras’ neonazis

Sí mantienen su actividad movimientos ultraderechistas violentos para los que la política es solo un instrumento más. Principalmente vinculados al fútbol, estos colectivos han sido objeto de numerosas redadas y operaciones policiales en los últimos años, sobre todo tras protagonizar altercados, agresiones e incluso asesinatos, como los del también hincha radical del Deportivo de la Coruña Jimmy o del joven izquierdista Carlos Palomino. Son grupos de neonazis que igualmente han sido incapaces de articular un proyecto político, pese a sus numerosos intentos.

En 2014 se registraron unos 4.000 incidentes y delitos de odio por parte de neonazis

Esteban Ibarra, presidente de Movimiento contra la Intolerancia, ha ejercido la acusación particular en varios juicios contra estos ultras. “Son grupos que van a más, tanto en número como en delitos y en gravedad de los crímenes, y presentan las mismas características que en el resto de Europa: xenofobia, antisemitismo, islamofobia y homofobia”, explica a este diario. La asociación de Ibarra tiene realizada una estimación de unos 4.000 “incidentes y delitos de odio, en su mayoría contra inmigrantes, personas sin hogar, judíos y homosexuales” en el año 2014.

Movimiento contra la Intolerancia destaca que los estadios de fútbol «han servido de vivero» a estas bandas, con la connivencia de clubes «de Primera, de Segunda y de Segunda B». Además, han aprovechado bien «las redes sociales e internet para difundir su discurso de odio, su propaganda y adoctrinamiento, que es la antesala de la acción, del delito».

Ibarra cataloga a estos grupos como un «tercer vector», violento y radicalizado, de un mismo espacio sociológico donde también se integra la «extrema derecha política, que intenta renovar su discurso y superar el franquismo, como España 2000 o Plataforma per Catalunya» y la «ultraderecha más a la europea, que establece vínculos con el NPD alemán o el Amanecer Dorado griego«, representada en Democracia Nacional o Alianza Nacional. No obstante, todos ellos «tienen vasos comunicantes, a menudo integrantes de un vector pasan a otro o están en dos a la vez». Aunque su activismo callejero va a más, «no consiguen una proyección política pública».

Mientras tanto, ven como el FN de Marine Le Pen se coloca a la cabeza en Francia -del 6,3% que sacó en las europeas de 2009 pasó al 25% en las de 2014- , el movimiento PEGIDA alemán reúne frecuentemente a miles de simpatizantes en las calles, Amanecer Dorado se consolida en Grecia y lo mismo hacen partidos homólogos en Hungría, Austria, Dinamarca, Finlandia, Bélgica, Bulgaria, Suiza o Serbia. En Reino Unido, la euroescéptica UKIP ganó las últimas elecciones europeas (26,77%), si bien en las generales bajó a la tercera plaza -el sistema electoral mayoritario solo le dio un escaño por sus cuatro millones de sufragios- y David Cameron revalidó mandato sin problema.

España aparece de momento a salvo de esa ola, circunstancia que puede ser apuntalada con el nuevo sistema de partidos que se avecina. Con cuatro formaciones llevándose entre el 10% y el 30% de los votos, el paso se le cierra aún más a la extrema derecha, que necesitaría una pobre oferta política para tratar de hacerse un hueco. En cuanto a la ultraderecha sociológica, es de esperar que siga camuflada en un PP al que Ciudadanos desplaza en el eje sociopolítico, comiéndole terreno por el centro. «Hagan como yo y no se metan en política», dicen que recomendaba Franco. Cuarenta años después y en contra de lo que les gustaría, sus herederos ideológicos siguen la consigna a rajatabla.

Imagen | Blog de Xavier-Rius

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