En la época presidencial de Felipe González hizo furor en la clase política española consultar a nigromantes, santeros, echacartas y demás adivinos de oficio para que nuestros próceres tantearan qué se les venía encima y dispusieran así de un margen de reacción. Fue el resultado de un agudo síndrome de ansiedad por lo incierto del porvenir, que pareció quedar trasnochado en las postrimerías del siglo XX al consolidarse España como un país próspero. Según me aseguran enviciados en el hábito , algunos de un nivel que les asombraría, la búsqueda de oráculos está resurgiendo con fuerza por la nueva etapa de incertidumbre que vivimos.

 

Uno de los más tocados por este miedo al futuro sería Pedro Sánchez, candidato del PSOE en las generales de diciembre, sobre quien mis fuentes auguran en 2016 para su carrera unos vaticinios preñados de mal fario. Y él lo sabe. Por tanto, o pega el pelotazo en 2015, o se arriesga a que le den la del pulpo y dos más. Tan claro como eso se lo habría cantado alguna Pitia que le inspira fe, según mi “garganta profunda”.

Tengamos en cuenta que los brujos de hoy pasan de leer en los hígados de los animales, no interpretan el vuelo de las aves, ni encadenan en serio las cartas del tarot u otras zarandajas de parecido rigor científico por las que justifican unos estipendios a veces escandalosos. Ni hablar. Utilizan esos paripés sólo como los obligados recursos escenográficos que toda representación requiere.

En realidad, los profesionales exitosos del agüero se basan en las mismas premisas que el agente del CNI, los departamentos de estudios de los grandes bancos y empresas o los analistas mediáticos: seguimiento sin desmayo de la información trascendida, y oportunos anticipos desde las sentinas de cada grupo que cuenta. De esas premisas extraen las conclusiones que exige la deducción más lógica. Es con esos mimbres como fabrican el cesto de sus profecías.

¿Y cuáles son los mimbres del mañana aún por tejer de Pedro Sánchez  que han llevado a su Sibila a ser pesimista en las predicciones? Repasemos algunos de los que están a nuestro alcance:

  • Las encuestas. No remonta ni a la de tres. La última, encargada por A3 después de las catalanas y difundida el lunes, 5 de octubre, en sus informativos, otorga al PP una intención de voto del 27 y pico por ciento, mientras que la socialista apenas traspasa el 21. Y Ciudadanos, creciendo casi 3 puntos, que en su mayoría proceden de los caladeros de la conocida como izquierda moderada.
  • El mensaje confuso. Sigue encerrado en mantras que nadie entiende (ni los incondicionales, aunque ellos lo finjan), tales como una nebulosa “reforma de la Constitución”, un Federalismo abstruso y gaseoso de los que hacen decir “áteme usted esa mosca por el rabo”, algunos absurdos económico-financieros  extraídos de las paridas buenistas de esos teóricos del despilfarro que son Pikkety, Krugman y Varoufakis…Y poco más, porque otras ofertas depende de dónde las haga para terminar significando una cosa y la contraria.
  • Las zancadillas camaradas. Hay momentos en que amainan, pero son un Guadiana que indefectiblemente reaparece, y con frecuencia crecido. Ayer le tocó a Ximo Puig, líder de su partido en Valencia y predicador, contra él en los últimos tiempos, del credo de Cataluña-nación. El eco que transmiten los barones zurdos, superado el no lejano cuestionamiento de su candidatura, siempre es el mismo: después de las generales, o ha ganado o “todo es revisable”. Sobre todo, la Secretaría General.
  • La levedad del mito Pablo Iglesias. Es cierto que en las catalanas eliminó de un papirotazo el pánico existente en sus filas a ser rebasados por Podemos, y le hubiese servido para afirmarse si no fuera porque Pablo Iglesias y su estado mayor llegaron a las mismas como un globo pinchado por las vanidades, las arrogancias, las incoherencias y la manifiesta hambre de poder a cualquier precio. En estas condiciones, tiene escaso valor, incluso a los ojos más que benévolos de sus hipotéticos incondicionales, el haberlos superado. Si hubiese sido al revés, dudo que el apellido Sánchez apareciese siquiera encartelado en la propaganda que en diciembre cubrirá España de arriba abajo.
  • La alargada sombra de Ciudadanos. Según la encuesta de A3 ya citada, el estirón de C´s desde el “plebiscito” catalán se nutre en un tercio del PP, pero el resto se lo fagocita al PSOE. Y eso sí que debe ser motivo de espanto para Sánchez y su núcleo de confianza (no tanto, aunque también, para quienes esperan a ver sus piños clavados en el suelo y sucederle), porque Rivera y los suyos (sobre todo, sus chicas, Arrimadas y Villacís) aparecen un día sí y otro también abriendo periódicos y noticiarios con ideas, aportaciones (la última, la de que los embajadores españoles tengan que ser aprobados por el Congreso para evitar más Casos Wert ha caído de cine entre el personal) y, sobre todo, transmitiendo una impresión de limpieza, ilusión y juventud que da envidia.

Como consecuencia de todo esto, el oráculo de Pedro Sánchez le anuncia bastos para diciembre y garrote puro en enero, si no hay milagro. De ahí que se haya convertido casi en una amenaza para lo que queda de estabilidad en España por su empeño en llegar como sea, prometiendo lo que sea, aliándose hasta con el diablo si es necesario. Un político inmaduro que ha probado con la punta del dedo las mieles del poder pero sin alcanzar a  degustarla en cucharilla es un peligro sobre dos zapatos. De ahí a terminar como un Zapatero bis, pero en un país sin posibles, queda un paso.

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