Mondo Lirondo es agotador. Es el perfecto reflejo de un impulso muy juvenil, el de intentar demostrar de una sola tacada todo lo que uno es capaz de dar de sí. Como si no hubiera más oportunidades. Ese tan adolescente sentimiento de vivir cada momento como si fuera el último se plasma aquí con toda su gloria y toda su miseria, en un metajuego que podríamos calificar de complejo y enrevesado si no hiciera de la intrascendencia y el cachondeo inane casi una bandera.

El tomo que reedita ahora ¡Caramba! Comics es prácticamente idéntico, salvo por el lavado de cara en el diseño, del que en su momento editó Glénat recopilando los ocho números originales del mítico fanzine catalán. ¡Caramba! lo acompaña, a gusto del lector, con una secuela mondolirondista, de la que hablaremos en otra entrega de Desorden Mental. Hoy nos quedamos con el agotador tour de force que suponen el puñado de números clásicos recopilados en este integral.

Mondo Lirondo nació en un momento dulce para la autoedición en España. Los gastos de impresión y la red de distribución por métodos aún analógicos se habían sofisticado lo suficiente como para que los viejos fanzines por fotocopias dieran un paso adelante y, en muchos casos, se convirtieran en prozines: ni revistas ni fanzines, y en el caso de Mondo Lirondo, con una calidad completamente profesional. Lo que hizo La Penya (un grupo de estudiantes de Bellas Artes aburridos con las clases, formado por Albert Monteys, Alex Fito, Ismael Ferrer y José Miguel Álvarez) fue tomar como punto de partida uno de los registros clásicos de humor dibujado, los funny animals o animales antropomorfizados y pisar el acelerador del desmadre, la parodia y lo meta: los atracadores el elefante Antonio, la termita Ricardo y el murciélago Enrique, los amantes Fray (pollo) y Gazmoño (limón)… todos atrapados en una delirante trama criminal.

Como siempre en estos repartos corales, la auténtica genialidad surge en los personajes secundarios (el editor de la propia Mondo Lirondo, Bosco Steinhein; o Jack La Piedra, impertérrito mineral de inesperado carisma) y en los experimentos desmadrados (las portadas llenas de referencias, las imitaciones de otros lenguajes como el periodístico o el publicitario, las tiras en formato cadáver exquisito, las rupturas de la cuarta pared, los momentos más afortunados de su narrativa a lo vidas cruzadas…

El resultado es una amalgama que conviene consumir como fue planteada: en ocho pequeñas dosis que dejen con ganas de más. De otro modo, como sucede con cualquier obra fruto del ímpetu juvenil y la imprudencia universitaria, puede empachar. Y aún así, sin embargo, su sentido del humor explosivo y desprejuiciado es refrescante en estos tiempos de prudencia y trazos cool digerible por revista de tendencias. Mondo Lirondo, aún con su tapa dura y su papel de lujo, sigue siendo una explosión de energía punk capaz de espabilar a un muerto.

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