Una entrevista tras otra, Noguera insiste en que los volúmenes de sus ideas (cuarto con Blackie Books, quinto en total si contamos Hervir un oso junto a Jonathan Millán, recién reeditado el primero de todos ellos – Ultraviolencia – con motivo del cuarto aniversario de su publicación) son intercambiables.

Como sus Ultrashow, son amalgamas de ideas que se superponen, complementan y repelen y que funcionan bien como píldoras de demencia que nadie ha pedido, bien como arrebatos de inesperada lucidez onírica. Noguera bromea -o no, cómo saber a ciencia cierta si el humorista español que más ha hecho por tensar los límites conceptuales del humor desde Chiquito de la Calzada está o no de coña- diciendo que su objetivo vital es encontrarse con setenta años y cuarenta libros absolutamente intercambiables entre sí.

Sin embargo, en La vieja tigresa… se detecta una evolución lentísima (ya se apuntaba en algunos elementos, como mínimo, en sus dos volúmenes anteriores) que los gourmets de Noguera del futuro paladearán y sobreanalizarán. Va más allá de sus habituales ideas conceptuales, protagonizadas por seres anónimos sin personalidad ni más rasgos que los funcionales. Se trata de una observación y ampliación de una realidad específica, tan cercana y tangible como la de los programas de televisión inanes (reality shows, programas de cotilleo de Tele 5, Cuarto milenio) o carteles y situaciones que Noguera encuentra en la calle y fotografía.

Hasta ahora (mucho más en sus primeros Ultrashows y libros) Noguera partía siempre de explicar una situación abstracta, descontextualizada -”Cristo mal”, ese mito-, pero ahora, cada vez más a menudo, y sin dejar de lado su canon clásico de ideas, es más profuso en las explicaciones, desarrolla una prosa descriptiva a base de pequeños punteos rítmicos, interjecciones, reflexiones inconexas que casi le conectan con las vanguardias humorísticas del siglo pasado. Es más conciso, y esa concisión da un giro cuando utiliza imágenes de Rosa Benito en Sálvame o, en uno de los momentos más gloriosos de La vieja tigresa, al Pequeño Nicolás en una reunión importantísima con la mirada perdida, mientras los próceres que le rodean parecen pensar “Este chico lo ha petado, no somos nada para él”.

El secreto del magnetismo del privadísimo mundo de Noguera está en cómo nos ofrece unas gafas para que contemplemos el mundo y de cuyos cristales ya no nos podremos desprender. Una vez el espectador o lector ha sido noguerizado, entenderá la realidad bajo su prisma, cada vez que alguien grite “Me puede abrir” desde el fondo del autobús lo verá como el De Profundis del pueblo llano. Y ahora, con el suave giro que han dado sus fuentes, su obsesión por lo más vacío y, a la vez, cercano de la televisión, la radio y la prensa, con su prosa cada vez más milimétrica y concisa, la noguerización de la realidad prosigue implacable.

Veremos dónde estamos dentro de cuarenta libros.

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