Juego sucio , la investigación de Declan Hill sobre los arreglos en el fútbol mundial, cobra actualidad estos días en España.

Esta semana el diario ‘El Mundo’ desveló el presunto amaño del partido Paterna – Castellón (1-2), de Tercera División, jugado en diciembre. Los indicios de fraude son muy sólidos: el volumen de apuestas creció exponencialmente, como es habitual cuando hay arreglos; las cuotas evolucionaron durante los 90 minutos ajenas a toda lógica; y el vídeo del partido deja algunas imágenes para la antología del disparate. Gran parte del dinero se apostó bajo la modalidad de hándicap asiático, lo que según el citado diario hace pensar a los expertos que el asunto se cocinó muy lejos de la Comunidad Valenciana.

En Asia, hace un cuarto de siglo, se produjo un escándalo que años después llamó la atención de Declan Hill, periodista y documentalista canadiense especializado en este submundo del balón. Hill comenzó sus investigaciones a raíz de la Superliga conjunta que las federaciones de Malasia y Singapur crearon en 1989, y que resultó un imán para las mafias. Cinco años después, cuando las autoridades entraron a investigar el asunto, detectaron amaños en el 80% de los partidos.

Hill ha publicado varias investigaciones sobre el asunto, una de las cuales (‘The fix’) llegó a España en 2010 con el título de Juego sucio. Seguramente con menos nombres propios y pruebas de lo que a todos nos gustaría, desvela las prácticas de esas redes mediante sus propias charlas con futbolistas, árbitros, dirigentes y mafiosos (muchas veces, los entrevistados pertenecen a varias categorías a la vez).

Colocar una apuesta en el mercado preciso y en el partido oportuno puede multiplicar el dinero del apostante en cuestión de hora y media. Y al contrario de lo que se pueda pensar, a veces basta con tener uno o dos cómplices entre los 23 que saltan al campo. Ni siquiera se trata de adivinar quién ganará o el resultado exacto. Basta con un par de defensas que, cuando sea posible, despejen a córner hasta alcanzar el número deseado de saques de esquina.

En uno de los capítulos de Juego sucio, Hill explica el proceso. Los jugadores corruptos de las ligas asiáticas cuentan con unos “recaderos independientes” que trabajan en su nombre y cuya función es escuchar a los amañadores. Es gente con acceso a los futbolistas -exjugadores del club, asiduos de discotecas…- que traba amistad con ellos, averigua sus puntos débiles e identifica cuáles son corrompibles y a cambio de qué. En el momento de hacerles pasar al lado oscuro, los amañadores se hacen acompañar de amigos comunes y les hacen creer que antes que ellos hay muchos que han dado ya el paso, incluidos sus entrenadores y dirigentes; así no sólo se dotan de un aura de legitimidad, sino que evitan que los futbolistas corran a contárselo a sus jefes. El tono es positivo, y nada en su lenguaje hace entender que se vaya a hacer algo ilegal. A veces incluso comienzan pagándoles primas por victorias ya conseguidas, que los jugadores reciben de buen grado y con la conciencia limpia, sin darse cuenta de que han dado el primer paso y que los siguientes pagos no serán por cumplir con su labor, precisamente.

Hill asegura que muchos aficionados han reaccionado mal a sus investigaciones y prefieren seguir con los ojos cerrados o pensar que eso sólo sucede en ligas remotas que no interesan a nadie. Aunque la mayor parte del trabajo de Hill se centra en Asia, los casos son cada vez más frecuentes en el fútbol europeo, incluida España. ¿Será posible que el fútbol más profesionalizado del mundo quede al margen de una forma tan fácil de hacer dinero?

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