El proyecto EME-Mar estudia las interacciones entre biodiversidad, suministro de servicios ecosistémicos marinos, las presiones antropogénicas y las estrategias de gestión de áreas marinas. Foto: INWET-UAM/ CIBC

Una investigación reciente centrada en el Golfo de Cádiz y el Mar de Alborán ha expuesto las conexiones entre las presiones humanas, la pérdida de biodiversidad, la prestación de servicios ecosistémicos y las estrategias de conservación y gestión implementadas en los ecosistemas marinos. Los resultados, publicados en la revista Sustainability, son alarmantes: la biodiversidad en ambas áreas marinas ha estado en constante declive durante las últimas tres décadas.

Este estudio se inscribe en el marco del Proyecto EME-Mar, con la participación de la bióloga Paloma Alcorlo del Centro de Investigación en Biodiversidad y Cambio Global (CIBC-UAM), en colaboración con un equipo de científicos de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), la Universidad de Murcia y la Universidad Rey Juan Carlos. El proyecto cuenta con financiación de la Fundación Biodiversidad.

  “Nuestra hipótesis de partida era que las presiones antropogénicas intensifican la pérdida de biodiversidad marina y reducen los correspondientes servicios ecosistémicos», explica Alcorlo. «Para ello, utilizamos un enfoque de modelización integrada y seleccionamos 60 indicadores a nivel regional, nacional e internacional que nos proporcionaron información a largo plazo del periodo entre 1985 y 2019”.

“Nuestros resultados —agrega la investigadora— evidenciaron una disminución de la biodiversidad marina y de sus servicios ecosistémicos, a pesar del creciente número de respuestas aportadas por la sociedad que son insuficientes y/o necesitan más tiempo para surtir efecto».

Los océanos, que cubren más del 70% de la superficie de la Tierra, proveen una variedad de «servicios ecosistémicos». Estos son los beneficios derivados del propio funcionamiento del ecosistema marino, por ejemplo: la provisión de alimentos y la generación de oxígeno, así como el papel crucial de estos en la regulación del clima al absorber dióxido de carbono e influir en los patrones meteorológicos.

La importancia de estos servicios para las poblaciones humanas ha crecido exponencialmente durante el último siglo. Sin embargo, el avance tecnológico y social ha permitido la explotación de ecosistemas costeros y marinos, resaltando la necesidad imperante de estrategias para contrarrestar esta tendencia.

Políticas de conservación: un desafío pendiente

En 2018, la industria pesquera mundial alcanzó un hito histórico al capturar 96,4 millones de toneladas de peces marinos, moluscos, crustáceos y otros invertebrados, con al menos el 34,2% de las poblaciones mundiales evaluadas sobreexplotadas. Esta situación se agudiza en el Mar Mediterráneo: según el Comité Científico Técnico Económico de la Pesca de la Comisión Europea (CCTEP), el 83% de las poblaciones de peces evaluadas están sobreexplotadas.

La creciente conciencia científica y social sobre la precariedad de los océanos y la biodiversidad marina ha impulsado la creación de áreas marinas protegidas (AMP) en todos los océanos del mundo. Estas áreas se caracterizan por tener objetivos de protección establecidos y limitar las actividades pesqueras permitidas, centrando esfuerzos en la conservación. Sin embargo, a pesar del incremento constante de normativas y políticas de conservación, los esfuerzos para proteger la biodiversidad marina aún no alcanzan lo necesario.

«Esperaríamos que las políticas de gestión implementadas pudieran mitigar la intensidad de las presiones antropogénicas que desencadenan la pérdida de biodiversidad en el Golfo de Cádiz y el Mar de Alborán. No obstante, según nuestros hallazgos, no han tenido el efecto protector deseado de garantizar una recuperación a largo plazo de las poblaciones y una pesca sostenible», afirma Alcorlo.

Un enfoque ecosistémico

El estudio deja entrever que las estrategias de conservación actuales pueden ser insuficientes o ineficaces, o que existen otros factores en juego en el declive. Entre las posibles razones, figuran la incapacidad de mitigar la pérdida de biodiversidad, las políticas ineficientes por falta de conocimiento o interés político, y el diseño y tamaño inapropiados de las AMP.

El trabajo señala otros factores de estrés que contribuyen a la pérdida de biodiversidad y que no están cuantificados oficialmente, como la extracción por parte de embarcaciones de pesca deportiva, el comercio de pescado en el mercado negro, la pesca de subsistencia, la pesca artesanal no registrada y la pesca furtiva.

Por último, los investigadores del proyecto EME-Mar destacan que “gestionar la pesca de una manera sostenible que permita la producción de alimentos de alta calidad, al igual que garantizar ingresos y medios de vida para las sociedades que dependen de la pesca, a la vez que se minimizan los efectos negativos sobre la biodiversidad, son desafíos ineludibles».

Por ello, concluyen los autores, es fundamental adoptar un enfoque ecosistémico que conecte las necesidades y los impactos humanos con el estado de la biodiversidad y su conservación, «permitiendo un proceso de toma de decisiones integrado a la hora de gestionar los ecosistemas costeros y marinos».

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