“Algo es gracioso cuando altera el orden establecido. Toda broma es una pequeña revolución”. Las palabras son de George Orwell. El escritor, recreador de un universo represivo que se ha convertido en un paradigma de la anulación humana, era consciente del poder del humor. La eficacia de Erasmo de Rotterdam para “no dejar títere con cabeza” entre las instituciones más sagradas del momento estribaba, precisamente, en su capacidad para burlarse de ellas. La crítica más dura, por muy necesaria que sea, en ocasiones ayuda a reforzar el poder, pero la burla lo deja en ridículo y, en el sentido más erasmista, revela su locura y su estupidez.

Franz Danimann fue un jurista austríaco, fallecido hace dos años, que no sólo conoció la peor cara de la represión nazi, sino que se convirtió en uno de los líderes de la resistencia entre los prisioneros del campo de Auschwitz. Obviamente, un hombre como él no se podía tomar a broma el tema del nazismo, pero eso no le impidió desahogarse con humor y recopilar en un libro algunos de los chistes que circulaban en la época contra el régimen de Hitler.

“Debido a que en el extranjero se afirma que los nazis no tienen sentido del humor, el Ministro de Propaganda del Reich, Joseph Goebbels, ha instaurado un concurso para el mejor chiste político», reza uno de los chistes. «Se han establecido los siguientes premios. Primer premio: cinco años de prisión. Segundo premio: tres años en el campo de concentración de Dachau. Tercer premio: visita a los sótanos de la sede de la Gestapo, con el consiguiente interrogatorio”, añade.

“De un ensayo escolar: los judíos querían destruir la cultura alemana y arruinar totalmente nuestra Patria. Pero nuestro Führer Adolf Hitler se les ha adelantado”, se lee en otro de los charcarrillos recogidos por Danimann, y recientemente publicados en castellano por el historiador español Francisco Miguel de Toro Muñoz en un extraordinario artículo.

 

 

No son pocos los españoles mayores de cincuenta o cincuenta y cinco años (como poco) que recuerdan cómo, incluso en los colegios, se cuchicheaban los chistes sobre Franco como si fueran la mayor osadía del mundo. La sola aparición de la palabra “Franco” elevaba la gracia del chiste, fuera malo o bueno.

Un francés, un alemán y un español se habían reunido para hablar sobre los avances ortopédicos en sus respectivos países. “Nosotros, a un atleta sin una pierna le pusimos una pierna de metal y ahora es campeón de los cien metros”, dijo el primero (con un marcado acento francés). “Nosotros, a un hombre sin brazos le pusimos dos brazos de bronce y ahora es campeón de halterofilia”, dijo el segundo. “Pues nosotros, a un hombre sin cabeza le pusimos un melón y ahora es Caudillo de España”, dijo el español.

 

Frasco, Frasco, Frasco, Arriba Es Piña

 

Con cualquier político de la democracia el chiste hubiera sido igual de gracioso, pero no hubiera causado, ni mucho menos, tantas carcajadas cómplices como aquéllas. Las viejas leyendas urbanas creadas en torno a los apócrifos (e imposibles) chistes de La Cordoniz (el célebre “Reina un fresco general procedente de Galicia”, el crucigrama “Frasco, Frasco, Frasco, Arriba Es Piña” o la portada con el lema “Bombín es a bombón, como cojín es a equis. Y nos importan tres equis que nos cierren la edición”) revelan toda la energía contenida de un país que pugnaba por estallar de risa.

 

Portada de Chumy Chumez expedientada por «injurias a la patria»

 

Un caso parecido lo vivieron los chilenos en los últimos años de la dictadura de Pinochet, en los que el humor fue un factor que ayudó a socavar el miedo. «‘¿Qué piensa usted del presidente Pinochet?’, pregunta un agente a un civil. ‘Estee, lo mismo que usted’, responde. ‘Pues entonces queda detenido'».

Los Hermanos Mostacho

El humor, como la represión, no pasan nunca de moda, afortunadamente en el primer caso y por desgracia en el segundo. En 1996, un grupo teatral satírico birmano, los Hermanos Mostacho, actuó frente a la vivienda de la histórica dirigente opositora Aung San Su Kyi. Como consecuencia de ello, dos de los tres hermanos que formaban la compañía fueron condenados a siete años de prisión y enviados a campos de trabajo. El hermano mayor fue encarcelado de nuevo en 2007, coincidiendo con la Revolución del Azafrán protagonizada por los monjes budistas contra el régimen militar. El detenido, Par Par Lay, falleció en 2013 a causa de una enfermedad renal.

 

 

Quedan dos hermanos, y ahí siguen. Con sus trajes extravagantes, sus juegos de palabras y los largos mostachos que les dan su nombre artístico, los dos integrantes del grupo (que se han convertido en verdaderos referentes de la resistencia democrática) sólo saben pronunciar unas pocas palabras en inglés: “Corruption”, “Military Dictatorship” y “No Freedom”.

El Paraíso perdido norcoreano

¿Cabe sitio para el humor en según qué países? ¿En Corea del Norte, por ejemplo? Aunque parezca mentira, cabe. Radio Free Asia (RFA) ha recogido varios ejemplos a través de un programa semanal, North Korean Humor, cuyos autores, conviene aclarar, son sobre todo exiliados residentes en Corea del Sur y China que cuentan sus chistes a la emisora sin el estrechísimo control de las autoridades de Pyongyang.

 

 

El tono dominante de estos “desahogos” lo resume perfectamente uno de los chistes: “En un museo de arte de Europa, un inglés, un francés y un norcoreano se encuentran ante un cuadro que representa a Adán y Eva con una manzana en el Jardín del Edén. El inglés dice: ‘El hombre tiene algo que comer y está encantado en compartirlo con la mujer. Por ello, puedo concluir que, obviamente, son ingleses’. Entonces, el francés dice: ‘No estoy de acuerdo. Están caminando completamente desnudos, por lo que deben ser franceses’. El norcoreano añade: ‘No hay duda de que, en mi opinión, son norcoreanos. No tienen ropa que ponerse, apenas tienen nada que comer, y aun así piensan que están en el Paraíso’”.

Un caso muy grave: Atena Farghadani

Por supuesto, el humor escuece y casa muy mal con cualquier forma de fanatismo o de paranoia. Atena Farghadani es una artista y activista política de 28 años que fue detenida en agosto de 2014, durante una redada de la Guardia Revolucionaria de Irán, por publicar una serie de chistes gráficos en los que caricaturizaba a los parlamentarios como si fueran animales, en protesta por la votación del proyecto de ley que pretende restringir las medidas de control de la natalidad, como las vasectomías o los anticonceptivos.

 

  

 

Excarcelada en diciembre, fue nuevamente detenida por denunciar que había sido torturada por los guardias de la prisión. Después de tres semanas de huelga de hambre en protesta por las condiciones carcelarias, y de sufrir un infarto que le hizo perder brevemente el conocimiento, fue trasladada a la celebérrima prisión de Evin, en Teherán. El pasado mes de mayo, fue condenada a doce años y nueve meses de cárcel por “propaganda, insulto a los miembros del Parlamento e insulto al Líder Supremo”.

En un alarde superior de vejación personal, Atena Farghadani fue juzgada de nuevo el pasado mes de octubre, e incluso sometida a pruebas de virginidad y embarazo, por haber mantenido “relaciones sexuales ilícitas”; más concretamente, por haber estrechado la mano de su abogado. Finísimo sentido del humor el de estos imanes.

 

 Atena Farghadani

 

Otro caso emblemático en Irán es el del genial dibujante Mana Neyestani, quien empezó a trabajar en 1999 como “caricaturista editorial” de varios diarios reformistas de su país (Zan, Asr-e Azadegan, Emrooz Sobhe, Mosharekat, Azad, Neshat, Aftab-e Emrooz) y fue encarcelado en 2006 a causa de un dibujo. En la actualidad vive exiliado en París.

 

Viñeta de Mana Neyestani

 

El mundo árabe: Egipto, Siria, Arabia Saudí

En el mundo árabe, a pesar de las fuertes restricciones a la libertad de expresión en países como Arabia Saudí o Bahrein (por citar sólo dos ejemplos) y de las conocidísimas reacciones histéricas (y criminales en algunos casos) a las celebérrimas caricaturas de Mahoma, hay resquicios importantes para la sátira más fina, y se aprovechan.

En países como Egipto o Siria existe una viejísima tradición de literatura y arte de humor como vías de expresión de la disidencia políticas, y tanto las recientes Primaveras Árabes como el auge de Internet y, más concretamente, de las redes sociales y YouTube, han favorecido aún más el desarrollo de la sátira.

En Siria, en los primeros tiempos de las protestas que con el tiempo derivaron en una sangrienta guerra civil, aparecieron dos series emitidas en árabe por Youtube, Top Goon (juego de palabras con la película Top Gun, en este caso traducido como Top Imbécil o Top Matón, depende): Diarios de un Pequeño Dictador, y Crónicas de una Olla a Presión.

“Un conejo está siendo torturado por la Policía secreta del régimen sirio. ¿Por qué? Por no querer confesar que es un burro”. Chistes como éste circulan desde marzo de 2011 en Siria, donde el humor político se ha convertido en un arma poderosa en la resistencia de cada día a través de multitud de formatos, incluidas las numerosas páginas de Facebook dedicadas a satirizar al régimen. Una de las más importantes es Homsi Revolutionary Humor, que no solo se burla del Gobierno sino que también se atreve con el Daesh y con las milicias chiíes de Hezbolá, aliadas del régimen de Bashar al Assad. 

 

Chiste publicado por Revolutionary Humor from Homs. El monigote representa a Bashar al Assad, y en el mensaje se lee: «A quienes no me amen, pido a Dios que se haga con sus almas para que puedan librarse de mí»

 

En Egipto, se emitió también por YouTube la serie satírica El Bernameg (El Programa). En aquellas fechas de esperanza y confusión, el mundo árabe se llenó de cómics, diarios satíricos, series, páginas de Facebook, blogs y otras plataformas de humor político.

En Arabia Saudí, aunque parezca extraño, el régimen wahabí acepta e incluso estimula la parodia y la sátira, dentro de unos límites. Según los expertos, las autoridades consideran el humor incluso una salida aceptable para que la población pueda expresar sus tensiones y sus insatisfacciones, de la misma forma que son conscientes de que prohibir todas las formas de protesta pública puede llegar a ser contraproducente.

Por tanto, en la medida en que las series satíricas no sean pornográficas, abiertamente revolucionarias u ofensivas para la religión, el Gobierno no suele tener problema para hacer la vista gorda con ellas, e incluso considera que los espacios de humor pueden ser una forma controlada de canalizar el descontento de la población, como históricamente lo eran los Carnavales. Para quien se pase de las líneas rojas, sobre todo desde las Primaveras Árabes, las autoridades saudíes no dudan en utilizar los medios más expeditivos, como bien conoce en sus carnes el bloguero Raif Badawi, ganador del premio Sajarov a la Libertad de Conciencia y condenado a diez años de cárcel y a mil latigazos.

Ejemplo de esta relativa tolerancia controlada por el Estado es Tash ma Tash, la comedia satírica más popular de la televisión saudí, que se emite desde hace cuarenta años durante el mes sagrado del Ramadán en la cadena de televisión estatal MBC y cuyo título se basa en un juego tradicional infantil.

 

Una escena de Tash ma Tash

 

El programa ha indignado en más de una ocasión a las ultraconservadoras autoridades religiosas por sus comentarios de contenido político y social, pero de ahí no pasa. De hecho, a pesar de su popularidad, Tash ma Tash no parece calar en exceso en las nuevas generaciones jóvenes saudíes, deseosas de unos programas satíricos más incisivos y que consideran a este programa un mero intento de las autoridades por emitir un espacio de humor a gusto del establishment que sepa tapar bien tapados los verdaderos problemas del país.

Pese a los intentos de control gubernamental, se calcula que alrededor de 25 millones de saudíes ven cada día cerca de 90 millones de vídeos de YouTube, algunos de los cuales no sólo reflejan la realidad del Reino (manifestaciones, brutalidad policial, detenciones injustas), sino que sirven también de plataforma para transmitir denuncias al exterior.

A través de este canal, la nueva generación de saudíes, más educados y más urbanitas, pueden acceder a unas pocas series de humor de producción árabe, como La Yekthar, una comedia mensual escrita por dos jóvenes saudíes, cuyo título podríamos traducir libremente como Poner un tupido velo, y que recibió alrededor de 41 millones de visitas sólo entre 2011 y 2012. Otro programa muy popular es el show satírico 3al6ayer (Ala al-Tayer), o Sobre la Mosca, producido en Yedá y que recibió 30 millones de visitas en el mismo periodo.

 

 

Los dos programas se han cuidado mucho de complicarse la vida (obviamente, han eludido cualquier posible malinterpretación sobre el Profeta Mahoma), pero no han tenido dudas a la hora de entrar a saco en temas como la absurda política del régimen con las mujeres o la ineficacia y la corrupción de los ministros del Gobierno. Un detalle muy significativo es que ambos emiten en lengua árabe, en lugar del inglés, idioma habitual de la disidencia saudí. Las autoridades no parecen preocuparse por ello, ya que, probablemente, consideran que el uso del árabe no sólo permite aumentar la audiencia local, sino que también ayuda a incrementar el control y la presión sobre los contenidos. 

Rusia: coleccionar chistes o coleccionar chistosos

Rusia, la patria de Gogol, también tiene una fuerte tradición humorística acostumbrada a servir de válvula de escape del descontento social y a colarse por los escasos resquicios que deja o que se le escapa al poder.

En 2008, el diario británico The Times publicó los resutados del concurso de mejores chistes sobre el tema del comunismo en la URSS. El primer lugar lo ocupó este: “Tres obreros se encuentran en una cárcel y se preguntan uno a otro de qué han estado acusados. El primer obrero cuenta: ‘Siempre llegaba tarde al trabajo, me han acusado de sabotaje’. El segundo explica: ‘Siempre llegaba al trabajo diez minutos antes, me han acusado de espionaje’. El tercero concluía: ‘Siempre llegaba al trabajo a la hora, me han condenado por posesión de un reloj extranjero’». Se han escrito libros enteros para explicar lo que se resume en estas pocas palabras.

Durante la primera época soviética, los grandes escritores humorísticos eran Mijáil Zoschenko y la pareja Ilf y Petrov, quienes con el tiempo acabaron cayendo en desgracia por resultar excesivamente “graciosos” para Stalin. “¿Cuál es la diferencia entre Stalin y Roosevelt?”, se preguntaban en la época. “Roosevelt recopila los chistes que la gente hace sobre él y Stalin colecciona a la gente que hace chistes sobre él”, añadían.

Uno de los grandes exponentes del humor soviético y ruso es el programa de televisión KVN (Klub Veselykh i Nakhodchivykh, Club de Graciosos e Inventivos), una invención de las autoridades de la URSS cuyo formato consistía, cuando fue creado en 1961, en un concurso entre estudiantes para ver quiénes eran capaces de improvisar las respuestas más graciosas o los mejores chistes. El programa fue cancelado en los años setenta por motivos ideológicos (los estudiantes se habían empezado a pasar con temas tabú, como los modos de vida o la ideología de la Unión Soviética) y fue reinstaurado en 1986, con la Perestroika.

En los años noventa se produjo un cambio sustancial, cuando KVN se profesionalizó y los concursantes amateurs fueron sustituidos por actores cómicos cuyos textos eran escritos por los guionistas del programa. Con ese cambio, KVN se convirtió en el programa de humor por excelencia del régimen de Vladimir Putin, aunque en ocasiones utilizara como “víctima” al propio presidente.

 

Putin, Vladimir, y Putin, Dimitri Grachev

 

Fue por entonces cuando, a imitación de los antiguos programas de humor soviéticos, KVN empezó a hacer mofa con los enemigos tradicionales de Rusia, como Estados Unidos, mediante chascarrillos con una fuerte carga nacionalista rusa. Ejemplo de ello fue un rap muy popular: “Barack Obama no podría trabajar tranquilamente /si Sikorsky no hubiera inventado el helicóptero./Si Popov no se hubiera dedicado a la ingeniería de la radio,/Estados Unidos no podría oír The Voice of America./Si nuestros chicos no jugasen en la NHL,/me gustaría saber quién lo haría actualmente”… Gracia como tal tiene poca, pero se despachan a gusto.

Para Putin, KVN tiene importancia. Y la tiene porque, no sólo ha demostrado una gran capacidad para movilizar (y, por pasiva, controlar) a los más jóvenes, sino porque se ha convertido en parte de la Marca Rusia que el presidente intenta vender al mundo como ejemplo de la forma de trabajar en el país. Según Putin, KVN es “nuestro producto intelectual nacional”.

Esa consideración no impide que el presidente se haya convertido en uno de los “personajes” del programa, gracias al gran parecido que tiene con el actor cómico Dimitri Grachev, que es quien suele hacer de Putin en los programas. El resultado es una parodia “permitida” por las muy represivas autoridades del país, que ven con buenos ojos la imagen de líder serio y de invencible autoridad, que inspira temor y respeto, que irradia de su doble satírico.

Para un presidente que sufrió un perceptible declive de popularidad tras las elecciones de 2012, resultaba mucho más aceptable la existencia de un personaje fácilmente vinculable a la Marca Rusia, aunque fuera en forma de farsa, que el indudable tirano cuya imagen habían dejado en evidencia ante el mundo las integrantes del grupo satírico punk Pussy Riot.

El suyo, el de ellas, era otro humor, y todos sabemos cómo se las gastaron las autoridades con ellas. Cumplida su absurda condena por oficiar una misa punk en la catedral de San Pablo, las artistas y cantantes han vuelto con una nueva canción, dedicada a Eric Garner, quien murió ahorcado por un policía de Nueva York en julio de 2014.

Esta canción es para Eric y para todos aquellos de Rusia, Estados Unidos y de todo el mundo que sufren el terror estatal, asesinados, ahogados y fallecidos a causa de las guerras y la violencia sostenida por el Estado en todas sus formas”, anuncian las Pussy Riot en el comunicado que acompaña el video. «Se ha convertido con su muerte /en la chispa de los disturbios./Ésa es la forma en que es bendecido/para seguir vivo».

Nos hubiera gustado más acabar con humor, pero ahí queda eso.

 

 

 

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