Es complicado, por no decir muy imprudente, juzgar una serie de televisión habiendo visto solo el primer capítulo. Mucho más si es, como Wayward Pines , una que juega al giro de guion constante, a la sorpresa loca cada diez minutos y al plano final con fanfarria y corte a créditos que deja al espectador ansioso por saber cómo sigue la historia. Pero lo cierto es que en esta notable primera entrega, estrenada ayer por la noche por Fox, ya se lanzan unos cuantos anzuelos al espectador que nos dejan, sí, deseando que llegue el momento del segundo episodio.

Y eso que empieza de la peor manera posible: con el primer plano de un ojo que se abre súbitamente. No es buena idea arrancar una serie que se supone que nos va a coger de las solapas y nos va a zarandear con su originalidad y atrevimiento con una imagen tan manida -y no sólo por estar calcada de Lost-. Pero por suerte, Wayward Pines se aleja pronto de la serie de J.J. Abrams y se adentra en el terreno habitual del creador y director de este primer episodio, M. Night Shyamalan (El sexto sentido, Señales): el de la extrañeza de lo habitual, el sutil retorcimiento de la realidad para hacer entender al espectador de forma intuitiva que algo falla en la aparente cotidianeidad de lo que está viendo.

Wayward Pines cuenta la historia de un agente del Servicio Secreto (Matt Dillon) que, buscando a dos compañeros desaparecidos, tiene un accidente de coche en las cercanías de un aparentemente apacible pueblo americano, pequeño y recoleto. Pronto descubre que hay demasiada gente interesada en retenerle allí y que sus habitantes quizás no son lo que parecen. No espoileamos nada: a los diez minutos de episodio ya hay una enfermera rarísima y una Juliette Lewis que lanza pistas sobre la extraña naturaleza de la localidad. Pero no vamos a desvelar más: por suerte el episodio se distancia del tópico del amnésico-cuyo-mundo-se-desmorona, y pronto todo se convierte más en una pesadilla kafkiana ambientada en un descarte de Twin Peaks -o mejor, en aquella olvidada y estupenda American Gothic de Sam Raimi- que en un reciclaje más de Lost.

Ahora solo falta que la solución del misterio esté a la altura del intrigante planteamiento y de (era inevitable) la fantástica sartenada de enigmáticos planos que cierran el episodio. Aunque algo nos dice que, como alentaba Agatha Christie y como sucede siempre en los buenos misterios, lo memorable no va a ser la solución del enigma, sino cómo llegamos hasta ella. Procuraremos no pestañear.

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