El fin de semana pasado vivimos la celebración de Halloween. Al día siguiente, Todos los Santos, unos visitaron los cementerios y otros pasaron la resaca. El día 2 pocos recordaron el olvidadísimo día de difuntos, que hace muchos años llenaba las iglesias, no fuera a ser que los parientes difuntos se enfadaran.

La celebración actual de Halloween es un sincretismo de la celebración pagana del Samahim que celebraba el fin de la cosecha y el inicio del invierno. Es curioso que las críticas a la celebración «a la americana» levantan comentarios desde ambos extremos del espectro ideológico. Por un lado la izquierda se queja de la influencia de la cultura americana, aunque todos tienen teléfonos Apple, utilizan internet y llevan jeans. Los sectores conservadores claman contra la desvirtuación del espíritu religioso, pero realmente esta fiesta fue llevada a Estados Unidos por los emigrantes irlandeses católicos y es muy similar a algunas celebraciones del norte de España, por lo que por mucho que se escandalicen no es tan ajena como parece y es bastante más antigua que la cristianización.

Nunca he entendido la crítica que levanta ver a los niños disfrazados de esqueleto pidiendo caramelos, más allá de las nutricionales y de salud bucodental. En la mayoría de pueblos las fiestas y tradiciones populares son bastante recientes. Solo hay que ir a la costa mediterránea e investigar un poco desde cuando se celebran fallas, hogueras o moros y cristianos. En muchos casos habría que remontarse tan solo a los tiempos del desarrollismo y al boom turístico de los años 70-80.

La novedad es que ahora el pack Halloween-Todos los Santos-Difuntos no tiene un doble sino un triple significado. Además del aspecto religioso y festivo marca el pistoletazo de salida para la campaña de navidad en los grandes almacenes de prácticamente todo el mundo. A partir de la semana que viene empezaremos a ver abetos nevados con regalos a los pies, hilos musicales con melodías de Bing Crosby, gorros con una borla y sobre todo luces, muchas luces, dando al traste con todas las campañas de ahorro energético y plantando cara a uno de los recibos más caros de Europa.

Aquí tampoco podemos ignorar que el envoltorio de la fiesta de Navidad cada vez se parece más a lo que vemos en las películas, por eso ya no nos sorprende que en un supermercado el personal de caja vaya con gorros de papa Noel, o del espumillón y la nieve simulada en un país situado al sur de Europa y graves problemas de sequía.

Habrá gente que le guste y gente que abomine lo de importar la Navidad, pero hagamos un ejercicio de imaginación. Pensemos por un momento que España fuera una potencia económica y cultural, capaz de exportar sus costumbres al mundo, que la meca del cine no fuera Hollywood sino estudios Chamartín o Cifesa y que en los foros internacionales se hablara en castellano. Imaginemos que en vez de saber aquí lo que es Acción de Gracias, en Estados Unidos conocieran la cuaresma y la semana de pasión por las películas, pero bien, no como aquella de Tom Cruise donde hibridaban la Semana Santa sevillana con las fallas y salían quemando los pasos.

¿Imagináis cómo sería la mercantilización de la Semana Santa a la española? Empleados de Fast foods con gorros simulando coronas de espinas, restaurantes con los camareros disfrazados de legionarios romanos o de hebreos flagelados e hilos musicales en los grandes almacenes con saetas, tambores y cornetas. Las tiendas de todo a cien con los empleados chinos vestidos de nazarenos vendiendo látigos, cruces y lanzas de plástico. La verdad es que más que a consumir una Semana Santa globalizada incitaría a ciertas prácticas relacionadas con el uso del cuero. Que queréis que os diga, prefiero el abeto de plástico con la nieve de poliuretano, ese que a partir de hoy vais a ver en todas partes. Como van a hacer los grandes almacenes, nada me impide desearos una Feliz Navidad globalizada a principios de noviembre.

Imagen | Flickr – Kevin Dooley

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