Es un fenómeno intergeneracional. Conocida por todos y por tanto, envidiadísima. No sabemos si su vida ha sido exactamente como cuenta pero su especialidad es «redondear» el guión de su existencia. Brillante como guionista, me hace exclamar que necesitamos una cronista así ahora que la realidad se ha vuelto tan fea en este país de cuento… chino.

Ana Obregón ha sido actriz, guionista, presentadora de televisión, modelo. Todo lo ha hecho con arte. Todo menos la serie de ciencia ficción donde ella era la presidenta de España en un futuro cercano y que no llegó ni al mes de emisión. El actor que hacía de su padre en la serie, el maravilloso Carlos García de Olaya, era incluso más joven que ella. En ocasiones, hace falta un poco de realismo hasta en las historias fantásticas. O por lo menos que el argumento resulte congruente. Pero salvo ese resbalón, Ana ha sido una fuerza motríz indispensable en los medios y en las revistas del corazón. Las historias más suculentas, los posados más esperados y los romances más intensos. Ana nos ha educado a todos o al menos, a varias generaciones, en lo que se podía esperar de la vida. Y si la vida no te lo da, te lo inventas.

Ha sido y es una celebridad de corte internacional mucho antes de que nadie alcanzara ese estatus y se empleara el término. Al ser buena guionista, lo ha sabido aplicar a su propia vida y a como la cuenta y dosifica por entregas. El otro día en el programa de Bertín Osborne, sabía exprimir confidencias ya conocidas como si fueran primicias. Talentosa en el fondo y en la forma. Y con una inteligencia intelectual y emocional más que notable.

Se planteó el show de Bertín como una manera de dejar cuentas saldadas. Es su mejor asesora de imagen. Por ejemplo, sobre Alberto de Mónaco quería dejar claro hasta que punto pudo llegar la historia. A Bertín le faltó olfato femenino para detectar donde podía tirarle más de la lengua. Estaba sobrepasado por la habilidad de la Obregón para desconcertar.

Necesitaríamos a Anita de cronista parlamentaria y tertuliana para endulzar tanta fealdad. Para que nos contara como en uno de sus cuentos, qué le pasó a ese Harry Potter de Gerona que tiene una cicatriz en el labio superior (en lugar del de la frente) y que pudo caer en malas manos cuando era aprendíz de mago. O nos sabría explicar porqué hay seres dignos de un Tolkien colocado en el hemiciclo del Congreso. Creo que Ana y su manera de ver la vida darían un nuevo sentido a la realidad. Sabría contarla de un modo didáctico e incluso, hacernos disfrutar del sapo. Porque es como un hada madrina. Y si entrar en política no le salió bien ni en la ficción, igual podría ser la nani stripper del bebé de Bescansa. Seguro que los diputados pasarían más tiempo en la guardería y así se perderían las votaciones. Anita, we need you.

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