“La vida es una serie de muertes y resurrecciones”, escribió el novelista francés Romain Rolland. Ni se lo podía imaginar cuando murió en 1944. Se perdió la posibilidad de comprobar su teoría por unos meses, pero ya estamos el resto de la humanidad para hacerlo.

Cuando el presente es aburrido y el futuro poco alentador, algunos sienten la imperiosa necesidad de recuperar el pasado, poniendo especial énfasis en la resurrección de algunos sucesos o personajes. Aquello de olvídalo porque pertenece al pasado, no parece estilarse. Quizá porque sabemos que no funciona.

Y ya se sabe, que los malos venden más que los bondadosos, aunque solo sea porque dan más juego.

En los últimos días y semanas, parece que Hitler se ha puesto de moda. De nuevo. Podría considerarse un deja vu macabro y algo reincidente. O quizá sea la capacidad que tenemos la especie humana de tropezar varias veces en la misma piedra.

Cuando un nombre propio ocupa los primeros puestos del Trendic Topic de Twitter solo puede ser por dos motivos: porque se ha muerto o porque está envuelto en una gran polémica. Y cuando lo hace el nombre de una persona ya fallecida, es que alguien lo ha recuperado y ha contribuido a su resurrección, virtual o mediática, que para el caso, hoy en día viene a ser lo mismo.

Esta misma semana, un locutor de radio tuvo la feliz idea de decir ante el micrófono que Adolf Hitler era un socialista convencido y que le había votado el pueblo en las urnas, dos aspectos que corresponden a medias con la realidad, al menos con la suya, ya que Hitler se definía nacionalsocialista así mismo y a sus huestes (el término adláteres me resultaría demasiado blando para utilizarlo en este caso para definir los defensores de uno de los mayores genocidas de la historia, sin olvidar a Stalin, que le iba a la zaga, cuando no le superaba), y efectivamente el pueblo alemán votó en las urnas a su partido, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, NSDAP (hay que decir que  la semántica en política nunca ha sido de fiar) en las elecciones de 1933.

Luego tuvo que hacer infinidad de cábalas y echar mano de la más variada ingeniería política para terminar gobernando Alemania, pero eso daría para otro artículo. Lo único que no se corresponde de  ninguna manera con la realidad es el comentario del locutor sobre que Adolf Hitler no fue un dictador. No sólo lo fue, sino que sentó cátedra, creó escuela y consiguió unir a todo un paíspara que su apellido desapareciera del mapa.

Y sin embargo, aunque la conciencia colectiva y las propias leyes trabajen para hacer desparecer su legado de infamia histórica e ignominia humana, cada cierto tiempo su figura es recuperada. En algunas ocasiones, esa resurrección se ha hecho a través del arte e incluso del humor, aunque para esto tuvo que pasar mucho tiempo y contar con el talento del siempre genial Mel Brooks cuando creó la película y posteriormente el musical de Los productores. Pero no es lo habitual. Hace un año, en la propia Alemania, arrasó un libro y su posterior versión cinematográfica, donde se reflejaba qué hubiera pasado si Hitler no se hubiera suicidado y hubiese llegado a nuestros días, todo ello novelado, dentro de la ficción.

Pero como la realidad tiene la costumbre de superar la ficción y de hacerlo con creces, esta peculiar resurrección ha traspasado la fábula para colarse en nuestra realidad. Quizá sea casualidad, pero desde que hace unos meses se volvió a poner a la venta el libro escrito por Hitler, Mi lucha, y que tras 70 años prohibido volvió a la lista de los más vendidos precisamente en Alemania durante el pasado mes de abril (más de 2.000 páginas a un precio de casi 60 euros), las noticias sobre uno de los mayores genocidas de la historia no hacen más que aparecer. Hace unos días, se publicó un libro en los Estados Unidos cuyo autor asegura que Hitler no se suicidó junto a Eva Braun en su bunker, el 30 de abril de 1945, con la intención de no caer en manos del Ejército Rojo de Stalin, como nos han contado siempre.

No es la primera vez que alguien asegura que el final de Hitler no es el que nos cuentan los libros de Historia. El propio Iósif Stalin ya lo hizo en su día, respondiendo al secretario de Estado de los Estados Unidos, James Byrnes, en la conferencia de Potsdam en julio de 1945, cuando aseguró que Hitler había huido a España o a Argentina.

Tampoco él fue el primero en hacerlo públicamente, ya que, según cuentan las crónicas, uno de sus generales del Ejército Rojo lo había reconocido semanas antes. Para ellos, el genocida de origen austriaco se había escapado del cerco de Berlín, se había rapado el pelo y hecho desaparecer su singular bigote, había cogido un avión para dirigirse en una primera escala a España, para luego seguir trayecto hasta Argentina, todo con la ayuda de las potencias occidentales, especialmente Estados Unidos.

Años, lustros y décadas más tarde, se publicaron libros, se hicieron documentales, ensayos, incluso fotos y documentos desclasificados por el FBI que parecían apoyar esa versión de la no muerte y huida de Hitler a Argentina. ¿Pruebas? Pocas o ninguna, y parece complicado en el momento en el que aparecen infinidad de testigos asegurando que vieron morir al propio Hitler en Chile, en Paraguay, en Panamá, en México, en Argentina, en los Estados Unidos, … Complicado, pero ahí sigue, siendo resucitado cada cierto tiempo, como si algunos necesitaran saber de él por las razones que sean.

Esta semana la 2 de TVE emitió un documental francés realizado el pasado año, ‘Los Yonquis de Hitler’, que mantenía la teoría de que Hitler buscó una píldora milagrosa que ofreciera a su ejército la sensación de invencibilidad, y cómo el propio Führer consumía drogas, entre ellas la Pervitina, una droga del grupo de las anfetaminas, conocida y popularizada entre los soldados del ejército alemán como las pastillas Stukao la píldora de Hermann Goering. Según algunos historiadores, a Hitler se la suministraba su médico personal, quien llegó a administrarle hasta 20 inyecciones al día,. Tanto una noticia como la otra eran ya conocidas pero eso no impide que vuelvan a la escena pública una y otra vez.

El escritor mexicano Juan Rulfo tenía su teoría: “Lo que pasa con estos muertos viejos es que en cuanto les llega la humedad comienzan a removerse. Y despiertan”. Despiertan o les despertamos. Cada cierto tiempo, tenemos la tendencia de resucitar personajes del pasado, como si no hubiera nombres propios a los que dar vida hoy. Como diría el escritor rumano Valeriu Butulescu, “planificar la resurrección en otra época, ¡qué falta de responsabilidad!”.

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