Santamaría, Sánchez, Iglesias y Rivera enarbolan discursos dirigidos a sus respectivos electorados en la esperada confrontación a cuatro bandas. El líder naranja propone contar con PP y PSOE en su Gobierno si gana las elecciones, aunque no aclara qué hará si no queda primero.

Ni golpes de efecto memorables ni errores de bulto. Ni un ganador claro ni un derrotado evidente. El esperado debate a cuatro entre candidatos de PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos se saldó con unas tablas tan salomónicas como decepcionantes para quienes esperaban que anoche se esclareciera en parte la competida batalla electoral por La Moncloa.

La confrontación resultó una sucesión de discursos partidistas sin margen para la innovación, el intercambio ágil de argumentos o la efectista puesta en evidencia del rival. Atresmedia lo intentó, con un formato abierto que suprimió los cronómetros y permitió a los moderadores marcar los temas de discusión, pero Soraya Sáenz de Santamaría, Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias optaron por enrocarse y dirigirse a sus respectivas parroquias

Santamaría acaparó la atención por su papel de ‘sustituta’ de un Rajoy cuya sombra le pesó demasiado

Toda la atención inicial recaía en la vicepresidenta del Gobierno, en quien Mariano Rajoy delegó la defensa del proyecto del PP. Como se esperaba, sus rivales criticaron constantemente esa ausencia y, como se esperaba, Santamaría la justificó aludiendo al amplio bagaje de su partido, contraponiéndolo a otros «personalistas». Su reivindicación del Ejecutivo Rajoy fue solvente, aunque quizá menos de lo que cabía esperar de quien se ha pasado todos los viernes de la legislatura defendiendo las decisiones del Consejo de Ministros. «Cómo se nota que no estaban aquí hace cuatro años», les dijo a sus rivales tras encajar las correspondientes críticas al Gobierno: «Hablar es muy fácil, gobernar es muy difícil».

La narrativa de la experiencia frente a la de la renovación fue la constante que marcó el debate, como está ocurriendo con toda la contienda electoral. La campaña de continuidad del PP se enfrenta a la de cambio de PSOE, Ciudadanos y Podemos, a quien Génova etiqueta de acreditado incompetente en el primer caso y peligrosas incógnitas en los dos últimos. Sáenz de Santamaría iba con el discurso bien aprendido, aunque le costó desprenderse de la sombra de Rajoy, constantemente aludido por sus rivales. Incluso al término del debate estuvo presente el presunto padrinazgo del jefe del Ejecutivo. ¿Le trasladó alguna impresión al término?, preguntó la prensa. «Me he dejado el móvil en casa», respondió la vicepresidenta.

Sánchez trata de recuperar terreno ante C’s vaticinando que Rivera pactará con el PP si le dan los números

Sánchez llegaba a la cita necesitado de dejar una buena impresión. Ciudadanos le ha dado caza en las encuestas y la tendencia parece consolidar un sorpasso en el segundo puesto que relegaría al PSOE al tercer lugar por primera vez en democracia. Su candidato lanzó desde el primer turno el mensaje de que Rivera no es garantía de cambio, habló de «las dos derechas» y pidió no apoyar a quien puede «perpetuar a Rajoy». Las críticas al PP y la reivindicación de la historia del PSOE -habló de una «cadena de solidaridad» hilvanada a lo largo de Gobiernos socialistas «en España y en Europa»- fueron las otras dos ideas fuerza de su discurso, no exento de choques con Podemos.

Ferraz no puede dedicarse exclusivamente a competir por el centro político con Ciudadanos, ya que tiene otra importante vía de agua abierta en el lado izquierdo. Sánchez criticó a Pablo Iglesias por la falta de paridad en los cabezas de lista de su partido, le acusó de cambiar de criterio «siempre antes de las elecciones» en temas cruciales y de ponerse de perfil ante los presos políticos de Venezuela. Iglesias correspondió con duras críticas a su liderago -«tu problema es que en tu partido mandas poco, Pedro»- y hasta le leyó la lista de exdirigentes socialistas reconvertidos en consejeros de grandes empresas tras su paso por el poder.

Dos deslices de Iglesias

El líder de Podemos cometió los dos errores más significativos del debate, al rebautizar como House Water Watch Cooper la empresa PriceWaterHouseCoopers y al hacer una confusa referencia a la aprobación del estatuto andaluz como ejemplo de que el derecho a decidir puede ser la solución al conflicto catalán. Iglesias fue el más combativo, como corresponde a su condición de cuarto en discordia. De nuevo acusó a Rivera de ser «la muleta de lo viejo» y le comparó con Aznar, criticó la evolución del PSOE -llegó a citar el programa de Felipe González de 1977, donde recogía el derecho de autodeterminación- y, por supuesto, atizó sin piedad a Santamaría con la corrupción que afecta al PP. Al recordarle el «sé fuerte, Luis» de Rajoy a Bárcenas, la vicepresidenta se revolvió con un «paga, Monedero, paga».

Iglesias alude al programa de González de 1977 para defender el derecho a decidir de Cataluña

Lo más parecido a un gesto novedoso llegó a la hora de hablar de los pactos postelectorales. No era la primera vez que lo deslizaba, pero Rivera escapó de la situación proponiendo un Gobierno abierto a la incorporación de socialistas y populares si él gana las elecciones -«por qué no»-, dejando fuera de la iniciativa a Podemos. Iglesias dejó escapar la oportunidad de asociarle de nuevo al bipartidismo por esa propuesta, erigiéndose en única alternativa al statu quo.

«Hay partido y hay remontada», declararía el politólogo al concluir la contienda, en el marco de una estrategia perfectamente planificada por Podemos para dar por ganadora a la nueva política sobre la vieja. Un discurso que también implementó Ciudadanos y que el PP rechazó destacando la soltura didáctica de su representante. Lo cierto es que Santamaría no pudo zafarse de la sombra de Rajoy en todo el debate, que pudo hacerlo mejor al defender la gestión del Gobierno y que sí fue efectiva en sus alusiones a los pensionistas, clave de toda la campaña del PP. También fue correcta su defensa de la unidad como único modo de hacer frente al terrorismo, donde una vez más Iglesias sufrió para defender la postura de no sumarse al pacto antiyihadista.

¿Cuántos votos se han movido tras el debate? ¿Cuántos indecisos han dejado de serlo? Seguramente muy pocos. La audacia brilló por su ausencia y la correlación de fuerzas no cambiará por una confrontación intrascendente que favorece al PP -consolidado en primera posición- y a Ciudadanos -cuya tendencia alcista difícilmente se verá truncada si no comete errores en la campaña-. Iglesias dio un paso más en su particular lucha por erosionar al PSOE y Sánchez perdió la oportunidad de recuperar terreno. Si el lunes, en el cara a cara con Rajoy, no sale claramente vencedor, su expectativa ante el 20-D será peor que oscura.

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