En una secuencia de la excelente película Steve Jobs , de Aaron Sorkin y Danny Boyle, el antiguo CEO de Apple, John Sculley, le pregunta al legendario directivo por qué todo el mundo cree que fue él quien le despidió. En su opinión, fue Jobs quien causó su propia salida ignorando deliberadamente las advertencias del propio Sculley sobre lo que sucedería si ambos presentaban su caso, con opiniones opuestas, ante el consejo de la compañía. Sculley sólo hizo aquello a lo que Jobs le empujó. ¿Por qué fue culpa suya?

Incluso muy recientemente, cuando se le ha preguntado a Sculley por la situación, insiste en que su mayor lamento no fue cómo se produjo su salida, lo que no dependió enteramente de él. Lamenta aún no haber sido lo bastante sabio como para haber reconducido la situación años después, cuando él aún estaba al mando, y devolver a Jobs al redil.

La llegada a la Generalitat de un nuevo Ejecutivo basado en lo que Íñigo Errejón ha calificado de «inventar espacios donde había bloqueo», mientras que otros lo hemos denominado «timo», «transfuguismo» o «tamayazo 2.0», no es una buena noticia. El nuevo Gobierno catalán ha logrado integrar a un partido de democristianos conservadores y amigos de la empresa con un grupo anticapitalista y antisistema. Los primeros han perdido la cabeza de su redentor de pacotilla al 3%, los segundos lo han perdido todo. Cualquier sacrificio, pensarán, es bueno a cambio de satisfacer sus afanes rupturistas. 
 
Al menos ya está claro que uno de los bandos ha llegado al ring dispuesto a sacrificar a su reina (Mas) y sus peones (las CUP), con tal de poner en jaque al Estado. 
 
El resto de partidos españolistas ha tenido sobradas excusas, hasta ahora, para no aliarse en una gran coalición en defensa de la Constitución frente a los retos que se avecinan. Mandaban las disputas antiguas, la vanidad y la ambición. Pero ahora tienen algo que no tenían antes. Un enemigo que ha demostrado estar dispuesto a todo.
 
En el imaginario colectivo y en teoría de juegos y de redes está perfectamente descrito el llamado «efecto del enemigo común». En un estudio de Britta Hoyer para la Escuela de Economía de la Universidad de Utrecht publicado en 2013, la autora fue más allá y constató que dicho efecto no sólo se debe a mecanismos psicológicos sino, más bien al contrario, a incentivos puros y duros. «Hemos descubierto que introducir un enemigo común puede llevar a la formación de redes estables y eficientes que no serían estables sin la amenaza de la disrupción«, subraya el estudio. Sin embargo, advierte de algo más: «Aunque el enemigo común puede tener un efecto positivo sobre los incentivos de los jugadores a la hora de formar una red eficiente, también puede llevar a la fragmentación y la desintegración de la red».
 
El incentivo para la gran coalición que temen en Podemos está sobre la mesa. Cataluña se va a convertir en el enemigo común que unirá las distintas facciones del PSOE, que aliará al PSOE con el PP y con Ciudadanos, y que vertebrará a todos los españoles en contra de un proceso que se percibe como un ataque.
 
Cuando alguien termine invocando el artículo 155 de la Constitución habrá quien acuse a los partidos constitucionalistas de haber sido como John Sculley y de haber tomado una decisión errónea. A este paso, si sucede será porque Steve Jobs no le habrá dejado alternativa.

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