Si hace pocos días explicaba los parecidos de Pablo Iglesias con el personaje de animación He-Man , hoy no puedo menos que recordar cómo Rajoy nos recuerda, inexorablemente, a otro personaje imaginario, Charlie Brown, alias Carlitos.

Carlitos es, básicamente, el triunfo del espíritu, el optimismo y la resiliencia sobre la realidad, empeñada en demostrarle que se equivoca. El niño que, una y otra vez, intenta patear la pelota antes de que Lucy la levante del suelo y le haga caer, derrotado y humillado. La primera vez que apareció en una tira cómica fue para darnos una lección de hipocresía, de lo que tus aliados te dicen a la cara y de lo que dicen de ti a tus espaldas.

Es el sísifo que sigue empeñado en gritar instrucciones desde su rincón del campo de béisbol mientras sus compañeros se empeñan en hacer lo que les viene en gana. El niño que idolatra sin esperanzas a la pequeña niña pelirroja.

Normalmente las versiones en cine o televisión de Peanuts han suavizado el humor corrosivo de las historietas y la desesperanza que traslucía de ellas. Para muchos españoles, sus abrasivas historietas apenas está relacionadas con un juramento pijo. Pero no: Carlitos es un niño tan triste que tiene que inventarse a su mejor amigo y dotarle de todas las cualidades de las que cree carecer. Es el niño que no vive la infancia, sino que la sobrevive.

Así que cuando Rajoy dice «no me rendiré nunca», demuestra el mismo carácter de perdedor indómito del personaje que dibujó Charles Schulz durante medio siglo. El mismo espíritu que el de los zanryū nipponhei, los soldados japoneses desperdigados por el pacífico que nunca llegaron a aceptar la rendición del Imperio. Cada vez que me imagino a Hiroo Onoda, que se mantuvo en sus trece hasta 1974, me lo imagino con barba y nombrado persona non grata en Pontevedra.

Mariano Rajoy es un reloj calculadora en los tiempos del teléfono inteligente, el hombre de la omertá y los SMS en los tiempos de la transparencia y el Whatsapp. El gran humorista Manel Fontdevila retrató en una ocasión a Esperanza Aguirre como la única política capaz de mantenerse límpida en un cenegal. A veces parece que Rajoy ni siquiera ve el cenegal en el que chapotea.

Si intentas buscar «Rajoy huye» en Google, leerás resultados de lo más variopintos. Huye de la prensa, huye de dos empresarios, huye del Senado, huye a collejas de las verdades que cuenta su hijo… El hombre que popularizó el plasma cuando ni siquiera es la tecnología que ha triunfado huye de algo más terrible todavía. Algo que amenaza su futuro, se ha empeñado en destruir su legado y le convertirá en una triste nota a pie de página en nuestra historia reciente, el hombre que titubeaba, que balbuceaba cosas sobre los ‘hilillos de plastilina’, que nos enseñó que «la segunda ya tal», que «un plato es un plato», que «a veces la mejor decisión es tomar ninguna decisión», o que «España tiene españoles».

Mariano Rajoy huye de la realidad. Nunca volverá a golpear esa pelota.

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