Cuando al “pujolismo” reinante en Cataluña se le acabó la bula, estrenada con la desaparición de Tarradellas, y vio que el PP levantaba la veda sobre sus 30 años de uso clientelar del poder, las familias que lo componen experimentaron vértigo, que cedió enseguida el paso a un estado de ansiedad permanente.

La zozobra creció al advertir que Mariano Rajoy, imposibilitado para cumplir los puntos esenciales de su programa electoral por el páramo que ZP dejó detrás, iba a convertir el tema de la unidad del Estado y el respeto a ultranza de la Constitución en uno de los platos estrella alternativos del menú que se cocinaba en La Moncloa.

Los secretos y trapicheos de la sempiterna oligarquía catalana, que durante décadas habían permanecido encerrados bajo siete llaves gracias al bisagrismo de doble dirección que CIU practicó con el Gobierno de turno en Madrid, podían quedar expuestos a la luz en cualquier momento. Muchas rodillas de ilustres apellidos empezaron entonces a estremecerse al concebir que la cosa quizá derivaría en un horizonte penal en el que se dibujaban deshonor, pérdida de estatus social y nivel de vida, desprestigio galopante en las calles; y, sobre todo, trena, trullo, mako, barrotes: cárcel pura y dura. Además de la bastante probable confiscación de mucha pela, digamos que “distraída”, a la que había que sumar el riesgo omnipresente de que ojos extraños al oligopolio les impidieran disfrutar a sus anchas de lo que pudiesen poner a salvo. Sobre todo, a través de mareantes mudanzas en cuentas de paraísos fiscales.

La cascada de filtraciones sobre estafas, fraudes de ley, abusos en las adjudicaciones, cobros escandalosos de comisiones ilegales a cuenta de contratos públicos y menosprecio flagrante a los derechos de los ciudadanos no integrados en ese mundo privilegiado que recogió la letra impresa (periódicos en papel y digitales, libros, y hasta cantazos audiovisuales) sembró el terror en esa exclusiva casta. Habían trascendido los turbios manejos de Prenafeta, Maciá Alavedra y el alcalde de Santa Coloma Bartomeu Muñoz por las animaladas urbanísticas del “Caso Pretoria”, ¿recuerdan? Prenafeta acabó expiando en Soto del Real (sólo un poco, claro está) el jurdó afanado. A pesar de ello, fue un invitado de honor en la toma de posesión de Arturo Mas como President de la Generalitat. El clan es solidario con los caídos en desgracia porque todos saben todo de todos. ¿Se me entiende?

Luego llegó el “Caso Palau”, el saqueo de los fondos destinados a otra institución de “las de siempre”, el Orfeó Catalá, organizado por el presidente de su patronato, Félix Millet y Tusell, otro hombre del núcleo duro de CIU, que asimismo era presidente de Bankpime. Millet afanó (propia confesión) 3,3 millones de euros (el sumario judicial cifró el fraude en 35) para arreglitos de su vivienda; pero, salvo la inevitable renuncia a sus cargos, se fue de rositas tras el paso de un par de semanas de prisión incondicional porque la misma jueza que lo encausó estimó que había desaparecido “el riesgo de destrucción de pruebas”. ¡Lo que habría de pasar la pobrecita para llegar a eso!

La fiscalía, durante el mandato de un ZP que gobernaba (es una forma de hablar) mirando al Ebro y no al Manzanares ni a cualquier otro río de España, se hizo la longuis. Hoy, el asunto está pendiente de juicio, y la amenaza de trena y nuevas revelaciones que afecten a la casta es grande.

Alarmados por la sucesión de tropelías que iban trascendiendo, la plana mayor del “pujolismo” (entonces encabezada ya por el hereu, Arturo Mas) decidió construir cortafuegos

Alarmados por la sucesión de tropelías que iban trascendiendo, la plana mayor del “pujolismo” (entonces encabezada ya por el hereu, Arturo Mas) decidió construir cortafuegos. El primero fue una ristra de subvenciones a los medios de comunicación catalanes a fin de que sobrevolaran como serafines sobre la porquería “de casa” y hurgaran con picos de buitre en las corrupciones de los otros, las que sacuden de norte a sur a la africanizada Espanya. Pero los puñeteros medios de Madrit siguieron tirando de mantas bajo las cuales se amontonaban boñigas muy malolientes. Y unos comunicadores propios, celosos de su nombre, empezaron a removerse inquietos.

En esto, empezaron a conocerse las cuantiosas fortunas amasadas por la tribu Pujol durante los interminables mandatos del patriarca. Y lo de la pretendida herencia nunca declarada ni justificada del papá de Mas, depositada en paraíso fiscal y cuidadosamente escondida durante el disfrute por éste de sucesivos cargos públicos, incluyendo el más alto: la Presidencia.

Las quejas a Z.P. el B. (no Zapatero el Bueno, sino el Bobo) para que frenara la incontinencia mediática madrileña no funcionaron. El periodismo en Madrid, con todos los defectos que tenga, es mucho más libre e independiente que el de Barcelona. Así que Z.P. el B. ofreció a Mas la panacea de una reforma del Estatuto que contemplara el Tribunal Supremo de Justicia de Cataluña como última instancia en el enjuiciamiento de los delitos que se cometan en aquel territorio.

¡Eiáaaaaa…! ¡Ahí estaba la madre del cordero! Si jueces y fiscales bienquistos por la casta se ocupaban de calificar sus atropellos, el jarreo de sobreseimientos y archivos haría flotar al mismísimo Noé y su Arca. Ya podían entonces desgañitarse en Madrid con revelaciones y denuncias. Controladas la prensa y la Judicatura, CIU, la Generalitat y la casta podrían descojonarse repitiendo lo de “A mi plin, yo duermo en Pikolín”. Por aquel entonces, pasaban de puntillas sobre el rollo de la “independencia”. El machito les convenía tal como estaba, si se les garantizaba la impunidad.

Pero Z.P. el B. se encontró de frente no sólo a la oposición sino a buena parte del PSOE, muchos de cuyos dirigentes se declaraban en privado (a veces, también en público) avergonzados por tanta concesión a la mamonería habitual con el nacionalismo catalán. Vino el cepillado del Estatut en Las Cortes y, tras él, quedó como última instancia el Tribunal Supremo de España. ¡Axó no es lo parlat!

Estalló entonces el megaescándalo del “padre de todo y de todos”, Jordi Pujol (aquel que díu: “¿qué coño es eso de la UDEF?”). El nombre de Mas, pese a la hiperactividad que desplegó para desviar los tiros brindando otras carnazas, también estaba y está constantemente en lenguas. Había que sacar a pasear los símbolos y las reivindicaciones históricas. Y, además, ¡de prisa, de prisa, que hay corriente fría y me puede provocar un constipado que termine en pulmonía! Era una carrera contra reloj.

De ahí las prisas, el apremio, el apretón, la carrera de Mas y la oligarquía que le apoya para poner en el disparadero a todo un país que lucha por abandonar la crisis. Pero eso les importa la sombra de un carajo, como tampoco su manipulado déficit fiscal.

Si Rajoy les ofreciera convertir el TSJC en decisorio para absolverles de sus delitos y permitirles actuar igual en el futuro, ¿se apuestan a que habría pacto para que las elecciones volvieran a ser lo que son: simplemente, autonómicas? Los Soprano de Barcelona no son tontos. Sólo juegan con fuego por miedo a no controlar las togas.

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