Llevamos un tiempo intentando hallar en la templanza, los buenos modos y la educación remedios contra el creciente impulso que nos incita a acudir a la injuria, y hasta a un desahogo de grosería que por razones obvias reprimimos, para calificar la insuperable exhibición de estupidez, egoísmo feroz, desprecio por el bien común, pasotismo criminal frente al progresivo descuajeringue del Estado, indiferencia por la previsible entrada en barrena de una recuperación económica aún en pañales, de la sarta de políticos que tenemos.

Salvo una rara excepción, al menos aparente, cuyo nombre omitiremos para no propiciar suspicacias de partidismo, se merecen igual destino que tuvo aquel ministro de Carlos III, el italiano Esquilache: verse corrido a gorrazo limpio por las calles de la capital del Reino hasta ponerlo de patitas en la frontera.

En 2014, ya estuvo a punto de ocurrir con el llamado “movimiento de los indignados”. Las aguas terminaron por volver a su cauce, aunque de aquellos polvos llegaron los lodos podemitas cuya expansión todavía no está delimitada.

Cierto que algo empieza a ayudar a refrenarlos el que a su frente se encuentre un Pablo Iglesias que, desde la parcela antisistema del mapa político, reúne los rasgos típicos del dirigente español que disfruta de un trozo propio de poder: arrogancia, prepotencia a raudales, apego al nepotismo y creación de una corte de adictos correveidiles a quienes confía las satrapías y beneficia con múltiples sinecuras… Sumemos, además,  la inagotable falta de respeto que brinda a quienes compiten con él por asentar en La Moncloa unos culos pateables, y estará completado el perfil. Sus actuaciones parlamentarias la pasada semana habrán llevado al éxtasis a sus fanáticos pero, más allá de ellos y por lo escuchado en la calle, ha provocado  vómitos en gentes que hasta poco antes simpatizaban con él.

Está también su infinito desprecio a aquellas partes de la sociedad que no comulgan con sus ruedas de molino, fabricadas en el universo del izquierdismo latinoché –Paco Umbral dixit-, cuyo último icono, el obrerista brasileño Lula, acaba de derrumbarse con estrépito, muy poco después de Cristina Kirchtner y Nicolás Maduro. Todos ellos, vértices de unos lodazales de corrupción al lado de los cuales los Gürtel, Púnica, EREs, etc., son casi “propinas de sereno”, como se decía antaño. Ocurre y seguirá ocurriendo en aquellas sociedades donde no funciona una Justicia rápida, bien dotada e independiente. Entre nosotros, sólo el último capítulo parece estar acreditándose, poco a poco, como adecuado a una democracia.

Pero, ¡cuidado!, no estamos haciendo hincapié en Podemos debido a su manifiesta voluntad de hacerse un “régimen popular” a medida (es decir, en el que sólo quepan ellos, y los que se sometan), sino porque la rabiosa voluntad de conquistar el poder, puesta de relieve en las sesiones de investidura del miércoles y viernes pasados, coloca a su dirigencia en parejo término de mugrienta casta,   acuñado por ellos para quienes han sido los símbolos permanentes del bipartidismo: PP y PSOE.

Quede claro que el título que encabeza este artículo se refiere a estas organizaciones en igual medida que a esos fraudulentos protectores antisistema de los pueblos, si protegerlos equivale a fraccionarlos y enfrentarlos hasta consumar su ruina. Incluso les concierne todavía más, dada su trayectoria mucho más larga de cambalaches. Sus  alforjas rebosan de culpa en esa burla que estamos viviendo a los deseos del pueblo de que cierren acuerdos que lleven a la estabilidad. Más que cualesquiera otras.

Lo vivido estas últimas semanas en Ferraz, Génova, La Moncloa y las distintas sedes de Podemos y sus convergencias ha sido un espectáculo rastrojero. Tanto Sánchez (“no es no, a Rajoy y a un Gobierno del PP, porque España ha votado cambio”), como Rajoy (“he ganado las elecciones y tengo derecho a gobernar”) o Iglesias (presentando el reventón de un país que estaría regido por un sectarismo enfermizo como el camino “a una España mejor mediante un Gobierno progresista”) nos han brindado una pantomima ridícula y patética, pero que puede acabar en trágica. Más, con nuestros seculares y relativamente recientes precedentes históricos.

¿Qué nos cabe esperar ahora?

Hay dos meses de margen hasta el 26-J. Quizás esos lamentables políticos tengan un ataque de inteligencia o generosidad y lleguen a un acuerdo en las próximas semanas. Pero no nos lo creemos. Por tanto, expresaremos unas esperanzas que creemos muy compartidas entre la gente de a pie:

  • En el PP, que Rajoy entienda su obligación de irse y dar paso a un relevo ajeno a una putrefacción que dura décadas, aunque haya explotado durante su Legislatura. En ella ha habido grandes aciertos de gestión (originados en Rato, el paradigma de los corruptos), pero un imperdonable vacío de moral y hasta de ética. Nadie, aunque posibles cambios en otras formaciones parezcan propiciarlo, aceptará ir de la mano con alguien que arrastra ese fardo. Desengáñese, Sr. Rajoy, usted no volverá a ser Presidente.
  • En el PSOE, Sánchez ya ha tenido su oportunidad, y ha fracasado con el mismo estrépito que en las urnas el 20-D. Su enloquecido sueño de formar con Podemos un Gobierno de izquierdas se ha venido abajo por lo imprescindible de que los separatistas fuesen cómplices. Y en el histórico partido del Pablo Iglesias original y auténtico, que siempre ha defendido un destino nacional compartido y solidario, no caben las locuras de un caudillo con ambición desmesurada, de quien todos piensan que hubiera rematado la quiebra en que nos dejó el predecesor: J.L. Rodríguez Zapatero.

Cierto que Sánchez, durante la investidura, supo dar marcha atrás en el despropósito con que Iglesias le tentó, y hasta tuvo momentos en que habló con altura de miras. Pero su rémora de haber obtenido el peor resultado electoral del socialismo no le dio para más.

Y quedó –queda aún, al menos en lo que se refiere a un posible  deseo latente de dar un golpe de mano interno- la blandenguería, el sufrimiento y la astenia con que respondió a las impúdicas provocaciones del Pablo Iglesias bis. Por eso creemos que,  en caso de nuevas generales, tampoco será candidato.

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