Ha muerto Harper Lee, la autora de la novela Matar a un ruiseñor , la amiga, confidente y compañera de Truman Capote, a quien acompañó y ayudó durante el proceso de documentación de otra obra maestra de la literatura, A sangre fría .

Se nos ha ido Harper Lee, y como diría el tango, el mundo sigue andando.

Murió el viernes, tan solo unas horas antes de que el calendario se tiñera de rojo para conmemorar el Día Internacional de la Justicia Social. También es casualidad, o quizá sea una estratagema del destino o sencillamente una muestra más de que la realidad supera la ficción. Lo mejor que se puede hacer después de saber que ha muerto es lo mismo que hacíamos cuando estaba viva: leerla.

“Prefiero que disparen a las latas vacías en el patio trasero, pero se ve que ustedes van tras los pájaros. Dispara a todos los pájaros azules que quieras, si es que les puedes acertar, pero recuerda que es un pecado matar a un ruiseñor. Ese fue el único momento que escuché a Atticus decir que era un pecado hacer algo y le pregunté a la señorita Maudie al respecto. –Tu padre tiene razón-, me dijo ella. Los ruiseñores no hacen otra cosa que crear música para que las disfrutemos. No se comen los jardines de la gente, no hacen nidos en los graneros, no hacen otra cosa que cantar su corazón nosotros. Es por eso que es un pecado matar a un ruiseñor”.

Matar a un ruiseñor es un canto a la bondad, a la solidaridad, a la justicia, al aceptar lo diferente y convivir con el diferente. No conozco a nadie que haya leído esta novela o, en su defecto, visto la película protagonizada por un soberbio Gregory Peck y no se haya enamorado de Atticus Finch, el abogado decente y bondadoso que acepta la misión imposible de defender a un hombre negro al que habían acusado falsamente de una violación en uno de los rincones sureños más racistas de los Estados Unidos durante la Gran Depresión. Lo que nos gusta ver a un valiente en la ficción y lo que nos cuesta admitirle en la vida real. “Uno es valiente cuando, sabiendo que la batalla está perdida, lo intenta a pesar de todo y lucha hasta el final. Uno vence raras veces, pero alguna vez vence”.

Por esa novela, la única que escribió hasta el pasado año cuando decidió publicar su secuela Ve y pon un centinela más bien lo decidió el oportunismo editorial a juzgar por el resultado- a Harper Lee la tildaron toda su vida de inocente, y en muchas ocasiones, ese apelativo tenía reminiscencia de crítica. Más de medio siglo después y 30 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, el mundo sigue balanceándose entre la maldad y la bondad, entre la inocencia y la culpabilidad y ese binomio nos sigue llamando la atención.

Este año, la foto ganadora del ‘Word Press Photo’ es la imagen de un refugiado, mejor dicho, de tres. Una foto que nadie quiso comprar y su autor tuvo que publicar en una red social. La instantánea muestra a un hombre entregando a un bebé de pocos días a otro refugiado a través de una valla de alambre cosida a cuchillas y púas que separa la frontera de Serbia y Hungría. Como en la novela de Harper Lee, “hay hombres en este mundo que han nacido para cargar con las tareas desagradables de los demás”. La fotografía lleva el título “Esperanza en una nueva vida” y su autor, el australiano Warren Richard, ha dicho que «la Tierra no es una herencia de nuestros padres, sino un préstamo que entregaremos a nuestros hijos”.

Nuestro Atticus Finch, el de 1960, el abogado honesto y decente, no el de la secuela que lo convirtió en un intolerante y racista, diría: “Hijo mío, hay muchas cosas feas en el mundo, me gustaría que no las vieras, pero no es posible”. Es una buena explicación de un padre a un hijo porque tal y como está el mundo los padres se ven abrumados a la hora de explicar a sus hijos qué es lo que pasa. Recuerdo al padre que le intentaba explicar a su pequeño los últimos atentados islamistas en París y cómo pretendía hacerle entender que había buenos y malos pero que los buenos eran más y ganarían. Muy Atticus Finch. “Antes que a nadie, mis hijos dirigen su mirada hacia mí, y yo he procurado vivir de forma que siempre pueda sostenerla sin desviar los ojos”. El jurado del premio fotográfico califica la fotografía de clásica e intemporal, como la inocencia, como los perjuicios, como el miedo al diferente, como el racismo y la injusticia.

“Nunca conoces realmente a una persona hasta que no has llevado sus zapatos y has caminado con ellos. Si consigues aprender una sola cosa te llevarás mucho mejor con tus semejantes, nunca llegarás a comprender a una persona hasta que no veas las cosas desde su punto de vista”. 56 años más tarde, seguimos matando ruiseñores, pero como en la ficción de Lee, alguna vez vencen.

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