Decía Cela que para escribir solo hace falta tener algo que decir. Manuel Jabois (Sanxenxo, Pontevedra, 1978) tiene mucho que decir, pero además lo cuenta como pocos, con ese estilo fresco y original que le ha hecho célebre y le permitió saltar de la redacción de Diario de Pontevedra a la de El Mundo, primero, y a la de El País, después. Y hay veces que el primer periódico de España, donde publica casi a diario cultivando todos los géneros y temáticas, se le queda pequeño y tiene que volcar sus creaciones en un libro, como ahora.

Jabois acaba de publicar su cuarta obra, Nos vemos en esta vida o en la otra (Planeta), donde hace lo que más le gusta: aborda una historia manida desde un punto de vista novedoso. El 11-M ha provocado ríos de tinta, pero nunca se había plasmado el testimonio de Gabriel Montoya Vidal, El Gitanillo, primer condenado por los atentados y único menor de edad implicado. El autor pasó meses intentando que El Gitanillo le concediera una entrevista. Cuando por fin se avino a hablar, fue evidente que el testimonio no cabía en un diario, pedía más. Y así surgió el libro más maduro y ambicioso de este periodista, que huye de esas catalogaciones pero sí admite cierta superación en su trayectoria con la publicación.

Jabois combina las pausas profundas con las explicaciones atropelladas, conversa intercalando los arrebatos de inspiración intelectual con los silencios de quien no tiene nada que decir sobre algo, o con lacónicas y taxativas respuestas. Se ha acostumbrado a pensar rápido, asegura, por la carga «salvaje» de trabajo que acumula. Aunque disfruta más escribiendo de política que de fútbol, cree que la actualidad en España ahora es «un coñazo insoportable» y se congratula de que las nuevas generales le vayan a pillar en la Eurocopa. No tiene dudas de que el bipartidismo ha salido reforzado de esta legislatura fallida.

Supongo que esta parte de la promoción del libro, de conceder entrevistas y someterse a sesiones de fotos es lo más fatigoso. ¿Cómo lo lleva?

[No vacila ni matiza] Mal.

Publica su cuarto libro, que es claramente distinto a los anteriores. ¿Es también el más ambicioso?

No… Nunca escribo libros con esa vocación. Quiero decir… quizá sea mi reportaje más ambicioso, dentro de una serie de reportajes que llevo haciendo muchos años. En ese sentido, sí. Como libro, no lo sé… Siempre intento escribir algo que supere lo anterior, pero es que decir si lo has superado o no es muy complejo, creo que sí pero tampoco lo tengo muy claro.

La obra pone el foco en una realidad muchas veces olvidada: la de las familias desestructuradas, el submundo de los perdidos, los desasistidos, los desgraciados. ¿Intenta también de alguna manera recordar que ese mundo existe, por mucho que no nos guste mirar hacia él?

Ayuda a transparentarlo todo. Sobre todo, supongo que ayuda a transparentar el hecho de que de vez en cuando un terrorismo tan alejado supuestamente de nosotros se puede valer de cualquier persona y de cualquier sector de la sociedad española sin ninguna vinculación al islam, al yihadismo, para cometer esos atentados. Y además, siguiendo una lógica perversa y una lógica de acciones que vistas desde el modo negro, desde el modo delincuencial, tienen una cierta coherencia. Eso supongo que ayuda a visibilizar una parte del problema, una parte pequeña del problema, pero que no deja de ser una parte nuestra.

Cuando hay tragedias, desgracias, el impulso humano siempre es buscar el porqué.

Las cosas siempre ocurren por algo, evidentemente. Lo que pasa que yo en el libro no lo respondo, no respondo a qué obedece la actitud de El Gitanillo, ni lo que hace ni por qué lo hace. Yo creo que el trabajo del periodista no es responder por qué, es dar toda la información para que cada lector pueda comprender por qué, pueda llegar a una conclusión o a una especie de moraleja o de final feliz del pensamiento. En este sentido, el personaje del libro, Gabriel, es bastante difícil de atrapar. No piensa en las consecuencias de sus actos, por momentos pareciera que vive en el nihilismo, que todo le da igual, no le importa nada, es una actitud vital que a veces tiene cierta atracción cuando eres un adolescente cuyo mayor problema son los exámenes de mañana, pero si estás con malas compañías y en unas circunstancias concretas, este tipo de actitud te puede llevar a hacer cualquier cosa. Y a no importarte lo que haces.

Fue muy difícil conseguir que hablara. ¿También después de la primera vez?

No, no. Cuando él decide hablar, hablamos. De hecho hay un trabajo relacionado con la escritura que es la consulta continua con él, para aclarar detalles o para rellenar huecos vacíos de la historia. Tiré mucho de teléfono, mientras escribía con información externa, publicada en periódicos, con la sentencia, los hechos probados… Buscaba siempre el punto de vista privilegiado, el de él, que estuvo en el lugar de los hechos que yo relataba, en la noche de la mina, en el viaje en autobús… Tiré de él, lo articulé a través de un testigo privilegiado que me aporta muchos detalles y me permite reconstruir la historia de la forma más fiel y detallista posible.

Ha dicho que no ha investigado a fondo el 11M para escribir el libro…

Realmente no es que no lo haya investigado a fondo, es que no lo he investigado nada. Este libro no es un libro de investigación en absoluto.

Y el hecho de acercarse al 11M de una forma tan intensa, ¿le ha descubierto cosas nuevas, algo sorprendente que no conociera y le haya despertado la atención?

Las mismas cosas que ya me habían sorprendido al leer la prensa, una cadena de errores policiales bastante grave. Por ese motivo también ocurren los atentados, porque las personas fallan. Hubo alguna condena como la de Jamal Zougam basada en el testimonio ocular de dos testigos… Puede generarte dudas. Pero yo me fío de la investigación judicial del 11M, me fío de su sentencia. Y por supuesto que hay claroscuros, pero es que estamos hablando de un macroproceso que tuvo que celebrarse en la Casa de Campo, porque no había espacio físico… Hay cabos sueltos, pero no los suficientes como para dudar de que la autoría de los atentados es de los terroristas que se inmolaron en Leganés ni para entrar en teorías sobre los servicios secretos de cualquier país que quería desestabilizar España. Desgraciadamente no ha habido solamente atentados en Atocha, los ha habido en Nueva York, en París, en Bruselas, en Marrakech, en Bali, en Londres… ¿Qué obedece, a una gigantesca conspiración internacional? Claro que la hay, se llama Al Qaeda, se llama Estado Islámico, busca sembrar el terror en las democracias occidentales y ya está. Eso es lo que hay, estoy seguro de que no hay conspiraciones… Bueno, ya me entendiste, ¿no?

Accedió al protagonista del libro gracias a Joaquín Manso, periodista de El Mundo, y obtuvo la información estando ya en El País. ¿No quiso publicarlo en un periódico debiendo la exclusiva al paso por otro?

No es que no quisiese publicarlo en El País. Me daba cierta cosa, porque a este chico lo localiza El Mundo, lo localiza Joaquín, y es un reportaje encargado por El Mundo. Me produce cierto reparo publicarlo en El País, cuando el trabajo de campo inicial lo hace el diario El Mundo. Y luego es que aunque hubiera querido publicarlo en El País, aunque hubiera obtenido todo gracias a este periódico, es que había información suficiente y disponibilidad suficiente del chico para poder hacer un libro. Pero por el mero hecho de que un reportaje de 200 páginas no cabe en un periódico.

¿Qué lección le ha dejado escribirlo?

No me ha dado ninguna lección. No me suele dar lecciones el trabajo que hago. No he aprendido nada, he escrito una historia y ya está.

Lo ha escrito mientras seguía publicando textos casi a diario, cultivando todas las áreas, y compaginándolo también con otros compromisos profesionales, como la radio… ¿Cómo ha sido?

Pues bastante intenso. Tengo un ritmo de trabajo muy salvaje, la verdad. Amaneciendo muy temprano y sobre todo pensando muy rápido. Hoy tengo que entregar un artículo de opinión. Tengo que hacerlo por la tarde en algún momento, probablemente desde el móvil [La entrevista se desarrolla a partir de las 13h]. Lo que no quiere decir que no le dedique el mejor de mi tiempo, y la mejor de mis lecturas a la prensa para poder extraer la mejor de las ideas, dar lo mejor. Pero se aprende a pensar mucho más rápido. Este oficio es de pensar. Cuando voy a la radio tengo que contar algo que haya pensado previamente, por lo menos una o dos ideas generales, no es que llegue allí y de repente saque de la chistera cuatro pensamientos mágicos. Aprendes a pensar rápido. No es tanto un agotamiento físico como mental. Cuando estoy de ocio, me tomo una caña por ahí, estoy pensando en qué voy a escribir. Ahora hablando contigo también se me va el pensamiento a esa columna que tengo que hacer por la tarde. Continuamente, además, de forma obsesiva. Y cuando lo encuentro, me da mucha más paz que el hecho de escribirlo en sí, que eso ya es la rutina.

Lo más difícil es dar con un enfoque distinto, con una idea original.

Claro, escribirlo es teclear. El verdadero trabajo intelectual es previo, saber de qué vas a escribir y saber qué vas a decir, si vas a decir una sandez, una idea repetida cien mil veces o si has encontrado algo original, si un punto de vista puede ser interesante, si es sobre una noticia a la que no se le ha dado mucho pábulo… Esas cosas. Eso es lo complicado.

Pero luego también ha de dar con las metáforas, los símiles o los giros de ironía que visten esa reflexión. ¿Esto cuesta menos?

Surge cuando escribes. Es un cliché, pero creo que es el cliché más cierto del mundo: mientras escribes se te ocurren no solo giros y cierta literatura, sino ideas, pensamientos. A veces inicias la columna con una idea y mientras escribes se te ocurre exactamente la contraria y crees que es la correcta. Esto pasa.

Hablaba antes de la gran carga de trabajo que tiene…

[Interrumpe la pregunta para matizar] Y de la cual estoy agradecido, quiero aclarar. A ver si voy a ser el periodista de España que se está quejando por tener trabajo. Soy un privilegiado, un absoluto privilegiado. Es verdad que estuve 15 años trabajando en un periódico local, picando piedra, pero muy feliz también. Nunca me he quejado porque el sueldo era el que era, pero yo vivía bien, en una ciudad pequeña, y estaba muy contento. Y aprendí todo lo que sé. Y ahora no me quejo. Tengo el ritmo que tengo también porque me cuesta decir que no a algunas cosas, pero yo estoy feliz y contento de que eso sea así. Se ha acostumbrado el cuerpo y la cabeza a esa agenda, a esa forma de trabajar y me gusta… Por supuesto que hay mañanas que no me apetece levantarme a las 7h para ir a la sede, y días que estoy muy feliz en una terraza y no me apetece irme a casa a escribir la columna, pero son días contados. Normalmente tengo una rutina muy estricta. Me gusta preparar las cosas y conseguir que tengan efecto, difusión, que aporten algo. Me gusta mucho mi trabajo y de hecho me cuesta llamarlo trabajo.

¿Hay algo de lo que esté especialmente orgulloso, algún trabajo que destaque por encima de los demás o del que guarde un mejor recuerdo?

[Se toma unos segundos] No lo sé, no lo sé… Me sorprendió mucho encontrar de repente y casi casualmente la identidad del padre de Francisco Umbral. Al poco de llegar a El País, además, paradójicamente. Tuve mucha fortuna al dar con un testimonio clave que me aportó una historia estupenda en el caso Asunta… Son reportajes especiales. En el de Asunta, claro, es que ha muerto una niña, no puedes estar contento, pero es un trabajo periodístico del que me siento orgulloso por la forma en que conseguí abordarlo, por ofrecer un punto de vista desconocido. Que es a lo que aspiramos todos. Yo no soy periodista de investigación y difícilmente voy a destapar un día un gran caso, salvo que me caiga del cielo. Pero sí puedo dar un punto de vista distinto en una historia manida. Me gustan las largas historias, creo que el gran reportaje es el género rey de este oficio.

El periodismo también es un oficio acostumbrado a lidiar con presiones de todo tipo. ¿Las ha sufrido?

No, porque me dedico a la opinión y la opinión normalmente no molesta tanto. Nunca me han dicho en un periódico que opine esto o lo otro. Ni tampoco me han levantado columnas.

Estos días ha surgido una gran polémica directamente relacionada con el Grupo Prisa, donde trabaja, a cuenta del choque de Cebrián con Escolar, que ha llevado a la SER a prescindir de este…

Yo escuchaba a Escolar en la tertulia de la SER muy a gusto y me gustaban mucho sus opiniones. Me parece una mala noticia que no vaya a estar más. No me parece bien la decisión, personalmente, qué voy a decir.

Hablaba antes de las columnas en Diario de Pontevedra, que eran más costumbristas que las que hace ahora, más pegadas a la actualidad. Supongo que le han preguntado muchas veces cuánto hay de literatura o de ficción añadida a aquellas historias que contaba en sus inicios…

Desgraciadamente, hay poca imaginación en ellas. Puede haber alguna exageración, pero a nivel metafórico. Las historias son reales. Es real que una vez me emborraché con licor de café y me enrollé con mi mujer de entonces pensando que era otra. Esto pasó de verdad, te lo puede decir ella y te lo puede decir mi suegro. Lo conté en un periódico y ya me hubiera gustado a mí inventarlo y que ella se riese… Se rió igual porque es la mujer más inteligente del mundo, pero pasó, pasó, fue así. En aquella época no tenía que inventar nada para escribir. Ahora mucha gente me dice “¡Ya no escribes aquellas columnas!”, pero es que ya no me pasan esas cosas. Y si las hubiera inventado las seguiría inventando hasta los 50 años, no tendría ningún problema.

Lo que sí hace es seguir metiendo mucho a Galicia en sus textos.

Mucho, sí, me gusta mucho y aparte es que es de lo que sé, lo que vivo, mi tierra. Siempre estás más seguro cuando escribes de lo que sabes, de lo tuyo.

¿Cree que Galicia, los gallegos o su idiosincrasia están infravalorados?

No, en absoluto. En mi caso, sobrevalorado. [Risas]

¿Quién le ha influido más profesionalmente? ¿Tiene algún maestro o referente periodístico, columnístico, intelectual?

¿Sabes qué pasa con esa pregunta? Que dices uno y todos los que no dices se convierten automáticamente en no referentes. Entonces, me resulta muy costoso decir nombres más allá de lo canónico. A mí me gusta mucho la forma de abordar la realidad de un clásico, de Gay Talese, me encanta esa escrupulosidad, ese gusto por el detalle. Pero es poco original citar a Talese. Y de mis contemporáneos, hoy te puedo decir unos y mañana otros.

¿Y en la literatura? ¿Algún autor de cabecera?

A mí me gustan mucho dos formas de escribir antagónicas: las de Hemingway y Scott Fizgerald. Son completamente antagónicas, pero les encuentro el gusto a las dos. Una quizá más periodística, aunque también abusa mucho de la repetición y del gusto por la música, y otra que es literatura pura y dura, de primera.

No podemos concluir sin comentar algo del panorama político. ¿Cómo ha visto el fracaso de las negociaciones para formar Gobierno? ¿Qué le parece la situación inédita que vivimos?

Pues un coñazo insoportable. Un coñazo y un espaldarazo inesperado al bipartidismo. Mucha gente puede pensar: «Pues si con cuatro partidos no hay forma de ponerse de acuerdo, tendremos que volver al régimen de los dos». Yo no escribo ya mucho de política y la repetición de las elecciones me va a pillar en Francia en la Eurocopa, así que…

¿Prefiere escribir de fútbol?

No, me gusta más escribir de política. Pero escribir tanto tiempo lo mismo…

¿A la final de la Champions, en Milán, también acudirá?

Estoy en Milán, sí. Pase lo que pase. Si la final es Bayern-City, me tendré que joder. Pero voy.

Llegará la Undécima, ¿no?

Hombre, tengo toda la confianza del mundo.

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