El PP tiene las cuentas hechas. Convencido de que será el gran beneficiado por la reedición de los comicios, el partido de Mariano Rajoy se ha fijado el objetivo de quedar en disposición de gobernar tras el 26-J, una circunstancia que requiere de tres condiciones: mejorar los resultados propios, que crezca el bloque de centro derecha y que se produzca cierta desmovilización en la izquierda. Son tres patas de un mismo escenario, el que la cocina de Génova espera que se dibuje a comienzos de verano y que haría prácticamente imposible la articulación de una mayoría al margen del PP. La dicotomía que anhelan es sencilla: o un pacto que incluya a los de Rajoy o unas terceras elecciones que sumirían a la clase política en el mayor de los descréditos.

“Estamos convencidos de que nuestra imagen pública ha mejorado desde diciembre, nos beneficiará habernos diferenciado de otros partidos que se han dedicado a sobreactuar y escenificar”, explican fuentes conocedoras de la estrategia. La seriedad y estabilidad a que a menudo apela Rajoy constituirán, apuntan, uno de los mensajes clave de la formación. Pablo Casado, vicesecretario de Comunicación y pieza clave del Comité de Campaña, avanzó hace unos días que la táctica girará en torno a ese eje y dos más: explotar la “experiencia de gestión” y vender “ilusión de futuro”.

Génova aspira a sumar nuevos escaños en Alicante, Toledo o Almería y a mantener resultados en el resto de España

Esos mensajes serán trasladados más que nunca desde programas de los medios y menos desde eventos de partido. La austeridad que todos se han marcado para hacerse perdonar en parte el fracaso de las negociaciones postelectorales hará que los macromítines desaparezcan, se apueste por actos a pie de calle, se reduzca la cartelería y propaganda y se refuerce la presencia mediática. También en el PP, como subrayó Casado al desgranar las líneas generales de la campaña y precampaña. Su partido estará “en todos los debates” y programas a los que sea invitado, aunque está por ver de qué forma.

El dirigente popular adelantó que en ese punto la línea será similar a la seguida en diciembre, cuando Rajoy eludió los debates a cuatro, se avino a participar solo en el cara a cara con Pedro Sánchez y completó su campaña con apariciones en programas como el especial de La Sexta Noche, La calle pregunta, o los de Bertín Osborne y María Teresa Campos. En esta ocasión, los detalles están por determinar y el propio candidato indicó este miércoles en la SER que está “a las órdenes de lo que me dice el equipo de campaña”, añadiendo un gráfico “a nadie le apetecen los debates”.

Su equipo de campaña, recién designado, lo componen 50 expertos pertenecientes al partido o muy próximos a él, además de los cinco vicesecretarios generales, el director de campaña (Jorge Moragas), el director adjunto (José Antonio Bermúdez de Castro), la tesorera (Carmen Navarro), la jefa de prensa (Marilar de Andrés) y el número dos del PP de Madrid (Juan Carlos Vera). Ese es el grupo encargado de hacer triunfar a Rajoy, junto con la agencia de publicidad Shackleton, que ya les asistió el año pasado y volverá a hacerlo ahora.

Los rivales piden debates

Los adversarios de Rajoy han comenzado a prepararse por si de nuevo se negara a debatir a cuatro bandas. Todos le reclaman que acepte esas confrontaciones, y las fuentes de Génova consultadas apuntan a que podría rectificar y acudir a la propuesta por Atresmedia, virando así su estrategia de perfil bajo y apuesta por marcar distancias con los emergentes. La decisión, en cualquier caso, no está aún tomada. Sí continuará el cuerpo a cuerpo con Ciudadanos, el principal competidor electoral del PP junto a la abstención. El CIS postelectoral ha reflejado que entre las formaciones de Rajoy y Rivera dudaron más de un millón de personas hasta última hora en la cita de diciembre. El PP explotará el acercamiento de C’s a Pedro Sánchez para salir triunfador en la nueva edición de esa batalla.

Así, Génova aspira a subir del 28,7% de los votos, la cota que marcó en diciembre. Si logra sumar las mismas o más de esas 7’2 millones de papeletas obtenidas entonces, en el contexto de una participación menor -como apuntan todos los sondeos-, el porcentaje de respaldo electoral rozaría el 30%. Un guarismo que podría traducirse en 3-4 escaños más, por aquellas provincias donde el 20-D se quedó muy cerca de conquistar otro diputado (Almería, Toledo o Alicante). Además, conservaría otro puñado que se llevó por menos de dos puntos (en Barcelona, Ciudad Real, Granada, Madrid, Málaga, Murcia o Zaragoza).

participación gráfico

La expectativa manejada en el cuartel general del PP es que la izquierda tienda a desmovilizarse, penalizando a PSOE y Podemos por no haber sido capaces de entenderse. Eso podría hacer que la abstención subiera del 27% al 30%, según sus cálculos. Es decir, se acercaría al nivel de 2011, 2000 o 1979 (31-32%), años en que el centro derecha obtuvo sus mejores resultados en unas generales. Además, los sondeos detectan un repunte de Ciudadanos que no se produce -o no completamente- a costa del PP.

La participación podría situarse en niveles de los mejores años del centro derecha (1979, 2000 y 2011)

Un buen resultado de Rivera es fundamental para que los populares opten a conservar el poder. Esos 45 escaños que podría apuntarse en junio, sumados a los 125 a los que aspira Rajoy, dejarían al centro derecha con 170, a solo seis de la mayoría absoluta. De alcanzar un pacto global como el firmado en febrero entre C’s y el PSOE, sería inviable una alternativa de Gobierno y toda la presión pasaría a Sánchez, que tendría que negociar su abstención o forzar otra reedición electoral.

Con ese escenario, además, el PP podría buscar un acuerdo con el PNV. La fiabilidad electoral del nacionalismo vasco hace prever que se mantendrá con cinco escaños o más, como siempre ha ocurrido desde 1977. Es decir, podría decantar la balanza sin necesidad de que Rajoy se entendiera con Sánchez. Ahora mismo puede parecer imposible, tras la etapa de mayoría absoluta del PP, pero el PNV ha sido tradicionalmente una formación pragmática y bien podría aceptar una negociación que, por ejemplo, pusiera sobre la mesa -o debajo de ella, apartada de los focos- la investidura de Íñigo Urkullu como lehendakari a finales de año.

El tablero vasco aparece tan fragmentado que no es descabellado pensar que el PP apoyaría tras los comicios regionales de otoño un Gobierno PNV-PSE para neutralizar la suma Podemos-Bildu. “Nosotros hemos pactado con todo el arco parlamentario, incluso con nuestra escisión”, recordaba Aitor Esteban, portavoz jeltzale en el Congreso, en entrevista reciente con El Español. Para ellos, no existen los acuerdos contra natura.

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