¿Alguien ha calculado alguna vez la ratio existente entre la capacidad militar de un hombre joven, una vieja achacosa y el Ejército de Francia? Los del Ayuntamiento almeriense de Líjar lo hicieron hace más de 130 años y concluyeron que, si en el campo de batalla un mozo equivalía a 333,33333 viejas, Francia necesitaría al menos seis millones de soldados para vencer a los del pueblo. Ahí es nada.

La contienda “morganática” entre Líjar y Francia no es única ni en España ni en el mundo. El pueblo granadino de Huéscar, por ejemplo, se mantuvo en guerra con París desde la Guerra de la Independencia hasta 1981, cuando se firmaron las “paces”. También es el caso de Móstoles, la ciudad en la que se declaró la guerra popular a Napoleón y que firmó la paz con Francia en 1985 después de 177 años de «hostilidades». No obstante, en Líjar hay varios elementos que le dan un cierto aire muy particular.

Por una parte, tenemos el contexto. El 29 de septiembre de 1883, el rey Alfonso XII llegó a París en el marco de un periplo por Europa que había incluido Alemania, Austria y Bélgica, tal como han recogido tanto el Ayuntamiento de Líjar en su página web (los habitantes del pueblo son, en lo que se refiere a esta y a otras historias similares, un dignísimo ejemplo de un sentido del humor cada vez menos frecuente) como el autor Eduardo Lillo en la revista digital almeriense El Marrajo.

La gira incluyó, como ya se dijo, Alemania, un poderoso imperio que había conseguido unificarse hacía unos pocos años a costa del pintoresco imperio francés del también pintoresco Napoleón III. Por entonces, los franceses todavía tenían muy fresca la humillación que habían sufrido en 1871, con la derrota en la guerra franco-prusiana y con la proclamación del nuevo Imperio alemán nada menos que en el Palacio de Versalles (humillación que se guardaron y se habrían de cobrar con intereses en 1918, justo en el mismo escenario).

 

Mapa de Francia en 1871

 

Durante su viaje por Alemania, Alfonso XII había cometido la torpeza diplomática de presidir desfiles y maniobras militares del Ejército prusiano y de aceptar el grado y uniforme de coronel del Regimiento 15 de los Ulanos, cuya guarnición se encontraba nada menos que en Estrasburgo, una ciudad que había sido arrebatada por los alemanes a los franceses y que se había convertido en la capital del recién constituido Reichsland de Alsacia-Lorena.

En estas circunstancias, el tatarabuelo del actual rey (quien, como buen Borbón, se negó a escuchar los consejos para que anulara la visita) fue recibido en Francia el 29 de septiembre como era previsible, con profunda frialdad por parte del presidente de la República, Jules Grévy, en la estación del Norte de París, y con hostilidad por parte de un inmenso gentío que, instigado «por los republicanos y aún por masones”, le “abucheó exaltadamente entre gritos de Muera el Ulano y Viva la República”, según cuenta la versión del ilustre historiador franquista Ricardo de la Cierva.

“Miles de individuos apiñados aullaban como fieras. Además oímos proferir mil injurias groseras que la pluma se niega a transcribir”, relataba, por su parte, el corresponsal del periódico La Época, Alfredo Escobar y Ramírez, segundo marqués de Valdeiglesias y también conocido como el Mascarilla.

Una vez de regreso en su país, el rey fue objeto de dos desagravios. El uno se produjo en Madrid, donde el 3 de octubre “fue aclamadísimo por el pueblo madrileño que lo siguió hasta Palacio y que, por expreso deseo de don Alfonso, halló franco el paso al interior, en multitudinario oleaje de entusiasmo”, sigue contándonos el marqués de Mascarilla para su periódico, cuyos lectores solían pertenecer a la clase aristocrática de Madrid.

La declaración de guerra

El otro desagravio se produjo en Líjar.

El 14 de octubre de 1883, reunido el Ayuntamiento en sesión ordinaria en la Sala Capitular, el alcalde, don Miguel García Sáez, relató a los concejales que, “al pasar por la Ciudad de París, el Rey Don Alfonso de regreso de su viaje el día veinte y nueve de septiembre último, fue insultado, apedreado y cobardemente ofendido por turbas miserables, pertenecientes a la Nación Francesa”.

Miguel García Sanz

 

Como consecuencia de ello, el Ayuntamiento de Líjar aprobó una declaración, en la que, tras proclamar la obligación del “más insignificante Pueblo de la Sierra de los Filabres” de protestar “en contra de semejante atentado”, recordaba “que solamente una mujer vieja y achacosa, pero hija de España, degolló por sí sola treinta franceses que se albergaron, cuando la invasión del año ocho en su casa”.

Con este precedente por delante, el Ayuntamiento advirtió a “los habitantes del Territorio Francés” de que el pueblo de Líjar se componía “únicamente de trescientos vecinos (el término “vecino” designaba a todos los habitantes de cada casa, que podían ser del orden de cuatro o cinco)” y, lo más importante, de “seiscientos hombres útiles”. Así, con estas cifras, el pueblo se sentía en condiciones de “declararle guerra a toda la Francia, computando por cada diez mil franceses un habitante de esta villa”. Dicho en otros términos, Francia necesitaría seis millones de soldados si quería salir victoriosa del envite, y eso si tomamos únicamente como referencia a los seiscientos mocetones con capacidad militar.

El Ayuntamiento se explayó, además, en otros datos demoledores, como que “España ostenta en su escudo” la figura de un león, “la insignia de más valor que puede ostentar la primera nación del Mundo”, o las numerosas gestas patrias españolas, “un Sagunto, un San marcial, Bailén, Zaragoza, Otumba, Lepanto y un Pavía, que ninguna Historia de las que se conocen hasta el día puede presentar ejemplos tan terribles”.

 

Entrada al casco urbano y atalaya de Líjar

 

Asimismo, el Ayuntamiento recordó que “un Carlos Primero de España, supo hacer prisionero a un Rey Francés, y cuando lo guardaba en Castilla, con cuantas consideraciones se albergan únicamente en pechos Españoles, supo el solo atravesar, la Francia aterrorizando con su figura el Mundo”; y añadió que “también hubo un Felipe Segundo, que en su reinado supo abarcar de uno a otro confín de la Tierra».

«Ahora, cuando el Pueblo de España, no cuenta ni con un Gonzalo de Córdoba, ni con un Don Juan Chacón, ni con un Conde de Gabia, ni un Dureña Ponce, hay todavía vergüenza y valor para hacer desaparecer del mapa de los Continentes a la Cobarde Nación Francesa”, proclamaba el bando. 

Por todo ello, “el Ayuntamiento tomando en consideración lo expuesto por el Alcalde, acuerda unánimemente declararle Guerra a la Nación Francesa, dirigiendo comunicado en forma debida directamente al Presidente de la República Francesa, anunciando previamente al Gobierno de España esta Resolución”, concluía la declaración.

La sangre no llegó al río (al río Líjar, se entiende), y cien años más tarde, el 30 de octubre 1983, se firmó la paz, en presencia de las autoridades políticas y militares de los dos bandos enfrentados.

La declaración de paz reza así:

“En la villa de Líjar, provincia de Almería, siendo las doce horas del día treinta de Octubre de mil novecientos ochenta y tres.

Reunidos en la plaza pública de esta villa, por una parte los representantes de la Nación Francesa, en las personas del cónsul y vicecónsul de Málaga y Almería, y por otra la Corporación Municipal del Ayuntamiento de Líjar, presidido por su Alcalde Don Diego Sánchez Cortés, siendo testigos de excepción autoridades civiles y militares de la provincia.

Se acuerda firmar la Paz entre Líjar y Francia, tras cien años de guerra incruenta, declarada por este Ayuntamiento el catorce de Octubre de mil ochocientos ochenta y tres.

Y para dejar constancia firman de una parte los representantes del Estado Francés, y de la otra la Corporación Municipal del Ayuntamiento de Líjar, firmando como testigos de excepción autoridades civiles y militares de la provincia y toda la población de Líjar, de lo que yo la secretaria certifico”.

 

SE CUMPLEN 30 AÑOS DE LA PAZ ENTRE MÓSTOLES Y FRANCIA

Hace justo treinta años, el 2 de mayo de 1985, la localidad madrileña de Móstoles firmó la paz con Francia. Ambas «partes» estaban oficialmente en guerra desde 1808, cuando el alcalde Andrés Torrejón dictó el celebérrimo bando que marcaba el comienzo de la llamada Guerra de la Independencia contra las tropas napoleónicas. La firma de la paz contó con la presencia del por entonces alcalde de Móstoles, el socialista Bartolomé González, y del también por entonces embajador de Francia en España, Pierre Guidoni, quien declaró al término del acto que había sido uno de los acontecimientos «más agradables y, quizá, de los más significativos» desde que había asumido el cargo, según recogió el diario El País.

 

Imágenes | http://historiadelahistoria.com/, http://piedrayllora.voila.net/ http://maravillasdealmeria.blogspot.com.es/ y http://elmarrajo.com/

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