Inevitablemente, las fiestas de San Isidro de Madrid se engarzan cada cuatro años con los entresijos de las elecciones municipales y autonómicas. Al delicado son de Francisco Alegre y Paquito el Chocolatero y con el sutil aroma de la casquería y el chocolate espeso, los candidatos se reúnen en la Pradera de San Isidro, disfrazados de personajes de sainete, y aseguran festivamente, a los muchos periodistas que casualmente pasaban por allí, que su objetivo ese día es “olvidarse de la campaña para estar con los madrileños”.

En 1981, sólo dos años después de ser elegido el primer alcalde de la democracia, el muy popular Enrique Tierno Galván se marcó un chotis con una madrileña. Cuatro años después, y a escasos meses de morir a causa de un cáncer de colon que ya por esas fechas era irreversible, escribió uno de sus famosos bandos, en el que invitaba, “a los próximos y ajenos, a los más inmediatos y a los remotos”, a “españoles y extranjeros” a disfrutar de las fiestas de San Isidro en Madrid, que “es hoy capital del contento de Europa”.

Con el andar de los años, no ha habido verbena de San Isidro sin políticos disfrazados en ella, especialmente en esos años impares tan particulares que coinciden con el ecuador de las elecciones municipales. El 15 de mayo, la Pradera de San Isidro, escenario principal de la verbena, se ha convertido en los años electorales en la sublimación absoluta del casticismo, un término que, dicho sea por curiosidad, procede de “casta”.

“No quiero mezclar al Santo con la política”. Ésas habían sido las palabras del entonces alcalde, José María Álvarez del Manzano, antes de plantarse en la Pradera de San Isidro en plena campaña electoral de 1995, acompañado del entonces diputado regional Albert Ruiz Gallardón y rodeado de periodistas que habían sido oportunamente avisados de su intención de aparecer por la fiesta.

«SAN ISIDRO CORRERÍA A GORRAZOS AL ALCALDE»

Ese mismo día, el candidato socialista y antiguo alcalde Juan Barranco también se había anunciado debidamente para marcarse un “descanso electoral” en la Pradera, donde se bañó en vino, agua con anís y multitudes, ganó al mus (vamos a suponer que merecidamente), se atizó un cocido madrileño hecho en Carabanchel y pidió al resto de candidatos que, al igual que él, se olvidasen por un día “de los problemas”. Todo ello, rodeado de periodistas que no se perdieron ni un detalle.

En 1999, Álvarez del Manzano aprovechó la fiesta para comparar a sus potenciales votantes con los personajes pintados por Francisco de Goya en la Pradera de San Isidro, mientras el concejal socialista Rafael Simancas calificaba al alcalde de “aguafiestas” y el concejal de Izquierda Unida Franco González afirmaba, categóricamente, que “si San Isidro levantara la cabeza, correría al alcalde a garrotazos por toda la romería». El candidato socialista, Fernando Morán, declaró que las fiestas de San Isidro eran «moderadamente horteras» y se quedó sin alcaldía.

ENTRE LA PRADERA DE SAN ISIDRO Y TÀPIES

En 2003, la socialista Trinidad Jiménez se echó una especie de mantón de Manila a los hombros y se paseó por el recinto del brazo del candidato a la Comunidad de Madrid, Rafael Simancas, ataviado con parpusa y un clavelito mal que bien encajado en el bolsillo.

 

 

Ese año, por circunstancias no aclaradas, sólo se presentaron por la Pradera los candidatos de la izquierda. Esperanza Aguirre, que aspiraba a la Comunidad de Madrid, se quedó en casa debido al calor, o ésa fue al menos su excusa. Alberto Ruiz Gallardón, candidato a alcalde y presidente de la Comunidad hasta entonces, tampoco acudió, y aprovechó las festividades para recordar, una vez más, que Madrid era una sociedad “cosmopolita” que casaba mal con el casticismo de cartón piedra.

Trinidad Jiménez se limitó a declarar (sin ningún interés electoral, por supuesto) que la ausencia de Gallardón se debía al “desprecio” que sentía por la gente. Álvarez del Manzano, que dejaba la alcaldía y no se perdía una, manifestó que una cosa era “el falso casticismo” y otra “la tradición”, y que no había que confundirlas.

Cosmopolitismo por cosmopolitismo, Simancas aprovechó la fiesta madrileña para lanzar un cabo a Cataluña: «Aquí, tan pronto estamos en la Pradera de San Isidro como en una exposición de Tàpies. Ahí reside el encanto de Madrid». El candidato se puso de mala gana la parpusa, se hizo las fotos y le faltó tiempo para quitársela. Apenas un mes más tarde se produjo el caso Tamayo-Sáez y de la sonrisa no le quedó ni el recuerdo.

TONTAS, LISTAS Y ESPABILADAS

En 2007, Esperanza Aguirre ya estaba desatada. En la Pradera, aseguró ante los medios que habían acudido a informar de la verbena y que, casualmente, se la encontraron llena de candidatos, que había visto cumplido su «antiguo sueño» de acudir disfrazada de «chulapona», con un vestido de color «azul PP», e incluso se mostró dispuesta a «marcarse un chotis» con Simancas, siempre y cuando éste “supiera bailarlo en un ladrillo». En efecto, el chotis se baila sobre un ladrillo, como buena parte de la política española y madrileña de la época.

Entretanto, la pareja de baile de Simancas en las elecciones de 2007 era Miguel Sebastián, candidato frustrado a la alcaldía. Ambos acudieron con la parpusa y un pañuelo blanco en el cuello, y de tal guisa se compraron sus rosquillas listas, tontas y de Santa Clara. Sebastián comió rosquillas listas e invitó a su compañero a probar las «espabiladas». Luego, los dos se marcaron un chotis con algunas de las circundantes, declararon que en la Pradera se olía «aire de cambio» (que luego no hubo, dicho sea de paso) y se abrieron.

«ESPERANZA VIENE Y VA»

En las últimas elecciones antes de las actuales, las de 2011, con la crisis en plena verbena y sin más ladrillos que los estrictamente necesarios para bailar el chotis, Ruiz-Gallardón fue el más madrugador de todos (también habría de ser el más madrugador en dejar el cargo de alcalde para ser nombrado ministro de Justicia) y acudió a beber el agua milagrosa del pozo de San Isidro.

Pimkie en Flickr

En esta ocasión, la pareja socialista la formaban Jaime Lissavetzky (candidato para alcalde) y Tomás Gómez (para la Comunidad), quienes también se comieron sus rosquillas correspondientes. Las favoritas de Lissavetzky eran las tontas. Su compañero prefería las listas. Tras un breve homenaje a Tierno Galván, se encomendaron al Santo.

En 2011, el espectáculo lo dio Esperanza Aguirre. Después de pedir al Santo que trajera “mucha prosperidad, bienestar, libertad y, por supuesto, empleo” a los madrileños, la lideresa se marcó una versión del pasodoble Por la calle de Alcalá en la que, casualmente, pedía el voto para su partido. “Por la calle de Alcalá/Esperanza viene y va/pico y pala ‘apoyaos’ en la cadera./De Alcobendas a Aranjuez,/de Buitrago a Leganés,/todos quieren que se presente otra vez./Y el vecino que la ve/va y le dice: ‘así ha de ser’,/trabajando con esmero presidenta,/pues nadie le va a ganar,/en equipo a trabajar,/todos juntos por nuestra comunidad».

  

 

Imágenes | Pimkie en Flickr y EFE

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