«Intentar entender y explicar el Holocausto es, de algún modo, comenzar a justificarlo» / Primo Levi

Hace ya unos años, cuando ETA mataba día sí día también, un periodista le preguntó al escritor bilbaíno Jon Juaristi por qué había en el País Vasco tantos crímenes políticos. Juaristi (“corto en palabras pero en hechos largo”) le contestó: “Porque hay muchos asesinos e hijos de puta sueltos”.

Tras los asesinatos del viernes 13 de noviembre en París no han faltado a la cita “analistas” dispuestos a “explicar las causas” del yihadismo, y lo más curioso de todo lo que yo he leído –y ha sido mucho- es que ningún analista aporta una sola evidencia empírica que avale sus afirmaciones, tales como “marginación social” o “búsqueda de la identidad perdida”… Valga como ejemplo este titular debido a un conocido sociólogo francés: “Faltos de referentes de autoridad, encuentran en la religión lo que no les ofrece la sociedad”. Vamos, que la sociedad es la culpable, por no darles lo que sí les da la religión mahometana.

Sin embargo, no he oído ni leído a estos analistas afirmar lo que parece más elemental: los yihadistas son unos criminales hijos de mala madre a los que es preciso exterminar.

En la misma línea de “comprensión del fenómeno yihadista”, el lunes 16 de noviembre los de Podemos publicaron un documento donde señalaban con el dedo a los verdaderos culpables (que somos nosotros, los demócratas de Occidente, claro). Porque no queremos “cortar las vías de financiación y abastecimiento logístico” de los asesinos. El citado documento no se privaba de añadir la palinodia del buen progre: “las medidas legales o policiales por sí solas no bastan para resolver el problema”, el mismo exorcismo que nos cansamos de oír en España durante el larguísimo periodo en el que ETA se hartó de matar gente. El documento concluía recomendando una terapia infalible: “La mejor manera de combatir el extremismo es lograr que la gente se sienta parte de una sociedad cohesionada y cultivar las oportunidades económicas y sociales en las comunidades vulnerables, tanto en Europa como en los países que sufren este fenómeno”. El sermón sobrevolaba sobre una guerra que no hemos declarado nosotros, pero que es tan real como los muertos del viernes 13 en París.

Como es bien sabido, el Gobierno español no ha movido un dedo en la zona siria e iraquí donde operan los asesinos del ISIS, pero eso poco importa a los “abajo firmantes”, que andan ya organizando una manifestación “Contra la guerra”. ¿Contra la de los yihadistas que se dedican a cortar cabezas? No, qué va, contra el Gobierno, tan agresivo él frente a “pueblos indefensos”. La cosa sería de risa si no estuviéramos ante amenazas tan graves como las que representan esos cortadores de cabezas, que no se cansan de predicar contra la maldad intrínseca de Occidente, el Occidente de Voltaire y de Kant, al que odian con toda su podrida alma.

Uno tiene la sensación de que se quiere repetir la jugada, buscando la repulsa popular que se produjo durante la segunda guerra de Irak, que desató George Bush alegando torticeramente unas supuestas “armas de destrucción masiva” que nunca estuvieron en manos de Sadam Hussein. Aunque, la verdad, este “no a la guerra” hispano se parece más al pacifismo suicida de muchos franceses en los años treinta, que primero llevaron a su Gobierno a bajarse los pantalones ante Hitler en el Tratado de Munich (1938) y luego a una derrota vergonzosa ante las tropas nazis (mayo de 1940).

A estas alturas, uno, que ya no se asombra de casi nada, no acaba de entender a esta izquierda zombi, que no se avergüenza de que su amigo Maduro maltrate a sus presos políticos, pero se la coge con papel de fumar a la hora de combatir a una gavilla de matarifes abducidos por unas ideas religiosas con las que cubren su instinto criminal. Unos crímenes contra la Humanidad que no se combaten con paños calientes sino con las armas en la mano hasta conseguir llevarlos al paraíso junto a las huríes que tanto anhelan, y hacerlo rápida y masivamente. Sólo así, cortada la cabeza, sus extremidades europeas dejarán de funcionar.

Y lo demás, o es literatura o son buenas intenciones, de esas que, según se dice, está empedrado el infierno.

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