Barricadas en Puerto Príncipe, capital de Haití

Golpes de pecho pero ninguna solución inmediata. Ese puede ser el resumen de la respuesta de los Estados Unidos a la nueva crisis que se está desarrollando en Haití. Eso demuestra que, en política internacional, las buenas palabras no suelen ir acompañadas de hechos. Las crisis no se solucionan con buenas intenciones, sino con realidades efectivas.

Estados Unidos, como potencia mundial en economía, poder social y militar, tiene la capacidad suficiente como para afrontar de manera inmediata lo que está sucediendo en Haití. Es más, posiblemente sea el único modo de retornar al país a una situación en la que las bandas criminales no controlen el territorio ni las instituciones y que el pueblo pueda decidir en libertad plena, sin la coacción de la violencia, quiénes serán sus gobernantes.

El jefe de la diplomacia estadounidense para América Latina, Brian Nichols, reclamó que se acelerara «el despliegue de una misión multinacional de apoyo a la seguridad». Además, añadió que la crisis de Haití tenía proporciones humanitarias que requieren una respuesta global de la comunidad internacional, como la que se ha dado en Ucrania o en Gaza. Es decir, que la diplomacia estadounidense se ha sumado al escenario que el presidente de la República Dominicana, Luis Abinader, lleva exponiendo desde el año 2020 en todos los foros internacionales en los que ha participado.

Por su parte, Anthony Blinken, secretario de Estado, reclamó al presidente Ariel Henry, actualmente en Puerto Rico, que iniciara una transición urgente hacia «un gobierno más amplio e inclusivo».

Sin embargo, Estados Unidos no ha ofrecido oficialmente soluciones económicas ni militares. El pasado mes de septiembre, el propio Blinken prometió 100 millones de dólares para apoyar una fuerza multinacional liderada por Kenia con la finalidad de recuperar la seguridad en Haití. El 22 de febrero, el propio secretario de Estado, anunció que Estados Unidos tenía planeada la aportación de 200 millones de dólares para apoyar a esa misión internacional.

Aún no se había producido el estallido de violencia extrema de los últimos días y el dinero no llega, porque, tal y como recordó Kenia ante el Consejo de Seguridad de la ONU, es preciso un apoyo multinacional con recursos económicos, logísticos y equipamiento.

Ante una situación crítica como es la de Haití, sorprende que ninguna de las grandes potencias militares del mundo, como son Estados Unidos, Reino Unido o Francia e, incluso, la propia OTAN, no hayan liderado esta misión internacional. También sorprende que se dejara esta responsabilidad en un país como Kenia.

Estados Unidos, por la cercanía geográfica con Haití, debiera haber sido quien liderara la misión internacional. El país norteamericano ya ha demostrado a lo largo del último siglo cómo puede hacer un despliegue inmediato en Centroamérica y el Caribe. No hay más que recordar lo que sucedió en Panamá o en la isla de Granada. Sin embargo, no está siendo así.

Mientras que la situación en Ucrania o en Gaza han provocado multitud de reuniones, presentación de resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, Haití no genera ningún tipo de acción inmediata de la comunidad internacional.

La violencia de las bandas criminales en Haití está generando una verdadera masacre humanitaria que requiere de la intervención inmediata. No se puede dejar esa responsabilidad a República Dominicana o a la llegada de las tropas kenianas, de las que no se sabe la preparación que puedan tener para enfrentarse a unas bandas perfectamente entrenadas, financiadas y muy bien equipadas.

La comunidad internacional está obligada a dar la misma respuesta que se está dando en Ucrania y en Gaza. El despliegue de tropas debe venir de elementos perfectamente entrenados para terminar cuanto antes con esas bandas criminales que están destrozando un país y que puede extender la violencia a toda la región.

El problema de Haití no es sólo de Haití, es un problema global que requiere una respuesta global y efectiva. Si las grandes potencias no demuestran un compromiso real con hechos, entonces se convierten en cómplices. Haití no es un pequeño problema regional, puede tener importantes implicaciones negativas, sobre todo para Estados Unidos y Canadá, pero también para la Unión Europea.

El hecho de que un país esté controlado por bandas criminales derivará en que ese territorio se convierta en un narcoestado en el que los grandes cárteles del narcotráfico tendrán el mayor centro logístico desde el que transportar las drogas a Norteamérica y, por vía marina, a Europa.

Lo mismo sucederá con el tema migratorio. Ya se ha visto cómo países como Libia, un Estado fallido controlado por jefes tribales, se ha transformado en la lanzadera para la migración ilegal hacia la UE. Nada impide que cientos de miles de personas de Centroamérica sean transportadas por las mafias de trata de seres humanos hasta Haití para, desde allí, llevarlas por vía marina o aérea a territorio norteamericano.

Todo ello por no hablar del tráfico de armas.

La reacción debe ser inmediata, pero se está dejando la situación ir o esperando una respuesta por parte de República Dominicana, un país que ya ha hecho todo lo humanamente posible e imposible por Haití. No hay marcha atrás, o la comunidad internacional resuelve con hechos esta crisis, o que luego no se echen las manos a la cabeza por las consecuencias de su acción.

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