Parto de la base de que estoy dejándome arrastrar por prejuicios malos/malísimos sobre Pedro Sánchez, de esos que, como los espejos de Valle Inclán, tienden a distorsionar las imágenes que nos envían. Uno, visceral, que por tanto corresponde a mi esfera privada y quizá no debería compartirlo ya que me quedo con la más verdosa envidia al aire, es que lo encuentro guapo (él sabe que lo es), insólitamente alto (también lo sabe), fotogénico hasta aburrir, el traje le sienta como un guante, la corbata de diseño…Entonces, voy y recuerdo la frase de Tony Blair cuando conoció a Zapatero en su primera visita a Londres y, sin cortarse por la presencia de periodistas, exclamó: “¡Pero si es más guapo que yo…!”

Todos conocemos las consecuencias que para para España tuvo entonces el elegir a un tío bollicao, por encima de los seis pies, cuyos trajes le quedaban como hechos a medida y que nadaba con aplomo en las aguas más revueltas; aquellas en las que Trini Alonso, Bibiana Aído, Elena Valenciano y un largo etcétera de militantes/as y simpatizantes/as zascandileaban a su alrededor como rémoras decididas a desparasitar a un tiburón. Aunque las rémoras no muerden, dan una irresistible coba al bicho grande para que siga adelante. Con ZP ocurrió, y si llegan a convencerle de continuar un poco más de tiempo, la situación de Grecia nos parecería Jauja.

¿Vamos a tropezar dos veces seguidas en los mismos signos externos? Porque los síntomas en torno a Sánchez empiezan a recordarme a los de ZP como dos gotas de agua.

El nuevo fenómeno, amén de su galanura natural, ha ido incorporándo a su lenguaje corporal una forma de garbear entre displicente y crecida, desarrollada entre el concurso/primaria consagratorio y el momento actual, que me recuerda al postureo del Gary Cooper de “Solo ante el peligro” y muchos otros movies (aunque sin aquella forma sutil de bajar la cabeza que usaba el actor americano, quizá para hacerse perdonar tanta gallardía).

Lo digo en serio. ¿No han notado también esa evolución hacia la guapeza del perdonavidas o al desplante de la figura del toreo que yo advierto en su forma de deslizarse a la cabeza de su cuadrilla? ¿Tampoco le pillan esa perenne sonrisa estándar de quien consulta a diario al espejito mágico antes de salir de casa? Igual todo nace en mi imaginación empujada por una envidia nada sana, pero me parece que no; que la cosa viene de verse en tantas fotos rodeado por compañeros y adversarios que no le resisten la comparación, de apreciar cómo su entera testa emerge cual aleta de escualo cortando las aguas, y de analizar el aire papanatas del mujerío (y parte del no mujerío) que le jalea y contempla como un Apolo redivivo.

¿Y qué, si es así…?, opondrán, y con razón, muchos de ustedes. En el fondo, ninguna culpa tiene Sánchez si la naturaleza le ha favorecido con sus dones. Pero, si mis conclusiones sobre esa transformación psicológica se aseveran exactas (¡Dios no lo quiera!), estaremos asistiendo al emerger acelerado de un ego que puede devenir en peligroso, porque, de su despertar hasta la soberbia y la arrogancia, hay un trecho corto; y si el sujeto dio –como me temo- los primeros pasos desde la condición de precandidato ¡qué no ocurrirá si llega a Presidente! Le pasó a Julio César, pero al liquidador de la Roma republicana la alopecia que le persiguió desde joven en algo reprimió sus humos.

Parto de la hipótesis de que esa observación mía esté bien fundada. Así y todo, no sería, ni de lejos, el principal motivo de la prevención que Sánchez me inspira. Hay otros, sin duda más serios y algunos hasta graves, que voy a citar sólo someramente, porque ya se encargan de airearlos un día sí y otro también sus adversarios políticos, rivales internos de los diferentes y dispersos socialismos, líderes de opinión y ciudadanos de a pie.

Mencionaré algunos:

a) Ni ha tocado siquiera los flecos de lo que se denomina El Poder, con mayúsculas, y ya practica como un virtuoso el arte de decir hoy una cosa, mañana la contraria y, al día siguiente, una tercera distinta, a medio camino de las anteriores o que nada tenga que ver con ninguna de ellas. Zapatero, tal vez porque venía de un montón de años de empecinado silencio como diputado cunero y no de la verborrea fácil y casi exenta de responsabilidad de un tertuliano televisivo, tardó bastante más en practicar el donde dije digo, digo Diego. Sánchez ha acreditado ya, en lo que lleva de Secretario General, un virtuosismo prodigioso en el arte de interpretar los más enrevesados pasos de yenka.

Una simple muestra: las veces que aseguró (por activa, por pasiva y por perifrástica) que él nunca pactaría “con los populismos”, puso a caldo a “Podemos” como opción política legítima y despreció la “demagogia barata e irresponsable” del gurú Iglesias hasta con crueldad.

Cuando las urnas pusieron a cada uno en su sitio, Sánchez descubrió que el desahuciado y derrotado PP continuaba siendo el partido más votado en el conjunto de España

¿Hasta qué momento duró tanta firmeza? Lo justito. Cuando las urnas pusieron a cada uno en su sitio, Sánchez descubrió que el desahuciado y derrotado PP continuaba siendo el partido más votado en el conjunto de España y que el PSOE no gobernaría por sí mismo ni en las Quimbambas Sur. Entonces, se reencarnó de inmediato en un mendigo decimonónico y se puso a rogar: señorito, deme unas ayuditas por caridad, que si no me quedo en la calle. Y predicó, como un Saulo de Tarso ya libre de escamillas, que los podemitas y el Coleta habían dejado de ser unos apestados para transformarse en gentes con las que era fácil entenderse, y hasta se podía invitarles a integrarse en la casa común de la izquierda. Todo porque, sin la ayuda de ese curioso 5º de Caballería, y pese al desastre sufrido por Rajoy y los suyos, el PSOE no iba a pisar ni un metro cuadrado de moqueta.

b) Pongo otro ejemplo de morro, digno de un oso hormiguero que venga de la hambruna: después de permitir a Bildu (rama política de Eta, mientras no se demuestre lo contrario, que abomina, quema, escupe y se limpia los zapatos en cualquier símbolo español) llevarse una importante porción del poder municipal, y otro tanto a los iconoclastas de Compromís, el coherente (sic, según autodefinición) Sánchez apareció el pasado domingo, en su exaltación como candidato a la Presidencia del Gobierno, proyectando como fondo de escenario una bandera constitucional de España del tamaño casi de la que se encumbra en la Plaza de Colón de Madrid.

Ahí es donde tuve dudas de si en su (re)presentación Sánchez había utilizado otra vez la palabra coherente, así que corrí a consultar. Y sí: al mencionar lo hecho hasta ahora y sus proyectos calificó todo de coherente. ¡Con un par!

c) Aún se me ocurren muchos más patrones de su querencia al bandazo. Pero el espacio manda, por lo que remato con éste: a Sánchez se le llena la boca con las palabras democracia, respeto a la voluntad popular, aceptación de lo que digan las mayorías, etc., etc., y etc. Y, a continuación, se pasa por el forro de sus santos atributos a quienes una mayoría de ciudadanos elijan para que les gobiernen, aunque no reúnan el número se papeletas para imponerse en solitario. Se dedica entonces a articular galimatías indescifrables, sopas de letras destinadas a descalabros a corto plazo y a instalar a nuestro maltrecho país en una inestabilidad permanente, ¡con el objetivo de echar al PP! Y que salga el sol por Antequera.

Miren ustedes, les doy mi palabrita del Niño Jesús que nada tengo que ver con el PP. ¡Ni siquiera lo he votado! Pero, pese a todos los trapicheos nacidos en la calle Génova, o en ese laberinto de edificios en que se ha convertido el antiguo Palacio de La Moncloa, prefiero que la cosa -adecuadamente corregida, por supuesto- siga así a que regrese a las manos caóticas y simplonas de un Zapatero bis.

Por muy guapo y alto que Sánchez sea, y por seductor que se crea. Para gentes de esas características, se han inventado ciertos reality shows. Pero, en mi humilde (y, si quieren, envidiosa) opinión, poner España en sus manos es suicida ¿Qué ha hecho o dicho Sánchez que suene a serio para que podamos fiarnos de él?

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