Decía Pelé que había nacido para el fútbol como Beethoven había nacido para la música. Después de la semana que hemos vivido, podemos decir que los políticos nacieron para enredar, tergiversar y crear problemas donde nos los hay. No es nada nuevo. Hace años Groucho Marx lo sabía: “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”.

No creo necesario mencionar de nuevo la polémica de las banderas esteladas en la final de la Copa del Rey que se juega este domingo. Sobre todo cuando hay alguien como Woody Allen que puede hacer un resumen mucho mejor: “El mago hizo un gesto y desapareció el hambre, hizo otro gesto y desapareció la injusticia, hizo otro gesto y se acabo la guerra. El político hizo un gesto y desapareció el mago». A punto han estado de dejarnos sin magia, sin mago y sin trucos.

Si querían montar un circo en torno a un partido de futbol, podían haber buscado una historia mejor, con fondo y forma, que sirviera realmente de algo, no un galimatías de nenazas. Si lo que queremos es saciar la sed de polémica, bebamos calidad porque la digestión nos lo agradecerá.

Esta misma semana hemos conocido la historia de una joven iraní, Hanieh, que decidió burlar la irracionalidad de lo absurdo asistiendo al estadio Azadí de Teherán para ver el partido entre su equipo, el Persépolis, y el Rahahan. Se jugaban la liga iraní. Quien ganara, sería el ganador. Ella se jugaba la vida, porque a pesar que hace 10 años el presidente Mahmud Ahmadineyad se comprometiera a autorizar el acceso de las mujeres a los estadios de futbol, levantando la prohibición que existía desde 1979, la realidad es otra bien distinta y no toda la sociedad lo admite.

Hanieh tuvo que transformar su físico, pero no su intelecto. Tan solo tuvo hacerse pasar por un hombre para que nadie sospechara que quien ocupaba un lugar en las gradas del Azadí era una mujer. Para disimilar su condición femenina se calzó 5 camisetas, cinco pantalones, tapó su cabeza con un gorro de lana rojo, y pintó su cara con los colores de su club: rojo y blanco.  Dejó atrás los controles de la policía, esquivó a los vigilantes, hizo caso omiso al peligro que corría de ser descubierta, arrinconó el miedo a una más que probable detención o lo que es peor, a un más que probable linchamiento, y para que su historia tuviera repercusión y cumpliera su cometido, que iba más allá de cumplir un mero sueño, se hizo una foto, la colgó en su cuenta de Instagram y escribió: “Dije que vendría, y aquí estoy”. Y además, sonriendo, como mejor arma de defensa. A eso le llamo yo logística. A lo que han intentado hacer unos y otros con la final de la Copa del Rey, cualquiera tiene el derecho de llamarlo cagada.

Esta es la historia de Hanieh y ojalá haga Historia, o al menos, abra la puerta y marque el camino para hacerla. Esta sí es una historia que merece miles y miles de titulares, reacciones, enfados, rebotes, plantes, peticiones de responsabilidades, y horas y horas de debate en los medios de comunicación sobre la vulneración de los derechos y las libertades más básicas.

La joven iraní sacó la testosterona de donde hay que sacarla, no de la parte baja sino de la cabeza, del cerebro. Burló con habilidad, con valor, con convicción, con destreza y con inteligencia la prohibición de que las mujeres puedan asistir a un estadio de futbol para ver un partido de futbol masculino. Eso si es avivar un fuego, activar un debate limpio, plantear una discusión. Lo demás es circo, pero del malo, del barato, de los que se montan en dos horas sin carpas, sin números estrella, sin pistas centrales para ser ocupadas por payasos, equilibristas, domadores, trapecistas y demás.

Los que han montado todo el circo alrededor de un partido de futbol y los que siguen alimentándolo, deberían mostrarse menos gallitos y ahorrarnos la sensación de bochorno. Que dejen de hacer el ridículo hablando de humillación, de prohibición,  de represión, de atentados contra la libertad, de persecuciones, que dejen de ponerse de morros, de fingir enfados, que dejen de intentar sacar rédito a un victimismo artificial y estéril, y que se fijen un poco en Hanieh, quien al salir del estadio tuvo que soportar cientos de amenazas de muerte reales como: “Hay que detener a esta chica que no respeta las normas, ponerla en una jaula y quemarla ante el mismo estadio para dar una lección a todas las mujeres amantes del fútbol, no solo en Irán sino en todo el mundo”. Cuanta razón tenía Paul Auster cuando escribió que “el futbol es un milagro que le permitió a Europa odiarse sin destruirse”.

Este domingo es el día. Se juega el partido de futbol que tanto ha dado que hablar y no precisamente de futbol. Esperemos que no se cumpla la profecía de Alfredo Di Stéfano, quien algo sabía de futbol: “Un partido de fútbol sin goles es como un domingo sin sol”. Esperemos que al menos salga el sol y que algunos se queden en la sombra.

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