En las redes sociales (contenedores en los que cabe toda la basura del mundo) proliferan las dietas milagrosas . Tiene su lógica porque, como ha escrito el científico García Olmedo , con “la preocupación morbosa por los aspectos nutritivos y sanitarios del alimento, y el desmesurado culto a la nueva cocina que ha invadido nuestro país, se ha logrado algo que parecía imposible: eclipsar al fútbol en la cultura de masas». Además, la obesidad se ha convertido en la «epidemia del siglo XXI» , por lo cual nuestras almas se debaten entre el culto al cuerpo y el menú largo y estrecho.

El “crudismo” forma parte de esa plaga y consiste en sesgar la dieta a favor de los alimentos sin cocinar, incluidos los productos lácteos no pasteurizados. El «fundamento» de esta dieta consiste en una serie de «creencias» que, aparte de ser claramente contracientíficas, olvidan algo elemental: el tratamiento térmico es esencial para eliminar agentes patógenos que pueden conducir al deterioro de la salud, pues la mayor parte de los casos de infección alimentaria provienen de alimentos que se consumen crudos. Además, el tratamiento térmico hace al alimento más digestible. Por otra parte, la ingestión de alimentos cocinados supuso un ahorro energético para el organismo, ahorro que propició el desarrollo del cerebro que, entre otras cosas, es un gran consumidor de energía.

El calor destruye enzimas hidrolíticas contenidas en los tejidos, pero también destruye infinidad de compuestos tóxicos presentes en ellos, y el organismo humano dispone de un complejo sistema digestivo que no requiere del concurso de enzimas exógenas.

El ya citado García Olmedo ha escrito sobre las dietas lo siguiente:

«Las decenas de dietas milagrosas que pueden encontrarse en la Red suelen tener en común el hecho de ser sesgadas o restrictivas respecto al repertorio de alimentos que deben componer una dieta equilibrada y el de ser aburridas y monótonas. Como los nutrientes no se distribuyen de modo uniforme por todos los alimentos, el sesgo hacia unos alimentos frente a otros puede conducir a carencias de nutrientes esenciales, sean minerales o vitaminas».

No hay alimentos buenos o malos –concluye-, sino dietas equilibradas o dietas sesgadas. No hay alimentos basura sino dietas basura.

Muchas de esas dietas “milagrosas” se han convertido en negocios millonarios: la de las ocho horas, la de Montignac, la de Dukan, la de la Zona, la del tipo de la sangre, la de la alcachofa, la de la luna… casi todas ellas, a corto plazo, adelgazan,  porque, cuando a alguien le suprimen gran parte del rico repertorio de una dieta variada, el apetito le baja. ¿A quién, por ejemplo, le apetece abusar de la «sopa quemagrasas» con su olor a sulfuro?

Si el “crudismo” es un cuento, las dietas “Detox” atacan directamente al bolsillo y no sirven para desintoxicar nada. Los mecanismos para eliminar ciertos productos del metabolismo los tiene ya nuestro organismo y, si nos intoxicamos por alguna toxina exógena, debemos acudir a un hospital.

«La pseudomdecina sigue vivita y coleando en manos de ‘doctores en medicina’ que sólo venden motos»

Como se ve, la pseudomedicina sigue vivita y coleando, pero ahora no de la mano de curanderos medievales sino de “doctores en medicina” que sólo venden motos. A este propósito, J. M. Mulet, en un libro imprescindible (Medicina sin engaños, editorial Destino) ha escrito lo siguiente:

«Si en una consulta alguien se anuncia como médico naturista o médico homeópata, a efectos prácticos ello tiene la misma validez que si pusiera médico fallero o médico violinista.

Es curioso que mientras la medicina científica avanza y salva vidas, los vendedores de humo también amplían su negocio, pero detrás de todas estas mentiras late una ideología “muy progre” según la cual las grandes empresas farmacéuticas nos estafan y por eso hay que luchar contra la mafia médico-farmacéutica. ¿Cómo? No comprando medicamentos. Mulet nos recuerda a este propósito que se ha llegado a decir por algunas personas que “prefieren morirse a pasar toda la vida medicadas”. Un hermoso ejemplo de cómo coger el rábano por las hojas.

Quien esto escribe es diabético y gracias a la insulina llevo una vida casi normal. ¿Qué tendría que haber hecho? ¿Negarme a la insulina para que todas las farmacéuticas no hicieran negocio? Supongo que estos casos son los que tiene que plantearse alguien cuando dice la tontería de “yo prefiero morirme a vivir medicado”.

Por no hablar de esos padres (auténticos delincuentes) que se niegan a vacunar a sus hijos porque las vacunas son malignas.

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