Cada vez que te despistas cinco minutos de la política madrileña, salta una nueva ocurrencia del equipo de Carmena que obliga a los medios de derechas a anunciar la llegada de los soviets y fuerza a los de izquierdas a defender la jugada utilizando cualquier argumento a su disposición.

A veces parece que lancen el mismo día dos ocurrencias que despertarán polémicas absurdas, como el nudismo en las piscinas municipales, para tapar otras que sí son importantes.

Por supuesto, habrán leído ya la información, pero permítanme resumírsela: El Ayuntamiento quiere montar una estructura parapolicial en los barrios para mejorar situaciones de baja intensidad y, supuestamente, ayudar a la Policía, con voluntarios en las calles, un gestor de barrio y una suerte de «jurados» que actuarán como organismos de mediación.

Resumen rápido de todo lo que vendrá: No creo en la participación ciudadana para nada que implique control vecinal y el concepto de gestor de barrio me parece, con la diferencia de que está nombrado directamente por el Ayuntamiento, un remedo exacto de lo que veíamos con Vito Corleone en El Padrino de Puzo.

Recordemos lo que comentaba ‘El País’ en su exclusiva:

El Ayuntamiento afirma que esta nueva figura es un “community manager del barrio que dinamiza la participación ciudadana, la convivencia y la colaboración entre servicios”. “Conoce a fondo el barrio y es conocido por el barrio. Es quien impulsa y fortalece la gobernanza sobre el terreno, incluyendo todos los recursos formales [policía, servicios sociales, limpieza] e informales” para solucionar los “problemas multifacéticos” de la zona.

En suma, habrá gente que será nombrada directamente por el Ayuntamiento para el puesto –habrá que ver bajo qué fórmula y con qué sueldo– que elegirá y gestionará a los voluntarios encargados de controlarnos al resto. Ese gestor será capaz de controlar a la Policía (y sin tener que pagarla, como Don Corleone). Así que vayamos preparando el besamanos.

Para colmo, lo que más me molesta es que en el debate se está ignorando un apartado fundamental: la Policía municipal es un cuerpo civil, no militar, cuyas funciones nacen en Grecia –el mismo nombre deriva de ‘polis’– y cuyas primeras atribuciones eran exactamente las que se supone que los vecinos tienen que venir ahora a realizar, incluido garantizar la limpieza. Por cierto, para garantizar que las calles están decentes, Carmena debería poner más peso en poner en cintura a las grandes empresas que se burlan de ella y menos en buscar Punishers de pacotilla.

Mejorar la Policía y acercarla al ciudadano siempre será una buena noticia. Crear cuerpos parapoliciales (y sí, son por definición parapoliciales) me parece siempre una idea funesta. Es como si el presidente del AMPA de los colegios tuviese capacidad de controlar a los profesores directamente y tener influencia sobre las notas que ponen a los niños. Todos nos imaginamos qué pasaría a continuación.

Por más que se hable de proyectos similares en otros países, hablamos casi siempre de lugares en los que tenemos unas altas tasas de inseguridad (que Madrid no padece) o que son de tradición protestante, lo que implica un tipo muy específico de civismo y de priorización del individuo dentro de una comunidad, frente a la tradición católica de las «familias», formales o informales, políticas o empresariales, frente al mundo.

La Policía española cuenta con unas altísimas tasas de aceptación y respeto. En los últimos barómetros del CIS, Guardia Civil y Policía consiguen de sobra aprobados frente a los repetidos suspensos de la clase política que ahora quiere suplantarlas.

El trabajo de ambos cuerpos en materias sobre violencia de género, delitos de odio, tráfico de personas, protección civil, concienciación sobre malos tratos a animales y otros muchos han sido ejemplares durante los últimos años, y la idea que cunde entre muchos cuerpos policiales madrileños, muy desanimados, pasan por un hecho que parece evidente a esas alturas: Al equipo de Carmena no le gusta la Policía. Hasta el punto de que sus cambios han provocado incluso problemas de coordinación con la Policía Nacional.

Amén que desde la propia Policía Municipal advierten contra este modelo, de difícil encaje en el sistema legal actual, lo más previsible de todo, mucho más que el control político de la ciudadanía, es que será caldo de cultivo para cotillas, entrometidos, gente que se aburre en casa y buenísimas personas que deberían buscarse un hobby o ayudar en un comedor social.

A estas alturas, empiezo a asociar los términos «Ahora Madrid» con otros conceptos como «infantil», «wishful thinking» o «llevan tantos años queriendo cambiar las cosas que lo quieren hacer todo de golpe, incluidas las que funcionan o no molestan a nadie».

Por último, un elemento para el debate. En un entorno en el que se nos controla brutalmente a través de la tecnología y mediante nuestra actividad en RRSS –vean la serie Black Mirror de Charlie Brooker cuanto antes, se lo ruego–, la idea de que cualquiera de mis vecinos tenga el menor nivel de influencia sobre mi vida, más allá de saludarme o no en el ascensor, me parece simplemente terrorífica. En el país del «tú no sabes con quién estás hablando» nos enfrentaríamos a la microvendetta constante, al hurgar en los cubos de basura para comprobar si ese tipo al que no soportas porque sus hijos sacan mejores notas no ha reciclado bien.

Se habla mucho del temor a los «soviets». A mí me parecen mucho más peligrosos los «vecinos» a secas.

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