Lo ocurrido el pasado jueves en un acto protagonizado por Pablo Iglesias en la Universidad Complutense no es un asunto menor. Ni mucho menos es otra bromita de mal gusto como la que gastó en la sala de prensa del Parlamento a la periodista Ana Romero refiriéndose a su abrigo de pieles.

En esta ocasión Iglesias y los ideólogos de Podemos, un partido que vive en la permanente búsqueda de eslóganes y ocurrencias generadas en el laboratorio de ideas de estos jóvenes intolerantes, se han pasado de frenada.

Efectivamente Pablo Iglesias descubrió en la Universidad sus cartas y cometió una de las torpezas más flagrantes de su reciente carrera política. Y ello porque su lamentable intervención escondía algo verdaderamente inadmisible como es poner un torpedo en la línea de flotación de uno de los pilares de la democracia: la sagrada  libertad de expresión.

En este contexto la intervención de Pablo Iglesias puso de manifiesto toda la inquina y el síndrome revanchista que lleva en sus genes. La cuestión es que el principal actor podemita no entiende ni acepta la crítica y lo que es peor, no respeta el papel de los medios en una democracia moderna y consolidada. Seguramente ello tiene mucho que ver con su inconmensurable ego y su patología narcisista que le impiden ver mas allá de sus narices.

Seguramente Iglesias cuando se levanta todas las mañanas y se mira al espejo debe sentir una hemorragia de vanidad que le hace perder la perspectiva y le conduce a sobreactuar de manera arbitraria  y totalitaria como ocurrió en el foro universitario. Por otra parte es verdaderamente chocante que un personaje cuya indudable notoriedad pública se debe en gran medida al incuestionable apoyo de determinadas televisiones y medios de comunicación, arremeta de manera generalizada contra todos los periodistas que cubren la información de Podemos.

Mención aparte merece la inquietante reacción de los asistentes al aula de la Facultad de Filosofia, jóvenes estudiantes probablemente subyugados por el tirón mediático de Iglesias. No deja de ser preocupante que este entregado aforo aplaudiera en varias ocasiones un comportamiento penoso como el que se estaba perpetrando desde esa pose amable y cariñosa que Iglesias tiene tan bien aprendida y que en ocasiones como esta muestra su enorme afán de poder y ambición desmedida.

Creo que el colectivo universitario presente en el acto debió haber sido mas crítico o, al menos, más comedido en su reacciones. Es inadmisible jalear mentiras y calumnias sobre un profesional del periodismo íntegro y capaz como es Álvaro Carvajal al que se acusó públicamente de manipular informaciones para perjudicar a Podemos y de este modo hacer méritos y subir peldaños en su carrera profesional.

Esta miserable afirmación muestra claramente la verdadera faz de Pablo Iglesias y su proverbial capacidad de generar veneno dialéctico. Y  por si todo esto fuera  poco, posteriormente intenta justificar su nefasta intervención manifestando que ese acto no era una rueda de prensa y que en un recinto académico se puede expresar la libertad de opinión. Qué pasa, ¿que cuando acude a una rueda de prensa o interviene en sede parlamentaria no dice la verdad ni se expresa con libertad?

Terminar diciendo que todos los que formamos parte de este ilusionante digital como es SABEMOS, y tal y como dice nuestro código ideológico fundacional no vamos a tolerar ataque infundados contra la profesión periodística, vengan de donde vengan . Confiemos en que nuestro querido país nunca llegue a estar en manos de personajes que cuestionan el derecho a la información y a los que les gustaría poner a sus pies a todos los periodistas díscolos que no publiquen lo que les apetece. Bastante nos ha costado llegar hasta aquí como para tener que aguantar aberraciones de esta categoría provenientes de un político al que en el fondo le encantaría que todos los medios estuvieran controlados por el estado y como él dice… por el pueblo. Hasta ahí podíamos llegar.

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