Sede del Palacio CEC

Parece ser que fue el escritor, poeta y diplomático Paul Morand el primero en bautizar a Bucarest como el París de los Balcanes en el libro que lleva el mismo nombre de la capital rumana y publicado en París en 1935. Y es que Bucarest, balcánica por los cuatro costados y situada a medio camino entre Oriente y Occidente, tiene un aire decadente y neoclásico que muchas veces, en algunas de sus calles, sobre todo del centro histórico, recuerda a París. Hay muchas grandes residencias y viviendas señoriales que tienen una inconfundible huella europea y un resabio de un esplendor que parece haberse perdido con el paso del tiempo pero que asoma, en forma de fulgurantes destellos, en muchos de sus elementos arquitectónicos y también en su decrepitud, de la que apenas ahora sale tras varios décadas de dictadura comunista e incierta democracia.

Para comenzar nuestro recorrido por la ciudad recomendamos arrancar por la Plaza de la Revolución, en pleno centro de la ciudad, y donde han sucedido una buena parte de los acontecimientos más importantes de la historia de Rumania. En esa plaza debemos visitar el Palacio Real, donde se alojó hasta su salida del país expulsada por los comunistas la dinastía de los Hohenzollern, el Ateneo Rumano, que es una gran sala de conciertos inaugurada en el siglo XIX tras la independencia de Rumania, y el mítico Hotel Athenee Palace -hoy Hilton Bucarest-, principal centro de espías, vendedores de armas, negociantes y conspiradores de toda índole entre los años veinte y el final de la Segunda Guerra Mundial.

Hotel Athenee Palace, hoy Hilton Bucarest

Muy cerca de estos lugares, se encuentra la Biblioteca Central Universitaria, abierta en 1864, un bello e imponente edificio de estilo neoclásico equiparable a muchos de los que podemos encontrar en otras ciudades centroeuropeas de casi idéntico corte y que casi es arrasado en 1989. Luego, muy cerca de ahí, se encuentra la antigua sede del Comité Central del Partido Comunista Rumano (PCR), desde uno de cuyos balcones un 22 de diciembre de 1989 el dictador Nicolae Ceausescu trataba de arengar a las masas para que defendieran el orden socialista y pusieran fin a una supuesta agresión externa. Pero la gente se cansó de esperar en la cola de la historia y se lanzo en tromba contra el dictador, que tuvo que huir por las terrazas del edificio en un helicóptero hasta que fue interceptado por algunos militares que se habían unido a la sublevación y que, tras una suerte de juicio (¿?), lo ejecutaron junto con su esposa. Luego comenzó la confusión, el caos y los tiroteos en una trama que estaba a medio camino entre el golpe de Estado y la revolución popular, una suerte de híbrido alcánico desconocido hasta ese momento y que desembocó en el actual (y peculiar) sistema democrático rumano. La Plaza de la Revolución se tiñó de sangre, el comunismo pasó a los libros de historia y el nombre de Ceausescu pasó a la historia casi como un insulto y el recuerdo de un pasado ignominioso.

Entre iglesias, sinagogas y bares

Pero sigamos con nuestro recorrido. Enfrente de donde huyó Ceausescu, en un descampado, se encuentra una de las más bellas iglesias de la ciudad: la de Kretzulescu, del siglo XVIII, y un lugar que invita al recogimiento, la reflexión y la meditación. Tiene ese aire, luz y fuerza del mundo ortodoxo que tan sólo podemos encontrar en los Balcanes. Desde este lugar podemos ir caminando hasta el Museo Theodor Aman (Strada C.A. Rosetti, 1), que fue la ecléctica y refinada casa de este artista, un lugar desconocido pero muy interesante y
que nos muestra el buen gusto y sentido de este hombre polifacético que se desdoblaba en distintos oficios que abarcaban todas las artes.
Nuestra siguiente parada nos lleva hasta la Plaza de la Universidad, donde podemos encontrarnos con la Universidad de Bucarest (Bulevard Regina Elisabeta, 4-12), una institución central en el país que fue fundada a finales del siglo XVII, aunque el edificio actual no es de esa época, y que tuvo su máximo esplendor entre el siglo XIX y la llegada el poder de los comunistas, en 1945, momento en que comienza la gran decadencia de la cultura rumana hasta la abrupta caída del régimen que pregonaba un supuesto “hombre nuevo”. Cerca de esta plaza también nos topamos con uno de los edificios más altos de la ciudad, el Hotel Intercontinental, epicentro durante la época comunista del lujo y glamour, si es que en ese periodo había algo que pudiera recibir ese nombre, y andando un poco más, por la avenida del rey Carlos I, se halla la desconocida pero coqueta Iglesia Armenia de Bucarest (Strada Armeneasca), donde se ubica un pequeño museo sobre la comunidad armenia y que fue construida en el año 1911. Aparte del edificio religioso, el paseo merece la pena y podemos encontrar algunos edificios, residencias y construcciones interesantes y muy finas.

Iglesia de Stavropoloeos. Strada Stavropoleos

Nos encontramos en el barrio armenio de la capital rumana, aunque ya quedan pocos armenios, y muy cerca de lo que fue al antaño barrio judío -tampoco quedan muchos judíos, todo hay que decirlo-. Desde este remanso armenio, que nos recuerda el terrible genocidio que sufrió este pueblo a manos turcas y que provocó la diáspora que les llevó a poblar medio mundo, incluyendo a Bucarest, nos dirigiremos hacia la Iglesia de Stavropoloeos (Strada Stavropoleos), una de las más antiguas de ciudad (1724) y quizá la más importante por su fuerza, colorido, interés y potencia artística. Impresionan sus iconos, los detalles de sus capiteles, sus interiores y sus bellas y coloristas tonalidades. Es realmente deslumbrante, irse de Bucarest sin conocerla sería un crimen. Antes de llegar a este lugar, hay que hacer una recomendación: entre la Iglesia Armenia y la Iglesia de Stavropoleos debemos de hacer una breve parada en la cervecería Caru cu Bere (Strada Stavropoleos, 5), un restaurante-bar fundado en 1879 y uno de los lugares de esparcimiento más antiguos de la ciudad que incluso sobrevivió a la hecatombe comunista. Tiene solera, tradición, encanto y suficiente historia para podernos tomar un refrigerio, comer algo y coger fuerzas para seguir conociendo Bucarest.

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