El pacto de Podemos e Izquierda Unida para presentarse en coalición a las elecciones del 26 de junio no tiene precedentes. Nunca antes se había forjado en España una alianza a nivel nacional entre dos partidos con tanto nivel de apoyo electoral. Lo más parecido a un antecedente, salvando todas las distancias, es el acuerdo que en febrero del año 2000 alcanzaron PSOE e IU para comprometerse con un marco programático de mínimos, avalar la hipotética investidura del socialista Joaquín Almunia y consensuar listas al Senado en 27 circunscripciones. Las fuerzas de la izquierda se proponían -como ahora Podemos e IU- unir fuerzas para superar al Partido Popular.

No se estableció en sentido estricto una coalición, aunque el PSOE abogaba al inicio de las conversaciones por que IU no concurriera en las 34 circunscripciones donde nunca había obtenido representación. Sus votos no reportaban escaños, perjudicaban a la fuerza hegemónica de la izquierda y favorecían al PP.

Almunia y Frutos firmaron un programa conjunto que no logró movilizar a su electorado y activó al del PP

Con ese razonamiento, Almunia les pidió retirar candidaturas en dos tercios de las 52 circunscripciones y hacer campaña por las listas PSOE-Progresistas (participadas por el Partido Democrático de Nueva Izquierda, escindido de IU, con quien los socialistas ya habían pactado en enero). A cambio, ofrecía a la federación de Francisco Frutos representación en el Senado y negociar un programa común para el hipotético futuro Gobierno que él presidiría.

“En un principio, el Partido Socialista y Joaquín Almunia plantearon que su oferta era integral, es decir, ‘cara y cruz’ de una misma moneda. Ello significaba que no sería posible ningún acuerdo programático sin la retirada de candidaturas por parte de IU”. Son palabras de la politóloga Ana Sánchez-Sierra, que estudió el pacto y sus consecuencias en un estudio publicado por la Universidad Autónoma de Madrid en 2005.

El objetivo de Almunia, continúa Sánchez-Sierra, era aprovechar el cambio de liderazgo en IU -con Julio Anguita al frente de la coalición el acuerdo “habría sido inviable”- para optimizar los resultados de la izquierda, que en 1996 había sumado 2’3 millones de votos más que el PP: “Pretendía reducir la distancia que las encuestas reflejaban con respecto al PP mediante un pacto que movilizara el voto de los electores de izquierdas (ya que las encuestas traslucían un voto proclive al PP entre los votantes más centristas) y, a la vez, aprovecharse del anunciado hundimiento que las encuestas señalaban para IU apelando a una estrategia de voto útil, aunque en esta ocasión fuera de una forma un tanto soterrada”.

La coalición que integra al Partido Comunista pasaba por un mal momento, a la baja en todos los sondeos y con un candidato desconocido. Necesitaba visibilidad, dotar de sentido a su eslogan de campaña –Somos necesarios– y ganar protagonismo. Frutos no aceptó la pretensión inicial de Almunia, tampoco cuando este rebajó sus exigencias -primero pidiendo la retirada de IU en 14 circunscripciones y luego en ocho-. Ni siquiera cuando se le ofreció incluir en las planchas socialistas de esas provincias a independientes o candidatos designados por IU.

“IU rechazó durante todo el proceso negociador la retirada de candidaturas en 34, 14 u 8 circunscripciones aduciendo que no era un problema cuantitativo sino cualitativo (el deseo de salvaguardar el derecho de los ciudadanos a votar la opción que deseen)”, resume Sánchez-Sierra. Lo que quería Frutos era un pacto programático que le sirviera de escaparate, no explorar vías de optimización de resultados para la izquierda.

Al final, el PSOE cedió. Así lo reflejaba la crónica del diario El País: “Diez días después de que el líder del PSOE, Joaquín Almunia, lo propusiera, y tras cuatro reuniones negociadoras, dos de ellas de más de siete horas, ambas comisiones cerraron a las siete de la mañana” del 2 de febrero (las elecciones eran el 12 de marzo), “en secreto, el pacto de un programa que se comprometen a cumplir si logran sumar los escaños suficientes para formar Gobierno”. El acuerdo ponía fin a dos décadas de desencuentro entre las fuerzas de izquierda y despertaba entre sus dirigentes la expectativa de darle la vuelta a las encuestas y derrotar al PP de José María Aznar. El PSOE cedió en renunciar a un entendimiento para articular listas al Congreso e IU rebajó sus exigencias programáticas, aceptando los compromisos económicos que España mantenía con Bruselas, renunciando a subir el IRPF o aparcando su postura anti-OTAN.

Al son de ‘Novecento’

Almunia y Frutos escenificaron el acuerdo en un acto ante 3.000 personas y referentes del mundo de la cultura, acompañándose de la banda sonora de Novecento. Todo un símbolo de lo que se proponía la alianza. El resultado, sin embargo, sería diametralmente opuesto: los electores de izquierda no se entusiasmaron lo más mínimo, abrazaron en alto grado la abstención y el centro derecha se activó, propiciando la mayoría absoluta del PP y la inmediata dimisión de Almunia. “Un millón de votos de antiguos votantes socialistas y ochocientos mil de Izquierda Unida fueron a parar a la abstención”, concluye la politóloga de la Autónoma. “En total, se estima que los firmantes del pacto perdieron 3 millones de votos. Las primeras impresiones de las encuestas mostraban que el electorado no se entusiasmaba con la idea y que el impacto del pacto era nulo”.

El trabajo de Sánchez-Sierra va más allá. Según los datos del CIS, la “significatividad del pacto en relación al PP podría indicar una cierta movilización reactiva del electorado del PP”, mientras no espoleaba de forma estimable a la izquierda. Es decir, el acuerdo activaba a los recelosos de él y los agrupaba en torno a Aznar, como finalmente se manifestó en las urnas. La conclusión más importante del estudio es “la exigua motivación que el pacto tuvo entre los abstencionistas, es decir, la probabilidad de abstenerse se vio influida por la valoración del acuerdo PSOE-IU”. Así, la alianza, “aunque intervino en las probabilidades de voto, en mayor o menor grado dependiendo del partido político, de las elecciones generales de marzo de 2000, no funcionó como un verdadero acicate movilizador del voto de izquierdas”.

Por supuesto, ese pacto no puede compararse con el que ahora han firmado Pablo Iglesias y Alberto Garzón, ni por la naturaleza del mismo ni por los actores implicados ni por el contexto sociopolítico en que tiene lugar. Aunque la reactivación que supuso en el centro derecha sí puede considerarse una referencia y vendría a avalar las opiniones que apuntan a que el acuerdo Podemos-IU tenderá a polarizar el voto, perjudicando a PSOE y Ciudadanos y beneficiando a los impulsores del mismo y al PP.

También ofrece información relevante lo sucedido con las listas al Senado, tercera pata del acuerdo Almunia-Frutos. Además del programa de mínimos y del compromiso de apoyar la investidura del candidato socialista, el pacto recogió la coordinación de PSOE e IU para la elaboración de las listas a la Cámara alta. No presentaron candidaturas conjuntas, como ahora ha propuesto hacer Podemos al PSOE, sino que desarrollaron lo que se denomina una estrategia común de infranominación para sacar el mayor rédito a sus sufragios.

Es decir, presentaron solo tres candidatos (dos socialistas y uno de IU) para que el voto de izquierdas no se dividiera beneficiando al PP. Hay que recordar que las listas al Senado son abiertas y el voto limitado, las provincias eligen cuatro senadores -Ceuta, Melilla y las islas tienen su propia distribución- y los partidos solo pueden presentar un máximo de tres candidatos. Así, en la práctica funciona como un sistema mayoritario donde la formación más votada se lleva tres puestos, la segunda uno y el resto se queda a cero. Por eso el PP obtuvo mayoría absoluta en el Senado el 20-D pese a no alcanzar ni el 29% de los votos al Congreso, porque fue el más votado en la mayoría de circunscripciones.

PSOE e IU pactaron las listas al Senado en 27 circunscripciones, pero no mejoraron los resultados de 1996

Podemos plantea la unión de la izquierda para darle la vuelta a la situación, mismo objetivo que se propusieron PSOE e IU con su estrategia de infranominación. No funcionó. El acuerdo se implementó en 27 territorios -Asturias, Álava, La Rioja, Navarra, León, Burgos, Palencia, Valladolid, Salamanca, Ávila, Segovia, Soria, Zamora, Toledo, Guadalajara, Albacete, Madrid, Murcia, Alicante, Valencia, Castellón, Zaragoza, Huesca, Teruel, Mallorca, Menorca, Ibiza-Formentera- y, como recoge Sánchez-Sierra, en ninguno se consiguió “ni tan siquiera un escaño más, e incluso en la circunscripción de Ibiza-Formentera la coalición de izquierdas PACTE perdió el escaño que poseía su predecesor EFS”, en favor del PP. “La pretendida movilización del electorado de izquierdas no sucedió, y la participación en el Senado en las circunscripciones del acuerdo fue cinco puntos menor” a la registrada en 1996.

Tabla elaborada por la profesora Ana Sánchez-Sierra.
Tabla elaborada por la profesora Ana Sánchez-Sierra.

La empresa de superar al PP era considerablemente más difícil de lo que ahora lo sería para una alianza Podemos-confluencias-IU-PSOE, pero es que ni siquiera se produjo una mejora estimable de los resultados.

El apoyo al primer candidato a senador del PSOE subió tímidamente en casi todas las provincias -solo superó el 10% de subida en Asturias, Madrid, Navarra y Valencia-, e incluso bajó en Zamora. El segundo de la lista sacó más votos que en 1996 en 15 de las 24 provincias a que afectó el acuerdo, retrocediendo en las otras nueve. En las Islas Baleares el PP se llevó cuatro de los cinco escaños en juego, máximo a lo que aspiraba. El representante de IU sí subió considerablemente en las 27 circunscripciones donde el PSOE retiró a su tercer candidato, sin que eso supusiera acta alguna para la federación de Frutos.

“Estando unidos, superando nuestras diferencias, esta alianza basta para ganar”, proclamó Almunia el día que se presentó el acuerdo. El candidato de IU, por su parte, consideró que la operación servía para “salir de esta cierta ciénaga en la que se había convertido la política”. Palabras que no desentonan con las que ahora pronuncian Iglesias y Garzón al defender su entente, que pretenden convertir en primera fuerza. Solo el tiempo dirá si el desenlace también es similar o si esta vez había mimbres para articularla con éxito.

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