La posible retirada de la circulación del mítico billete morado abre de nuevo el debate sobre la utilidad de las monedas de menor valor. Ya son seis los países europeos que han prescindido o limitado el uso de “la calderilla” como medio de pago. Los detractores sostienen que su coste real supera siempre a su valor facial, mientras que los defensores temen que su eliminación traiga consigo un aumento de los precios.

Las películas de Hollywood se han encargado de relacionar el concepto estafa con los maletines llenos de billetes, algo bastante cercano a la realidad pues precisamente por eso y por su estrecha vinculación con el terrorismo es por lo que la Comisión Europea se plantea eliminar de la circulación las unidades de mayor valor en el mercado.

Ahora visualicemos una hucha repleta, el suelo de la ciudad o un monedero repleto y pesado, todos tienen un elemento en común, las monedas de cobre, cuyo valor es residual y su uso muy limitado.

Las iniciativas en torno a la eliminación de “la calderilla” existen desde el mismo día en que se implantó la moneda única, sin embargo, la Comisión no se atreve a abrir el debate por miedo a la reacción que puedan tener los ciudadanos ante una posible subida de los precios.

Objetivamente no hay ningún motivo para mantener las monedas de 1, 2 y 5 céntimos en circulación; su coste de fabricación supera a su valor –acuñar una moneda de 1 céntimo supera los 1,60 céntimos de euros, mientras que la dedos alcanza casi los 1,90 céntimos-, son poco útiles como método de pago y ya son muchos los países que han prohibido su uso.

Sin embargo, España se resiste a deshacerse de estas monedas: ya circulan 5.192 millones de monedas de un céntimo por valor de 52 millones de euros y 3.438 millones de piezas de dos céntimos que se tasan en 69 millones, según los datos del Banco de España.

Ni la UE ni el Gobierno español se atreven a abrir la caja de pandora por miedo a las críticas de la ciudadanía ante una posible subida de los precios. Sin embargo, ya son siete los países que han optado por prohibir o limitar el uso de estas unidades sin ningún impacto en su economía. Bélgica, Hungría, Holanda, Suecia, Finlandia, Dinamarca e Irlanda son los pioneros en adoptar medidas respecto a este problema.

La Comisión trató de dar un paso adelante hace tres años pero sin ninguna repercusión. En 2013 elaboró un informe con cuatro propuestas relativas al futuro de estas monedas, con medidas que iban desde la prohibición de su uso, hasta el cambio en sus componentes de fabricación o su eliminación gradual mediante el cese de su producción.

Los argumentos para retirar “la calderilla” son más que contundentes: con esta medida se recuperarían más de 7.000 toneladas de cobre reciclado, con el que se podrían equipar más de 260.000 viviendas con tuberías para agua potable y más de 230.000 hogares con instalaciones eléctricas, según el Centro Español de Información del Cobre (CEDIC).

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