Tal y como ya hemos referido en distintas ocasiones, el Banco de Santander estaba en una situación muy difícil por la desaceleración de las economías latinoamericanas que suponen un tercio de su volumen de negocio y por las consecuencias del Brexit, además de por la contracción del negocio bancario en Europa por la rebaja de los tipos de interés o por los beneficios minusvalorados de algunos productos estrella que dispararon sus costes de lo previsto.
La operación de compra del Banco Popular por un euro sirvió para que se incrementara la cartera de negocio del Santander además de darle la oportunidad de realizar operaciones de venta del patrimonio de la que era la sexta entidad financiera de España para lograr un beneficio rápido, además de los diferentes ahorros impositivos que conseguirá a final de año por los créditos fiscales del Popular, un ahorro estimado en más de 5.000 millones de euros. Para rescatar al Santander fue necesario arruinar a más de 300.000 familias, un daño colateral que tanto el Gobierno de España como las instituciones europeas estaban dispuestas a asumir con tal de que un banco sistémico no pasara a la categoría de likely to fail. ¿Qué significaba la ruina de más de 300.000 familias si se comparaba con el salvamento de los principales bancos del mundo? El nuevo mundo nacido de la globalización está basado en olvidarse de las necesidades reales del pueblo e incrementar el poder de las élites. Adam Smith estaría orgulloso de sus discípulos dos siglos después de su muerte.
Sin embargo, ya no se trata de un plan local que trasladara sus beneficios por movimientos entre entidades españolas. Más bien es una operación global destinada a salvar al Santander en todas sus zonas de influencia. Primero fue España con el Popular. Ahora se inicia la operación en Reino Unido. ¿Cuándo comenzarán los movimientos en Latinoamérica, sobre todo en Brasil y México? En breve los habrá.
Ya hemos explicado en anteriores noticias lo que significó para el Santander su entrada en el difícil mercado financiero británico y, sobre todo, lo que significó para las instituciones europeas que uno de los bancos «continentales» entrara con poderío en las islas. El Santander es una entidad que ha tenido, y tiene, mucha importancia en la construcción bancaria europea, por tanto, fue relevante su entrada en Reino Unido con la compra de Abbey National Bank o de Alliance&Leicester y la entrada en el accionariado de Bradford&Bingley, además de inyectar capital en la compra de sucursales del Royal Bank of Scotland (RBS), operación que se frenó pero que parece que el Santander está intentando retomar en los últimos tiempos. En total, el Santander tiene invertidos más de 17.000 millones de euros en Reino Unido.
A nivel de retorno de dicha inversión, el 50% del beneficio neto de Santander UK se envía a España. En 2016 fueron 593 millones de libras esterlinas, una cantidad que supone un 14,7% menos que el año anterior debido a la depreciación de la moneda británica provocada tras el referéndum en el que se decidió la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea.
Es lógica la preocupación de Ana Patricia Botín por la evolución que está teniendo la economía británica y por los niveles de crecimiento post Brexit. El Reino Unido ha desacelerado su economía y las previsiones más optimistas determinan que en 2017 será de un 1,2% cuando, antes del referéndum, se calculaba por encima del 2%. Esta desaceleración afectará al Santander UK porque la demanda de crédito bajará. Según la consultora Merrill Lynch, la desaceleración del crecimiento económico británico incrementará la morosidad del negocio del Santander en Reino Unido, además de que producirá un desplome en los márgenes de beneficio e incrementará el volumen de pérdidas crediticias. A nivel del Grupo Santander, la división británica bajará su aportación por debajo de los 900 millones de euros. Todo lo anterior, sumado a la rebaja de las previsiones de rentabilidad al 8%, cuando antes del Brexit se encontraban en un 13%, ha hecho saltar las alarmas.
Ante esta situación son ahora las autoridades británicas las que salen al rescate del Santander a costa del dinero de los contribuyentes. Todo viene del rescate que hubo que hacer al RBS en el año 2.008 y por el que el Gobierno británico aún posee el 72% de la entidad escocesa. Dentro del proceso de desinversión exigido por Bruselas había un paquete, perteneciente a Williams&Gyn (W&G), centrado en el mercado pyme que le estaba costando bastante trabajo vender, al contrario que sucedió con Direct Line insurance, Citizens Financial en Estados Unidos, Worldpay y Sempra que el banco escocés pudo negociar su venta sin problema. Para poder desinvertir la parte correspondiente a W&G el RBS ha activado un plan por el cual se pagará una cantidad estimada en 1.200 libras esterlinas a los clientes pyme que se cambien de entidad. ¿A qué entidad? Al Santander. Los cálculos realizados determinan que para que ese plan se lleve a cabo serán necesarios 250 millones de libras esterlinas que, al estar la entidad escocesa intervenida por el Estado, pagarán los contribuyentes británicos. Además, es un negocio redondo puesto que en dos ocasiones el Santander intentó comprar W&G, pero no se llegó a ningún acuerdo. Ahora, los clientes pyme del banco británico llegarán a la entidad cántabra a coste cero para el Santander, pero de 250 millones de libras para los ciudadanos del Reino Unido.
Esto proporcionará un nuevo impulso al negocio de pymes del Santander que habrá que sumar al que ya ha logrado con la operación del Banco Popular que le ha posicionado como líder del mercado de la pequeña y mediana empresa. Con la llegada de los clientes «incentivados» de W&G ocurrirá lo mismo en Reino Unido, un país en que esa línea de negocio estaba dominada por cuatro grandes bancos —TSB, Clydesdale, Yorkshire Bank y Metro Bank—, que ahora verán superada su cuota de mercado por el Santander.
Las élites políticas y financieras europeas se han puesto en marcha para evitar que el Santander sufra las consecuencias de los movimientos macroeconómicos y de la evolución geopolítica. Parece que las consecuencias que tenga ese salvamento se convierten en meras anécdotas: 300.000 familias arruinadas en España y 250 millones de libras esterlinas pagadas por los ciudadanos británicos. ¿Qué será lo próximo? ¿Se movilizarán también las élites latinoamericanas para dar un respiro al negocio del Santander en tierras americanas? Hay otros bancos españoles que están sufriendo las mismas consecuencias pero, a diferencia de la entidad cántabra, no necesitan de un movimiento institucional internacional para resolver sus problemas. Lo hacen ellos solos.

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