Lo advirtió Íñigo Errejón hace tres semanas: “Los cuentos de ábacos no funcionan casi nunca”. El número dos de Podemos respondía así a una pregunta de la prensa sobre la posible coalición entre su partido e Izquierda Unida (IU) ante las generales de junio. Errejón no cree que la matemática electoral funcione de un modo simple ni que, por tanto, esa alianza vaya a obtener al menos seis millones de votos por el mero hecho de que ese fue el resultado que sumaron sus candidaturas por separado el 20-D: “Los acuerdos que se hacen bien, suman; los que se hacen mal, restan”.

A una semana de que venza el plazo para presentar coaliciones y a siete de que se celebren las nuevas elecciones, los estudios de opinión comienzan a respaldar esa tesis y a cuestionar que el matrimonio Podemos-IU vaya a ser un éxito garantizado. Dependerá de cómo se articule y, sobre todo, de cómo se venda.

El barómetro de primavera del CIS, desarrollado sobre la base de 2.500 entrevistas hechas entre el 1 y el 10 de abril, refleja que los electorados de ambas fuerzas no solo presentan estimables diferencias cualitativas, sino también elevados índices de animadversión. Así, el 29% de los votantes de Alberto Garzón afirma tajante que “con toda seguridad” no daría “nunca” su apoyo al partido de Pablo Iglesias. Serían 267.709 de las 923.133 personas que en diciembre se mantuvieron fieles a IU pese al empuje de Podemos.

El 29% de los que apoyaron a Garzón en diciembre asegura que “nunca” daría su voto al partido morado

No obstante, hay que matizar que su rechazo es a la formación morada, no a cualquier candidatura que la integre, pues el CIS no pregunta por esa posibilidad. Y es que hace un mes Iglesias no había rectificado aún su determinación de no negociar una alianza estatal con Garzón.

Esa coalición tendría que implicarse a fondo en campaña para convencer al tercio de votantes de IU aversos a Podemos, un perfil que encaja con la oposición a la confluencia que dentro de la federación lidera Gaspar Llamazares. Entre las bases, el 84% se ha manifestado a favor del pacto, pero la abstención en la consulta que preguntó por ello superó el 70%.

En el sentido contrario, el grado de animadversión baja pero no deja de ser importante. El 20’7% de los votantes de Podemos declara que jamás introduciría en la urna la papeleta de IU. Similar porcentaje se registra entre los votantes de la confluencia catalana, En Comú Podem (20’5%), donde ya está incluida la marca autonómica de IU. Además, se opone a votar por la federación de Garzón el 11’1% del electorado de la valenciana Compromís-Podemos y el 10’3% de la gallega En Marea. Todos estos nichos sumarían 965.470 personas. Añadidas a las 267.709 de IU que recelan de Podemos, componen una bolsa de 1’23 millones de votantes a los que la hipotética coalición tendría que prestar especial atención si no quiere arriesgar su apoyo.

Más comunistas en IU

Una circunstancia que podría explicar en parte la situación es la diferencia de base que presentan los electorados de uno y otro partido. Algo que se hace evidente al atender a la definición política de cada cual. Entre los votantes de Izquierda Unida, son mayoría los que se declaran comunistas (21’5%), seguidos de los socialistas (18’3%) y de los progresistas (17’2%). Sin embargo, en Podemos los comunistas son minoría y suponen el sexto nicho más importante (8’6%), por detrás de progresistas (22’4%), liberales (13’8%), socialistas (12’1%), socialdemócratas (9’5%) y los que no saben definirse (9’5%). Los comunistas son aún más insignificantes en En Comú Podem (6%), Compromís-Podemos (4’4%) y En Marea (6’9%).

Es de esperar que una alianza forjada sobre un acuerdo programático concreto que garantice la independencia de cada proyecto acabe por neutralizar estos peligros. Pero no lo es menos que el declarado antagonismo que despierta en casi un tercio del electorado Podemos-IU uno de los dos partidos lleva a tomar con prudencia las cuentas electorales de esta hipotética coalición.

El 21’5% de los votantes de IU se declara comunista, porcentaje que en Podemos baja hasta el 8’6%

No hay muchos precedentes de alianzas así en España, aunque dos casos recientes sí pueden tenerse en cuenta. Ambos se dieron en Cataluña el año pasado: la plataforma Catalunya Sí que es Pot agrupó a Podemos, ICV y EUiA en los comicios autonómicos y obtuvo un resultado peor del cosechado por ICV-EUiA en solitario en 2012 (bajó un punto y dos escaños). El contexto polarizador tejido por el independentismo jugó en contra de esta confluencia, pero ya puso en cuarentena las bondades de este tipo de coaliciones. La situación se dio la vuelta en las generales, donde se vota en clave más nacional que regional y la confluencia se benefició de la implicación personal de Ada Colau y la no participación de la CUP.

Otro expediente a revisar es el de Junts pel Sí, la marca que integró a CDC y ERC en aquellas mismas elecciones c catalanas del 27-S. Los 62 escaños que obtuvo la lista secesionista supusieron un retroceso de nueve respecto a la suma de ambos partidos en la cita anterior. De hecho, solo en las primeras elecciones autonómicas (1980) habían sumado menos diputados el nacionalismo conservador y el independentismo de izquierdas. De modo que nada hay escrito sobre las coaliciones electorales ni puede darse por descontado que en política dos más dos sean siempre cuatro. Los cuentos y las cuentas de ábacos entrañan muchos peligros.

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