Tanque del Ejército ruso | Foto: Ministerio de Defensa de Rusia

Hace unas dos semanas estuve en Chisinau, la capital de Moldavia, cuando ya sonaban los tambores de guerra en Rusia y todo el mundo temía lo peor. Salí de allá el 23 de febrero, al día siguiente Rusia atacaba e invadía Ucrania y los peores pronósticos, aquellos que todos los moldavos esperaban pero rezaban para que no sucedieran, se cumplieron con fatídica perfección.

La maquinaría militar rusa, preparada desde hacía meses para dar su brutal zarpazo a la indefensa Ucrania, que apenas se creía que la amenaza se podía hacer realidad, atacó por tierra, mar y aire a esta nación europea. Desde hacía mucho tiempo, Joe Biden y sus servicios secretos venían alertando al mundo de los planes de Rusia para perpetrar su agresión y llevar al mundo frente al abismo en el que estamos ahora. El presidente norteamericano Biden, desgraciadamente, acertó.

En apenas unos días, hemos podido comprobar que el dictador ruso Vladimir Putin es un ser despiadado, criminal, cínico, despiadado, mentiroso compulsivo y deplorable en todos los sentidos, por no decir otras cosas peores. Ha convertido a Ucrania en apenas unos días en un absoluto infierno, bombardeando poblaciones civiles, arrasando ciudades y pueblos, asesinando a gente indefensa y haciendo imposible la vida en esa nación.

Llevado por un odio hitleriano y genocida, el máximo líder ruso pretende la rendición incondicional de Ucrania, anexionarse una parte de su territorio y hacer desaparecer el país para siempre de los mapas de Europa. Sus delirios neoimperiales y sus supuestos “derechos históricos”, frutos de la más burda manipulación de la historia junto con otras mentiras aderezadas al uso para su causa, han llevado a Rusia a esta guerra absurda, injusta y criminal que convertirá a los rusos en los parias del siglo XXI. Nadie les justificará ni perdonará por sus crímenes.

El mundo libre, liderado por los Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea, han cerrado filas contra esta cruzada salvaje del sátrapa del Kremlin. Dice Putin, el mismo que persigue a los homosexuales, cierra medios independientes, envenena disidentes y asesina periodistas, que pretende desnazificar a Ucrania y que el gobierno de este país son unos “drogadictos y unos neonazis”. Qué descaro que el mayor carnicero de Europa, violador de los más elementales derechos en su país, pretenda ahora “liberar” a Ucrania, una democracia con patente de corso y, por cierto, con un presidente judío al frente elegido libremente por sus ciudadanos y no como él, eternamente reelegido en elecciones fraudulentas y sin libre competencia entre los distintos candidatos. Su ruindad moral está a la altura de sus partidarios, la extrema derecha trumpiana y la extrema izquierda fanática de medio mundo, incluyendo a los Ortega y Maduro de turno, por supuesto.

Transnitria, república prorrusa en territorio moldavo

Moldavia, pegada a la televisión durante días y esperando lo peor, tiene miedo y no es para menos. Es lógico y no es de extrañar porque durante años han sufrido la ocupación de una parte de su territorio a manos rusas, la región de Transnistria, y saben cómo son las tropas rusas, muy aptas para preparar todo tipo de fechorías y violar todas las normas del derecho internacional al mismo tiempo.

En la mini guerra civil que sufrieron, entre 1990 y 1992, padecieron lo indecible y tuvieron miles de bajas, sobre todo civiles, aparte de miles de refugiados y desplazados a causa del ataque perpetrado por el XIV Ejército ruso, todavía instalado en la región de Transnistria y sosteniendo por la vía militar al gobierno secesionista en esa parte de su país. Cualquier tentativa de negociación y resolución del conflicto con los separatistas alzados en armas en esta república fantoche choca siempre con el muro de Moscú: el sátrapa ruso pretende tener bajo su égida a ese territorio y así evitar sus posibles devaneos atlantistas y europeístas.

Muchos ahora en Moldavia temen que una vez que Ucrania haya sido ocupada, invadida y sometida al invasor genocida -no merece otro nombre-, el dictador moscovita ponga sus ojos en este pequeño país desconocido para todos o, quién sabe, en Georgia.

Hay miedo, se palpa en las calles y en las miradas, en los medios y en los cargos oficiales que invitan a la prudencia. Nadie sabe qué pasará y qué ocurrirá mañana, si la máquina militar rusa que apenas acaba de atacar a su vecino, acabará dirigiendo sus fuerzas hacia otros escenarios. Pobre Moldavia, tan cerca de Rusia y tan lejos de Dios. 

Los moldavos lloran en silencio porque si el mundo, incluido nuestro civilizado Occidente, ha abandonado a Ucrania a su suerte y ha dejado que los rusos arrasen el país a sangre y fuego, ¿qué les puede esperar a ellos siendo una nación más pequeña y sin apenas ejército? Cuando estuve en Chisinau, pequeña y provinciana ciudad de este país quizá sin futuro, las calles estaban medio vacías y había poco tráfico; la gente parecía estar en sus casas, absortas viendo las noticias ante la catástrofe que estaba por llegar a su vecina, Ucrania, y temerosas ante el devenir que les esperaba si el dictador ruso decidía ir más allá de las fronteras ucranias y llevar la guerra hasta sus humildes casas. Se olía la calma chicha, esa plácida tranquilidad que precede a todas las grandes desgracias que ha habido en la humanidad.

Ahora, ante la previsible caída de la importante ciudad portuaria de Odesa, Rusia privará a Ucrania de su salida a los mares Negro y Azov, incomunicando al país por mar y sustrayéndole de sus fuentes de aprovisionamiento a través de sus puertos. De esta forma, si cae Odesa, Ucrania perderá su principal nexo y vínculo con la economía global, tal como pretende Putin, que ya no se detiene ante nada y parece decidido a provocar el colapso total de la nación “hermana”.  De Odesa a Chisinau sería un paseo militar, apenas algo menos de doscientos kilómetros. 

Tras Ucrania, todo valdrá, incluida la guerra para ocupar territorios aledaños a la antigua periferia postsoviética y dictar el nuevo orden internacional por la fuerza. Moldavia, además, ha solicitado en estos días su ingreso en la Unión Europea, lo cual la pone en el punto de mira de Rusia, y es más que seguro que a la larga solicite su entrada en la OTAN, dos de las instituciones más odiadas por el tirano moscovita que ahora invade Ucrania destruyendo todo a su paso. ¿Se salvará Moldavia de una suerte parecida a la Ucrania o, por el contrario, volverá a padecer en sus carnes el terror y la ira de una Rusia agresiva en manos de un dictador genocida? Por ahora, la calma que esperemos no preceda a otra tempestad.

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