Mauro Entrialgo ha publicado muchísimos álbums recopilando su obra. Las razones son dos: igual que es un archivista incisivo de la realidad, es un archivista casi neurótico de todos los vericuetos de su obra, hasta los más oscuros -como demostró en el impresionante volumen El dibujosaurio -. Es normal, que, de acuerdo con una personalidad que adivinamos maniática y meticulosa, se haya preocupado de que no quede nada sin reeditar, reimprimir y catalogar, siempre más allá de su publicación original. Por otra parte, su estilo habitual, bien páginas autoconclusivas, bien chistes de una viñeta, son un material especialmente jugoso para reunir en volúmenes independientes. Obras más extensas, como Los domingos o Recortes de hostias , aunque extraordinarias, son menos “recopilables”. La abundancia de estos álbums, pues (solo de Ángel Sefija, como delata el juguetón título, lleva ya nueve), ha convertido los prólogos de los libros de Mauro Entrialgo en todo un subgénero.

Ángel Sefija tras el Noveno Arte

Mauro Entrialgo

Astiberri

2015

 

Lo que sin duda lleva a que a los sufridos prologuistas les cueste encontrar palabras distintas para subrayar lo obvio: Mauro es uno de los observadores más agudos de la actualidad. Y, a diferencia de tantos otros colegas del género costumbrista, es uno que no teme clasificar, criticar, contemplar, comentar y satirizar temas actuales, como demuestra el hecho de que este último volumen de Ángel Sefija, subrayando su condición de obra “en construcción”, esté lleno de chistes sobre redes sociales, vocabulario moderno e hipsterismos varios. Los prologuistas, decimos, se las ven y se las desean para enunciar esta cosa evidente de forma distinta, y por eso es doblemente digna de aplauso la reflexión de Adriana Herreros, periodista que conoce bien a Mauro y que, quizás por eso, es capaz de dar con una interpretación novedosa de su personalidad. Esto es: que Mauro observa y reinterpreta (el valor está en reinterpretar, es decir, en dejar constancia del filtro personalizado de la observación previa) para sobrevivir al tiempo. Como si lo fotografiara todo y archivara las polaroids obsesivamente, como si llenara libretas y libretas de anotaciones compulsivas, solo que en este caso, a diferencia de los casos de maravillosos tronados reales sobre los que escribe Adriana Herreros, sí que logra apresar el tiempo. Y es más: su reinterpretación es desternillante y podemos disfrutarlo en cómodos volúmenes recopilatorios.

 

 

Al final, al prologuista solo le queda asumir que sí, que Mauro es uno de los comentaristas más agudos y ácidos de la actualidad, porque qué va a decir y además es verdad. Pero también es un capturador del tiempo en el que vivimos, y ha repartido en cincuenta (¡cincuenta!) álbums todas esas obsesivas instantáneas de lucidez, mal café y atrevimiento gráfico (lo digo con cada álbum del autor que reseño: Mauro es desde hace años un auténtico prodigio a nivel visual). Todas esas instantáneas congeladas en el tiempo. Disfrutemos de ese privilegio.   

 

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