El asesinato de este martes en la iglesia de Normandía es probablemente el más preocupante de todos los que hemos tenido este verano. Primero, porque ha dejado en evidencia la ineficiencia policial francesa (uno de los asesinos ya había estado en la cárcel y las fuerzas de seguridad galas lo vigilaban porque sabían que había viajado a Siria); segundo, porque por primera vez los yihadistas llevan la guerra al nivel religioso.

DAESH no es Al Qaeda. DAESH es una fuerza militar con un control territorial donde cobran sus impuestos, editan sus revistas oficiales y se apropian de lo que quieren. DAESH es lo más parecido a la Alemania Nazi que ha visto esta generación y su intención, antes de pasar a objetivos mayores como Israel, es ampliar su territorio y unificar al Islam bajo su dominio. El atentado de ayer fue el de menos víctimas de este año, pero el más efectivo. DAESH necesita fomentar la islamofobia en Europa para poder vender «occidente nos odia» en sus reclutamientos. Y lo malo es que cada vez parece más claro que su estrategia está calando…

No se confundan, no voy a enarbolar la bandera del buenismo. No hay nada que negociar con un terrorista que antes de tomar a sus rehenes ya ha decidido que no acabará vivo su jornada. Se trata de entender que la guerra en la que ya estamos, y que inevitablemente acabará en una invasión militar, no solucionará el problema. Se trata de recordar que Occidente lleva bombardeando Oriente Medio desde el siglo pasado como forma de pacificar la zona y lo único que ha conseguido es crear un enemigo cada vez más fuerte. No podemos hacer lo mismo y esperar resultados distintos.

Igual que a ETA se le venció con una combinación de acciones policiales y de presión social para que el entorno de la banda entendiera que aquello no servía de nada, acabar con el terrorismo yihadista requerirá sangre, dolor y balas, pero también empatía. Es esencial que usemos nuestra capacidad de ponernos en el lugar del otro y entender por qué le es tan fácil a un grupo de fascistas religiosos retratar a los europeos como el enemigo. Aunque sea para pensar por un momento qué debe estar pasando por la cabeza de una generación de niños sirios, que venían de familias con coche, internet y Facebook, que tuvieron que dejar su vida cómoda atrás para salvar su vida, y se encontraron con que Europa les encierra un campamento perdido en Turquía, donde pasan hambre, calor y penurias.

DAESH no ataca a Francia porque envidie su libertad, o su estilo de vida laico —eso puede encontrarse en España y prácticamente en todos los países de la Unión Europea, incluidos los que quieren irse— DAESH ataca Francia porque es el país donde más rédito saca a sus acciones. Cada muerte en Francia les permite transmitir una imagen de fuerza en sus territorios ocupados, mientras fomentan la islamofobia en un país en el que muchos musulmanes ya se sentían ciudadanos de segunda antes de que la muerte de dos adolescentes incendiara los guetos de Marsella. Vender que el musulmán nunca será bien visto en occidente es algo primordial para DAESH, que ha convertido al Frente Nacional y a PEGIDA en sus principales agentes comerciales.

Cada vez más voces en Europa piden aplicar el ojo por ojo contras las acciones terroristas y controles más estrictos por parte del Estado de las personas que confiesan la religión del enemigo. La vieja canción que cantaron a dúo Israel en su Estado, y Reino Unido en Irlanda del Norte. Adivinen cual de los dos sigue siendo a día de hoy una zona de conflicto.

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