El líder del PP se opuso tres veces a la elección de González, dos a la de Zapatero y una a la de Sánchez. Solo en esta última, hace cinco meses, el voto de su grupo fue determinante e impidió la investidura de un aspirante socialista a La Moncloa. Ahora, reclama al PSOE que le despeje el camino a la reelección ante la falta de proyectos y candidatos alternativos.

Mariano Rajoy clama por un pacto entre PP y PSOE que le permita afrontar con garantías una sesión de investidura. Solicita al secretario general socialista, Pedro Sánchez, que negocie con él un acuerdo para que los 222 escaños que suman entre ambos le aseguren la gobernabilidad. Propone, en fin, que se tome un camino inexplorado en la democracia española: articular una gran coalición a nivel nacional. El propio Rajoy declara a menudo que nunca como ahora se había hecho tan imprescindible esa operación, blandiendo todo tipo de argumentos para tratar de convencer al PSOE de que haga algo que él tuvo seis veces la oportunidad de hacer y no hizo: facilitar, con el voto a favor o la abstención, la investidura de un candidato del partido rival.

El presidente del Gobierno en funciones llegó al Congreso en 1986 y allí se ha mantenido desde entonces, con excepción de un breve regreso a la política gallega entre finales de 1986 y comienzos de 1989. Hasta en diez ocasiones le han elegido los electores como parlamentario nacional, teniendo la oportunidad de participar en nueve sesiones de investidura -todas las celebradas en los últimos 30 años-.

Sánchez pide al PP que no busque en su «antagonista» la llave de la gobernabilidad

De esas nueve citas, seis tuvieron como protagonista a un miembro del PSOE y en todas ellas tanto Rajoy como sus compañeros de partido votaron en contra. Felipe González en tres ocasiones (1986, 1989 y 1993), José Luis Rodríguez Zapatero en dos (2004 y 2008) y Pedro Sánchez en una (2016) fueron rechazados en la Cámara baja por el diputado Rajoy, el mismo que hoy pide a la bancada socialista que le despeje el camino.

No puede ser, se le escucha a Sánchez quejarse a menudo, que el PP busque en su “antagonista” la llave del Gobierno. En lugar de eso, debería dialogar con “aliados potenciales” como Ciudadanos, PNV, Coalición Canaria o la antigua Convergència. Él mismo, en condiciones similares, trató hace cinco meses de alcanzar un acuerdo de gobierno y no reclamó el apoyo del PP. Miró hacia otras formaciones –Podemos, Ciudadanos, PNV, IU, Compromís, CC– y solo por cortesía institucional pidió una reunión con Rajoy, al final de su primera ronda de contactos como candidato a la Presidencia del Gobierno.

Tras un mes de trabajo, el equipo negociador del PSOE solo pudo cerrar un acuerdo con Ciudadanos, plasmado en un documento de más de 200 medidas que ahora el PP pretende recuperar en parte para presionar a Sánchez. Rajoy lo definió en abril como un “torpedo en la línea de flotación” de la economía española, aunque ahora le encuentra ya aspectos positivos y ve algunas “coincidencias” con su programa, susceptibles de ser aprovechadas. En la anterior legislatura, Albert Rivera y los suyos pidieron insistentemente a los populares que negociaran su adhesión a ese pacto, cosa que Génova rechazó de plano. Se negaba a participar en cualquier acuerdo que no liderara y consideraba esas medidas procedentes “en un 90%” del programa electoral de Ferraz. Ese argumento era considerado lo suficientemente potente como para descartarlo sin contemplaciones: «El PP no vota socialistas».

Ataques al pacto Sánchez-Rivera

Por eso, Rajoy y su grupo votaron ‘no’ por dos veces a Sánchez, tras un debate que incluyó abundantes ataques y mofas del líder popular a su homólogo socialista y también a Rivera. Lo mismo había hecho el PP con Zapatero en 2004 y 2008, que sacó adelante sus investiduras -la primera por mayoría absoluta y la segunda por mayoría simple- gracias a entendimientos con ERC, IU, CC, BNG y la Chunta Aragonesista. CiU, PNV, EA y Na Bai también colaboraron con sus abstenciones. La era Zapatero provocó un enorme enconamiento de las relaciones entre socialistas y populares, que no fue a menos tras el cambio de gobierno de 2011 y que explica en buena medida la dificultad para que ahora los dos grandes partidos puedan ponerse de acuerdo y desbloquear la situación.

El bloqueo es consecuencia de que PP y PSOE no suman mayoría ni por sí solos, ni con los soberanistas ni con los nuevos partidos

En cuanto a Felipe González, que se ha manifestado favorable a que el PSOE deje gobernar al PP, vivió en primera persona el ‘no’ de Rajoy por tres veces, todas ellas sin consecuencias. En 1986, ese voto era del todo irrelevante, puesto que González disfrutaba de su segunda mayoría absoluta. En 1989, los socialistas se habían quedado a un solo escaño de los 176, apoyo que facilitó el diputado de Agrupaciones Independientes de Canarias, Luis Mardones. Cuatro años después, González pactó con CiU y PNV para ejecutar su cuarto y último mandato, que acabaría antes de tiempo precisamente porque los nacionalistas le retiraron la confianza. Tras las siguientes generales, se entendieron con el PP de José María Aznar.

Tampoco los socialistas han adoptado nunca en una investidura de candidatos de otros partidos una postura distinta al ‘no’. En 1977 y 1979 rechazaron los proyectos de Adolfo Suárez, en 1981 hicieron lo mismo por dos veces con Leopoldo Calvo-Sotelo y en 1996, 2000 y 2011 se opusieron a las aspiraciones de Aznar y Rajoy.

Ahora, ni populares ni socialistas suman mayoría por sí solos ni con el soberanismo, como tampoco lo hacen con los nuevos partidos que han surgido a derecha e izquierda -Ciudadanos y Podemos-. La coyuntura hace muy difícil, por no decir imposible, articular una salida que no pase por eso que nunca se ha hecho y que Rajoy reclama con tanta intensidad: algún tipo de gran coalición que haga que por primera vez PP y PSOE no voten lo contrario en una sesión de investidura.

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