La lideresa prometió al dejar la presidencia de la Comunidad de Madrid que también dejaría el liderazgo del PP madrileño. Cuarenta y un meses después, cumple su palabra. La renuncia apenas comporta coste para ella, pues mantiene su puesto en el Ayuntamiento y ya anunció que no se presentaría al próximo congreso regional, a celebrar este 2016.

“No me gustan las bicefalias, eso se lo dejo al PNV». El 17 de septiembre de 2012, cuando dimitió por sorpresa como presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre aseguró que también dejaría el liderazgo del PP regional. No lo ha hecho hasta hoy, tres años y cinco meses después, cuando su mandato apuraba el tiempo de descuento. Se encontraba en “interinidad”, como ella misma ha reconocido en rueda de prensa. El próximo congreso de los populares madrileños -a celebrar este año- renovará la dirección y Aguirre no se iba a postular.

Pero un animal político como la lideresa no puede irse por la puerta de atrás, en uno más de los grises cónclaves del PP, donde la gran protagonista será Cristina Cifuentes. Por eso Aguirre abandona unos meses antes, eligiendo el momento para volver a marcar perfil político y distanciarse de Mariano Rajoy, a quien deja en situación comprometida.

“Tenía que haber vigilado mejor”, “no es el tiempo de los personalismos sino de los sacrificios y las cesiones», “la gente quiere gestos y el mío es dimitir para asumir mi responsabilidad política”… La intervención de Aguirre ha estado plagada de reflexiones que evocaban a un Rajoy cada vez más cuestionado internamente. La lógica de su compañera de partido lanza al presidente un mensaje nítido: no se puede seguir no haciendo nada.

Los enfrentamientos entre ambos, notorios desde hace años, son corolario de sus maneras antagónicas de ver y ejercer la política. La cachaza de Rajoy colisiona con el vigor de Aguirre; el tancredismo del primero es la antítesis del brío de la segunda; la tecnocracia y la gestión sin estridencias que propugna el presidente nunca podrá casar con la permanente batalla cultural, moral y política que da la ya exbaronesa.

La dimisión se ha producido por sorpresa, en domingo y media hora antes de los telediarios

Aguirre mide cada movimiento, cada maniobra. El registro en la sede del PP madrileño fue el jueves, pero ella dimite en domingo, día de nimia actualidad informativa, y media hora antes de los telediarios. Los adversarios políticos no han tenido tiempo de emitir reacciones más allá de precipitados -y en algún caso erráticos- tuits. Aguirre ha reinado en la sobremesa dominical con los mensajes que quería colocar, sin competencia, sin más contexto y explicaciones que lo aportado por ella. El cariz sorpresivo de la comparecencia, además, evitó filtraciones.

Muchos votantes y exvotantes del PP habrán visto hoy un gesto de coherencia en quien sigue siendo una de las grandes referentes de las bases liberal-conservadoras del partido, pese al desgaste acumulado los últimos años. Y si esto es así es porque el marianismo ha aupado a una pléyade de dirigentes anodinos, con escasa iniciativa, indistinguibles unos de otros. Políticos que tienen en la lealtad y la diligencia sus mayores virtudes, en una época de crisis transversal que necesita como el comer liderazgos impetuosos además de solventes.

La máquina comunicativa que es Aguirre marcará las próximas jornadas en el PP, con periodistas y rivales preguntando si alguien más tomará la senda de la “responsabilidad política”. De nuevo, la lideresa aparece diferenciada, pese a que la renuncia apenas le supone coste alguno, al contrario de lo que hubiera ocurrido con el abandono de la concejalía madrileña y el liderazgo de la oposición a Manuela Carmena, que “por supuesto” mantiene.

“Te entiendo”, le ha dicho Rajoy al ser informado de la dimisión. Su desgracia es que el grueso de los españoles también.

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