El juez Joaquín Aguirre dictó la semana pasada un auto en el que decidió abrir una nueva pieza separada para la investigación de la llamada trama rusa en el procés que, al fin y al cabo, es la injerencia de un Estado extranjero en la política interior de España y de la Unión Europea.

Este asunto no es sólo una cuestión de política nacional, sino que la propia UE aprobó el pasado mes de febrero el inicio de una investigación sobre el asunto. En concreto, una resolución del Parlamento Europeo apuntaba directamente los contactos de Carles Puigdemont y su entorno más cercano con ciudadanos rusos que pudieron tener relación con los servicios de inteligencia rusos.

El Europarlamento expresó su profunda preocupación por la presunta relación del independentismo catalán con Moscú. Además, se apuntan campañas de desinformación realizadas desde Rusia para favorecer el procés. Por otro lado, también se señala a los contactos intensos y las múltiples reuniones celebradas entre agentes rusos y representantes separatistas.

Por esa razón, la Eurocámara reclamó a las autoridades judiciales que investiguen «las conexiones de los diputados al Parlamento Europeo presuntamente asociados con el Kremlin y los intentos de desestabilización e injerencia de Rusia en la UE».

Diario16+ ha tenido acceso a la totalidad del sumario del llamado Caso Voloh y, a través de esa información oficial, publicó un extenso reportaje en la revista mensual que iremos publicando a lo largo de los próximos días. Ese reportaje se tituló «Camarada Puigdemont. La trama rusa del procés».

EL 30 de enero de 2019, el Juzgado de Instrucción Número 1 de Barcelona ordenó a la Guardia Civil que investigara la concesión de subvenciones públicas procedentes de la Diputación Provincial de Barcelona a diversas instituciones y fundaciones para financiar el procés, el proceso de independencia en Cataluña puesto en marcha por Artur Mas, Quim Torra y Carles Puigdemont.

Los agentes tenían sospechas de que instituciones públicas como la Plataforma Pro Seleccions Esportives Catalanes y entidades y asociaciones culturales como Asociación Igman y Fundación Catmon (sufragadas con fondos públicos) estaban siendo utilizadas para canalizar recursos con destino a la independencia, de modo que pidieron permiso al juez para pinchar teléfonos y llevar a cabo seguimientos a políticos y funcionarios relacionados con la Generalitat.

De esos operativos policiales salieron jugosas conversaciones sobre supuestas conexiones entre el entramado independentista y espías del régimen ruso de Vladímir Putin, que incluso llegó a ofrecer el envío de 10.000 soldados rusos, probablemente pertenecientes al violento Batallón Wagner, para promover un conflicto armado entre Cataluña y España que, sin duda, habría terminado en una sangrienta segunda guerra civil española.

De modo que lo que en un principio apuntaba a un caso de corrupción por malversación de caudales públicos y blanqueo de capitales para captar fondos con los que construir la futura República catalana independiente, acabó convirtiéndose en un asunto de seguridad, no ya nacional, sino también europea y mundial.

Los planes de los soberanistas eran detallados y concretos: Cataluña, con el apoyo de la Rusia de Putin, estaría lista para la independencia entre seis y nueve meses. Con el tiempo, se han ido conociendo más datos trascendentales sobre aquellos supuestos contactos entre los ideólogos del procés y el Kremlin en los días más convulsos de la revolución catalanista que culminó con el referéndum de autodeterminación del 1 de octubre de 2017.

De momento ya existen suficientes indicios como para concluir que Putin, empeñado en acabar con las que para él son decadentes, corruptas y degeneradas democracias liberales occidentales, apoyó aquel movimiento de desestabilización en el frente sur europeo, el frente español, tal como hizo antes con el Brexit en el Reino Unido y con el resurgir de partidos fascistas en países como Francia, Alemania e Italia.

Cada vez parece más evidente que Putin es la mano que mece la cuna, desde la sombra, para acabar con la Unión Europea, un contrapoder que le molesta para hacer realidad sus planes expansionistas en Ucrania y, por qué no decirlo, en países como Polonia, Suecia y Hungría que en el pasado estuvieron también bajo su órbita política. Putin pretende hacer realidad su sueño más aterrador, el de una gran Rusia imperial, casi zarista, dominadora del viejo continente. Y en ese delirio decimonónico, en ese retorno al pasado, España, con sus convulsiones y tensiones territoriales, era el enclave perfecto para comenzar su nueva Guerra Fría.

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