Freud dijo numerosas tonterías a lo largo de su vida inspirado por su gran afición a la cocaína. Pero en algo he de darle la razón al vienés y es en su consideración de la función del arte. En sus propias palabras: “La función del arte en la sociedad es edificar, reconstruirnos cuando estamos en peligro de derrumbe.”

Con todo mi pesar, he de darle la razón a Freud. El arte, en todas sus formas de expresión es emoción, conocimientos, comunicación, belleza y fealdad. Subjetividad. El arte es vehículo para la comprensión de la humanidad, para que aprendamos de los errores, para superarnos a nosotros mismos. Vehículo para la construcción de una sociedad más avanzada. Mejor. Y estos motivos son los que hacen que cuidar del patrimonio de la humanidad sea una obligación en la actualidad. El arte forma parte de nuestra herencia, expresa lo que somos como especie. Nos recuerda nuestros errores como especie pensante.

La UNESCO, a través de la lista de Patrimonio de la Humanidad, realiza esta función de protección de todo un legado de monumentos y enclaves naturales que, por ser irremplazables, deben ser conservados y protegidos de la rapiña y el expolio por parte del ser humano. Para mí sigue siendo un misterio cómo la misma especie que ha sido capaz de construir la Alhambra de Granada, es capaz de reducir a escombros el casco histórico de Alepo, el cual sumaba más de 7.000 años de antigüedad.

Desarrollo, pero sostenible

Que un enclave sea incluido en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, conlleva una serie de ventajas, pero también inconvenientes, como que miles de turistas quieran visitar el lugar ensalzado por la UNESCO. Y esto que tan negativo puede resultar para el emplazamiento histórico, es terriblemente lucrativo para los comerciantes de la zona. Por otro lado, los vecinos del maravilloso lugar, también pueden verse afectados, como ocurrió en el Barrio del Albaicín, en Granada, cuyos vecinos vieron cómo las calles eran peatonalizadas y se les cortaba todo contacto con el “exterior” al eliminar de raíz el transporte público en el barrio.

Se hace necesario un plan de desarrollo sostenible en el que se tengan en cuenta no solo las necesidades de preservación del Patrimonio de la Humanidad, sino también un crecimiento sostenible del turismo y de la zona en sí, sobre todo cuando en ésta se sigue desarrollando la vida normal de un barrio. No se pueden anteponer los requisitos de conservación de un montón de piedras al bienestar de los vecinos. Al fin y al cabo, estas personas no viven en una postal, por mucho que a algunas autoridades esto no les venga bien del todo.

Algunos de los impactos negativos del turismo sobre el Patrimonio de la Humanidad, son fácilmente evitables; por ejemplo, basta con pedir a los visitantes que no alimenten a los animales salvajes en las zonas naturales o bien facilitar los medios para que los turistas no pongan sus curiosos dedos sobre las pinturas rupestres. Sin embargo, otros efectos son más difíciles de contener. La UNESCO en su Manual de Gestión del Turismo en Sitios del Patrimonio Mundial (A. Pedersen, 2002), pone como ejemplo lo que sucede en el Parque Nacional de Royal Chitwan, en Nepal, donde los turistas a lomos de elefantes van a observar a los rinocerontes, provocando en éstos una reacción de estrés y otras modificaciones comportamentales que les hacen estar alerta y huir a zonas con peores pastos cuando hay más turistas de los que sus sensibles espíritus de rinocerontes, pueden soportar. Y esto que parece tan poco peligroso, puede modificar la dotación genética de estos animales al favorecerse la reproducción de ejemplares dóciles más que temerosos.

Otro de estos efectos negativos es el alto número de viajeros que visitan estas localizaciones, lo cual provoca un crecimiento incontrolado de la industria turística, ignorando en numerosas ocasiones la necesidad de realizar un plan sostenible de desarrollo; ello sin mencionar la creación de nuevas infraestructuras como carreteras, parkings, etc. Si no se cuenta con un plan estratégico que contemple la sostenibilidad turística desde el inicio, todo esto puede resultar en una masificación innecesaria de la zona que no generará más que insatisfacción en el visitante, molestias a los vecinos y daños a la imagen del país con tan mal gestionado recurso cultural o natural. Antes de presentar ningún emplazamiento para ser incluido en la lista de Patrimonio de la Humanidad, asegúrense de contar con un plan de desarrollo sostenible, de lo contrario les puede explotar en sus caras.

El beneficio y la promoción

Por otra parte, es obvio que contar con recursos incluidos en la lista de Patrimonio de la Humanidad genera importantes beneficios a las comunidades. En España, esta lista suma hasta 47 lugares declarados Patrimonio de la Humanidad (39 son bienes culturales, 3 son bienes naturales, 2 mixtos y otros 3 compartidos con Francia, Portugal y Eslovenia respectivamente), la promoción que reciben, sin embargo, es muy desigual. No todos los recursos son igual de interesantes ni todas las administraciones cuentan con el mismo presupuesto.

Pero hay iniciativas que pueden darnos una idea de cómo realizar una promoción conjunta, como la presentada el pasado año 2014 por la KTO (Korean Tourism Organization) la autoridad turística de Corea, quienes lanzaron un pasaporte para la visita de los 15 emplazamientos Patrimonio de la Humanidad existentes en el país. Los visitantes solo tienen que recoger su pasaporte en la oficina de turismo de Seúl y sellarlo en cada uno de los lugares incluidos en la lista de Patrimonio; al finalizar su ruta, solo necesitan visitar de nuevo la oficina de turismo de Seúl para recibir un diploma y un regalo conmemorativo que dependerá del total de lugares visitados. Se trata de una iniciativa muy sencilla, pero que aporta un valor añadido a la visita de estos emplazamientos.

En un mundo ideal, nuestra especie sería respetuosa con el legado histórico de la humanidad y con los emplazamientos naturales de nuestro planeta. En un mundo ideal, no sería necesario proteger el templo de Abu Simbel, el Valle de Katmandú o la Catedral de Burgos. En un mundo ideal las religiones, razas y culturas convivirían en paz. En un mundo ideal, yo no habría corrido a visitar el Cañón del Colorado por miedo a un acto terrorista que lo dañase y no me habría quedado sin poder visitar jamás los Budas de Bāmiyān. Hasta que ese mundo ideal sea real, paz y prosperidad a la UNESCO y a la lista de Patrimonio de la Humanidad.

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