El Parlamento y Consejo Europeos discuten estos días la posibilidad de eliminar la exención de visado para viajar a países europeos, de la que hasta ahora disfrutaban los ciudadanos norteamericanos y canadienses. Tal medida se contempla con la mera intención de forzar a estos países a aplicar la reciprocidad de dicha exención a países europeos como Rumanía, Polonia, Croacia, Chipre y Bulgaria, cuyos ciudadanos necesitan en la actualidad solicitar un visado cuando van a viajar a Estados Unidos o a Canadá.

Y ha sucedido lo que tenía que suceder, que la European Travel Commission (ETC), que no es más que una asociación de oficinas nacionales de turismo que se dedica a promocionar destinos europeos en mercados internacionales, se ha llevado las manos a la cabeza y ha solicitado a ambos organismos gubernamentales que le den una segunda vuelta a esta idea tan brillante de la implantación de visados ya que la misma podría perturbar el, en la actualidad, importante flujo de visitantes llegados de ambos países.

A muchos ciudadanos del viejo continente les saldrá su nacionalismo en esta situación y pensará que si hay países europeos que tienen que solicitar un visado para viajar a Estados Unidos y Canadá, es correcto que ellos también tengan que sacarlo… Qué a ver qué se han pensado estos norteamericanos que son. Pero no nos precipitemos por sacar pecho y pongamos la reacción de la ETC en el contexto apropiado, esto es, en cifras: en la actualidad los viajeros de Estados Unidos y Canadá son el porcentaje más importante de las llegadas internacionales a nuestro continente.

En 2015, los viajes de Estados Unidos a Europa experimentaron un crecimiento inusitado gracias a la fortaleza del dólar. Tanto los destinos europeos emergentes como los ya maduros, vieron como sus cifras de visitantes llegados de ambos mercados crecían hasta alcanzar un total de 30.3 millones de turistas. Solo los estadounidenses gastaron más de 38.000 millones de dólares durante sus estancias en Europa… Ahora pensemos de nuevo lo que puede significar introducir la obligatoriedad de un visado. Necesariamente habría un descenso en estas cifras y esto puede significar pérdidas de empleos en toda Europa.

Y si vamos un paso más allá, tal vez debamos mencionar que ciertos destinos europeos ya van a sufrir este año las consecuencias de los diversos actos terroristas acaecidos en su suelo en forma de descensos en las cifras de visitantes. Por lo que, tal vez, no sea este el mejor momento para que el Parlamento Europeo, eche el órdago que está echando. Tal vez lo más correcto sería que todas las partes interesadas se sentasen y llegasen a acuerdos y compromisos intermedios, que todos cedan algo. Que negocien soluciones viables. Pero, sobre todo: que desde las más altas instancias europeas dejen de tocar las narices con el pan de muchos habitantes del continente al que se supone deben gobernar y servir.

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